¿QUÉ PERTENECE A LA BIBLIA Y QUÉ NO PERTENECE A ELLA?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
El
estudio previo concluyó que es especialmente a las palabras escritas de Dios en
la Biblia a las que dedicaremos nuestra atención. Antes de hacerlo, sin
embargo, debemos saber cuáles escritos pertenecen a la Biblia y cuáles no.
Esto
se refiere al canon de la Biblia, que se puede definir como sigue: El canon de la Biblia es la lista de todos los libros que pertenecen a la Biblia.
No se
debe subestimar la importancia de este asunto. Las palabras de las Escrituras
son las palabras por las cuales nutrimos nuestra vida espiritual. Así que
podemos reafirmar el comentario de Moisés al pueblo de Israel en referencia a
las palabras de la ley de Dios: «Porque no son palabras vanas para ustedes,
sino que de ellas depende su vida; por ellas
vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán»
(Dt 32: 47).
Añadir
o sustraer de las palabras de Dios sería impedir que el pueblo de Dios le
obedezca plenamente, porque los mandamientos que se sustrajeran no los
conocería el pueblo, y las palabras que se añadieran tal vez exigirían del
pueblo cosas adicionales que Dios no ha ordenado. Así Moisés lo advirtió al
pueblo de Israel: «No añadan ni quiten
palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los
mandamientos del Señor su Dios» (Dt 4: 2).
La
determinación precisa del alcance del canon de la Biblia es por consiguiente de
suprema importancia. Para confiar y obedecer a Dios absolutamente debemos tener
una colección de palabras de la que estemos seguros que son las propias
palabras de Dios para nosotros. Si hubiera alguna sección de la Biblia respecto
a la cual tendríamos duda de si son palabras de Dios o no, no consideraríamos
que tienen autoridad divina absoluta y no confiaremos en ellas tanto como
confiaremos en Dios mismo.
A. EL CANON DEL ANTIGUO
TESTAMENTO
¿Donde
empezó la idea de un canon, es decir, la idea de que el pueblo de Israel debía
preservar una colección de las palabras escritas de Dios? La misma Biblia da
testimonio del desarrollo histórico del canon. La colección más temprana de
palabras de Dios escritas fueron los Diez Mandamientos.
Los
Diez Mandamientos, de este modo, forman el principio del canon bíblico. Dios
mismo escribió en dos tablas de piedra las palabras que ordenó a su pueblo: «y
cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de
la ley, que eran dos lajas escritas
por el dedo mismo de Dios» (Ex
31: 18). Después leemos: «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32: 16; cf.
Dt 4: 13; 10:4). Las tablas de la ley fueron depositadas en el arca del pacto
(Dt 10: 5) y constituían los términos del pacto entre Dios y el pueblo!
Esta
colección de palabras absolutamente autoritativas de Dios creció en tamaño en
todo el tiempo de la historia de Israel. Moisés mismo escribió palabras
adicionales que se debían depositar junto al arca del pacto (Dt 31: 24-26).
La
referencia inmediata es evidentemente al libro de Deuteronomio, pero otras
referencias a escritos de Moisés indican que los primeros cuatro libros del
Antiguo Testamento también los escribió él (vea Ex 17: 14; 24: 4; 34: 27; Nm
33: 2; Dt 31: 22).
Después
de la muerte de Moisés, Josué también añadió a la colección de palabras de Dios
escritas: «y los registró en el libro de la ley de Dios» (Jos 24:26). Esto es
especialmente sorprendente a la luz del mandamiento de no añadir ni quitar de
las palabras que Dios le dio al pueblo por medio de Moisés: «No añadan ni
quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno» (Dt. 12: 32).
Para
desobedecer un mandamiento tan específico Josué debe haber estado convencido de
que no estaba arrogándose el derecho de añadir a las palabras escritas de Dios,
sino que Dios mismo le había autorizado tales escritos adicionales.
Más
tarde otros en Israel, por lo general los que ejercían el oficio de profeta,
escribieron palabras adicionales de Dios: A continuación, Samuel explicó al
pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el
Señor (1ª S 10: 25).
Todos los hechos del rey David, desde el primero hasta el último, están
escritos en las crónicas del vidente Samue1, del profeta Natán y del vidente
Gad. (1ª Cr 29:29-30).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Josafat, Desde El Primero Hasta
El Último, Están Escritos En Las Crónicas De Jehú Hijo De Jananí, Que Forman
Parte Del Libro De Los Reyes De Israel (2ª Cr 20:34; 1ª R 16:7 En Donde A Jehú,
Hijo De Hanani, Se Le Llama Profeta).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Uzías, Desde El Primero Hasta
El Último, Los Escribió El Profeta Isaías Hijo De Amoz (2ª Cr 26: 22).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Ezequías, Incluyendo Sus
Hazañas, Están Escritos En La Visión Del Profeta Isaías Hijo De Amoz Y En El
Libro De Los Reyes De Judá E Israel (2ª Cr 32: 32).
«Así dice el Señor, el Dios de Israel: "Escribe en un libro todas
las palabras que te he dicho Jer 30: 2).
Para
ver otros pasajes que ilustran el crecimiento de la colección de las palabras
de Dios escritas vea 2ª Cr 9: 29; 12: 15; 13: 22; Is 30:8; Jer 29: 1; 36: 1-32;
45: 1; 51: 60; Ez 43: 11; Dan 7: 1; Hab 2:2. Las adiciones surgieron parlo
general mediante la agencia de un profeta.
El
contenido del canon del Antiguo Testamento continuó creciendo hasta el tiempo
del fin del proceso de escribir. Si fechamos a Hageo en 520 a. C, Zacarías en
el 520-518 a.C. (tal vez con más material añadido después de 480 a.C.), y
Malaquías alrededor de 435 a. C., tenemos una idea de las fechas aproximadas de
los últimos profetas del Antiguo Testamento. Aproximadamente coinciden con este
período los últimos libros de la historia del Antiguo Testamento: Esdras,
Nehemías y Ester.
Esdras
fue a Jerusalén el 458 a.C., y Nehemías estuvo en Jerusalén de 445-423 a.C.3
Ester fue escrito en algún momento después de la muerte de Jerjes I (Asuero) en
465 a.C. y es probable una fecha durante el reinado de Artajerjes (464-423
a.C.).
Así
que aproximadamente después de 435 a. C. no hubo más adiciones al canon del
Antiguo Testamento. La historia posterior del pueblo judío se anotó en otros
escritos, tales como los libros de Macabeos, pero se pensó que esos escritos no
ameritaban que se les incluyera con las colecciones de las palabras de Dios de
años anteriores.
Cuando
pasamos a la literatura judía fuera del Antiguo Testamento, vemos que la
creencia de que las palabras debidamente autoritativas de Dios habían cesado
queda atestiguada claramente en varios diferentes trozos de literatura judía
extrabíblica.
En 1ª
Macabeos (alrededor de 100 a.C.) el autor escribe del altar profanado: «Así
pues, demolieron el altar y colocaron las piedras en la colina del templo, en
lugar apropiado, hasta que viniera un profeta que les indicara lo que debían
hacer con ellas» (1ª Mac 4: 45-46,). Al parecer sabían que nadie podía hablar
con la autoridad de Dios como lo habían hecho los profetas del Antiguo
Testamento.
El
recuerdo de un profeta autoritativo entre el pueblo era algo que pertenecía al
pasado distante, porque el autor podía hablar de una gran aflicción «como no se
había visto desde que desaparecieron los profetas» (1 Mac 9: 27; cf. 14: 41).
Josefa
(nació c. 37 ó 38 d.C.) explicó: «Desde Artajerjes hasta nuestros propios
tiempos se ha escrito una historia completa, pero no se la ha considerado digna
de igual crédito como los registros anteriores, debido a la interrupción de la
sucesión exacta de los profetas» (Contra
Apio 1.41).
Esta
afirmación de parte del más grande historiador judío del primer siglo d.C.
muestra que sabía de los escritos ahora considerados parte de la «apócrifa»,
pero que él (y muchos de sus contemporáneos) consideraban estos otros escritos
«no ... dignos de igual crédito» con lo que ahora conocemos como Escrituras del
Antiguo Testamento. Según el punto de vista de Josefa, no había habido «palabra
de Dios» añadidas a las Escrituras después de alrededor de 435 a.C.
La
literatura rabínica refleja una convicción similar en su afirmación repetida de
que el Espíritu Santo (en la función del Espíritu de inspirar la profecía)
partió de Israel. «Después de que los últimos profetas Hageo, Zacarías y
Malaquías murieron, el Espíritu Santo se separó de Israel, pero ellos todavía
tenían a su disposición la bat kol (Talmud
Babilónico Yomah, repetido en Sota 48 b, Sanedrín 11a y Midrash Rabbah on
Cantar de Cantares 8. 9.3).
La
comunidad del Qurram (secta judía que dejó los Rollos del Mar Muerto) también
esperaba un profeta cuyas palabras tendrían autoridad para invalidar cualquier
regulación existente en otras partes en
la antigua literatura judía (vea 2 Baruc 85: 3 y Oración de Azarías 15). Así
que el pueblo judío no aceptó en general escritos posteriores a alrededor de
435 a.C. como que tuvieran igual autoridad con el resto de las Escrituras.
En el
Nuevo Testamento no tenemos ningún registro de disputa entre Jesús y los judíos
sobre la extensión del canon. Evidentemente había pleno acuerdo entre Jesús y
sus discípulos, por un lado, y los dirigentes judíos y el pueblo judío, por
otro, de que las adiciones al canon del Antiguo Testamento habían cesado
después del tiempo de Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Este
hecho queda confirmado por las citas del Antiguo Testamento que hacen Jesús y
los autores del Nuevo Testamento. Según un conteo, Jesús y los autores del
Nuevo Testamento citan varias partes de las Escrituras del Antiguo Testamento
como divinamente autoritativas más de 295 veces, pero ni una sola vez citan
como divinamente autoritativa alguna afirmación de los libros apócrifos ni de
ningún otro escrito.
La
ausencia de tales referencias a otra literatura como divinamente autoritativa,
y la extremadamente frecuente referencia a cientos de lugares del Antiguo
Testamento como divinamente autoritativos, da fuerte confirmación al hecho de
que los autores del Nuevo Testamento concordaban en que se tomaba el canon
establecido del Antiguo Testamento, ni más ni menos, como las mismas palabras
de Dios.
¿Qué
diremos entonces en cuanto a la Apócrifa, la colección de libros incluida en el
canon por la iglesia católica romana pero excluida del canon por el
protestantismo.
Los
judíos nunca aceptaron estos libros como Escrituras, pero en toda la historia
temprana de la iglesia hubo una opinión dividida en cuanto a si deberían ser
parte de las Escrituras o no. Ciertamente, la evidencia cristiana más temprana
va decididamente en contra de considerar a la apócrifa como Escrituras, pero el
uso de los apócrifos gradualmente aumentó en algunas partes de la iglesia hasta
el tiempo de la Reforma.
El
hecho de que Jerónimo incluyó estos libros en la Vulgata latina (terminada en
el4ü4 d.C.) dio respaldo a su inclusión, aunque el mismo Jerónimo dijo que no
eran «libros del canon» sino meramente «libros de la iglesia» que Hch 17: 28; Tít.
1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba.
Nunca
se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras
dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina
a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni Enoc ni los autores que
Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro
de la Apócrifa.
La
apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit,
adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la
Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el
dragón, la Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos
escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta
(traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que
hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción
moderna, eran útiles y provechosos para los creyentes.
El
amplio uso de la Vulgata latina en siglos
subsiguientes garantizó su continua disponibilidad, pero el hecho de que no tuvieron original hebreo que los
respaldara, y su exclusión del canon judío, así como la falta de citas de ellos en el Nuevo Testamento, llevó a
muchos a verlos con suspicacia
o a rechazar su autoridad. Por ejemplo, la lista cristiana más antigua de libros del Antiguo Testamento que
existe hoyes la compilada por Melitón, obispo de Sardis, quien escribió alrededor de 170 d.C.
Cuando Vine Al Este Y Llegué Al Lugar En Donde Estas Cosas Se Predicaban
Y Hacían, Y Aprendí Con Precisión Los Libros Del Antiguo Testamento, Anoté Los
Hechos Y Se Los Envíe. Estos Son Sus Nombres: Cinco Libros De Moisés: Génesis,
Éxodo, Números, Levítico, Deuteronomio, Josué Hijo De Nun, Jueces, Rut, Cuatro
Libros De Reinos, ID Dos Libros De Crónicas, Los Salmos De David, Los
Proverbios De Salomón Y Su Sabiduría, Ll Eclesiastés, El Cantar De Los
Cantares, Job, Los Profetas Isaías, Jeremías, Los Doce En Un Solo Libro,
Daniel, Ezequiel, Esdras.
Es
digno de notarse aquí que Melitón no menciona ninguno de los libros apócrifos,
pero sí incluye todos los libros de nuestros libros del Antiguo Testamento
actual excepto Ester. Eusebio también cita a Orígenes respaldando la mayoría de
los libros de nuestro presente canon del Antiguo Testamento (incluyendo Ester),
pero no presenta ningún libro de los apócrifos como canónico, y de los libros
de los Macabeos explícitamente se dice que están «fuera de estos [libros
canónicos]».
En
forma similar, en el 367 d.C., cuando el gran líder de la iglesia Atanasia,
obispo de Alejandría, escribió su Carta Pascual, hizo una lista de todos los
libros de nuestro canon presente del Nuevo Testamento y de todos los libros de
nuestro canon presente del Antiguo Testamento excepto Ester.
También
mencionó algunos libros de la apócrifa tales como la Sabiduría de Salomón, la
Sabiduría de Sirac, Judit y Tobías, y dijo que estos «en verdad no estaban
incluidos en el canon, pero los padres manera en acuerdo o en el periodo más
temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia
rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano
primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: «Sobre la cuestión de
la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente
cristiana primitiva es negativa».
Los
señalaban para que los leyeran los que se unían recientemente a nosotros, y que
desean instrucción en la palabra de santidad». Sin embargo, otros dirigentes de
la iglesia primitiva en efecto citaron varios de estos libros como Escrituras.
Hay
incongruencias doctrinales históricas en varios de estos libros. E. J. y oung
anota:
No Hay Marcas En Estos Libros Que Atestigüen Un Origen Divino.... Judit
Y Tobías Contienen Errores Históricos, Cronológicos Y Geográficos. Estos Libros
Justifican La Falsedad Y El Engaño, Y Hacen Que La Salvación Dependa De Obras
De Mérito. '" Eclesiástico Y Sabiduría De Salomón Inculcan Una Moralidad
Basada En La Conveniencia. Sabiduría Enseña La Creación Del Mundo Con Materia
Preexistente (Sab. 11. 17). Eclesiástico Enseña Que Dar Limosnas Hace Expiación
Por El Pecado (Eclesiástico 3. 30). En Baruc Se Dice Que Dios Oye Las Oraciones
De Los Muertos (Baruc 3. 4), Y En 1ª Macabeos Hay Errores Históricos Y
Geográficos.
No fue
sino hasta 1546, en el concilio de Trento, que la Iglesia Católica Romana
oficialmente declaró que los apócrifos eran parte del canon (con excepción de 1
y 2 Esdras, y la Oración de Manasés). Es significativo que el concilio de
Trento fue la respuesta de la Iglesia Católica Romana a las enseñanzas de
Martín Lutero y la Reforma Protestante que se extendía rápidamente, y los
libros de la Apócrifa contenían respaldo para la enseñanza católica de las
oraciones por los muertos y la justificación por fe más obras, y no por fe
sola.
Al
ratificar a los apócrifos como dentro del canon, los católicos romanos podían
sostener que la iglesia tiene la autoridad de declarar una obra literaria como
«Escrituras», en tanto que los protestantes habían sostenido que la iglesia no
puede hacer que algo se considere Escrituras, sino que sólo puede reconocer lo
que Dios ya ha hecho que se escriba como sus propias palabras.
(Una
analogía aquí sería decir que un investigador policial puede reconocer dinero
falsificado como falsificado y puede reconocer el dinero genuino como genuino,
pero no puede hacer que el dinero falsificado sea genuino, ni puede ninguna
declaración de ningún número de policías hacer que el dinero falsificado sea
algo que no es. Sólo la tesorería oficial de una nación puede hacer dinero que
sea dinero de verdad; de manera similar, solo Dios puede hacer que las palabras
sean palabras suyas y dignas de incluirse en las Escrituras).
Así
que los escritos de los apócrifos no se deben considerar como parte de las
Escrituras:
(1) Ninguno de ellos afirma tener la misma clase de
autoridad que tenían los escritos del Antiguo Testamento;
(2) Los judíos, de quienes ellos se originaron, no los
consideraban palabras de Dios;
(3) Ni Jesús ni los autores del Nuevo Testamento los consideraban
Escrituras; y
(4) Contienen enseñanzas incongruentes con el resto de
la Biblia.
Debemos
concluir que son solo palabras humanas, y no palabras inspiradas por Dios como
las palabras de las Escrituras. Tienen valor para la investigación histórica y
lingüística, y contienen una cantidad de relatos útiles en cuanto al valor y la
fe de muchos judíos durante el período posterior a la conclusión del Antiguo
Testamento, pero nunca han sido parte del canon del Antiguo Testamento, y no se
les debe considerar parte de la Biblia.
Por
consiguiente, no tienen ninguna autoridad obligatoria para el pensamiento o
vida de los cristianos hoy.
En
conclusión, con respecto al canon del Antiguo Testamento, los cristianos de hoy
no tienen por qué preocuparse que algo se haya dejado fuera, ni de que se haya
incluido algo que no sea palabra de Dios.
NOTA: Vea Roger
Nicole, «New Testament Use of the Old Testament», en Revelation and the Bible, ed. Cad F. H. Henry (Tyndale Press,
Londres, 1959), pp. 137-141.
Judas 14-15 en efecto cita 1 Enoc 60.8
y 1.9, Y Pablo por lo menos dos veces cita autores griegos paganos (vea Hch
17:28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que
de prueba. Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las
Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de
autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni 1 Enoc ni
los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita
ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes
escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón,
Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los
tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón,
La Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la
Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos
judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena
traducción moderna, The O: xford
Annotated Apocrypha (RVS), ed. Bruce M. Metzger (Nueva York: Oxford
University Press, 1965). Metzger incluye breves introducciones y útiles
anotaciones a los libros.
La palabra griega apócrifa quiere decir «cosas
ocultas», pero Metzger nota (p. IX) que los eruditos no están seguros de por qué esta palabra se
aplicó a estos escritos.
Una encuesta detallada de los
diferentes puntos de vista de los cristianos respecto a la Apócrifa se halla en
F. F.
Bruce, The Canonof Scripture (Inter Varsity
Press, Downers Grave, m., 1988), pp.
68-97. Un estudio incluso más detallado se halla en Roger Beckwith, The Old Testament Canon ofthe New Testament
Church and Its Background in Early
Judaism (SPCK, Londres, 1985, y Eerdmans,
Grand Rapids, 1986), esp. pp. 338-433. El libro de Beckwith ya se ha
establecido como la obra definitiva sobre el canon del Antiguo Testamento. A la
conclusión de su estudio Beckwith dice: «La inclusión de varias apócrifa y
pseudopígrafa en el canon de los primeros cristianos no se hizo de una manera
en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo
gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo
conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego
concluye: e «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe
la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa» (pp. 436-437).
De Eusebio, Historia Eclesiástica 4.26.14. Eusebio, quien escribió en1325 d.
C., fue el primer gran historiador de la iglesia. Esta cita es traducida de la
traducción al inglés Kersopp Lake, Eusebius:
The Ecclesiastical History, dos vals. (Heinamann, Londres; y Harvard,
Cambridge, Ma., 1975), 1:393. Es decir, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes y 2 Reyes.
Esto no se refiere al libro apócrifo
llamado Sabiduría de Salomón, sino que es simplemente una descripción más
completa de Proverbios. Eusebio anota en 4.22.9 que los escritores antiguos
comúnmente llamaban Sabiduría a Proverbios.
Esdras incluía a Esdras y Nehemías,
según la manera hebrea común de referirse a libros combinados. Upar alguna
razón había duda en cuanto a la canonicidad de este en algunas partes de la
iglesia primitiva (en el Oriente pero no en Occidente), pero a la larga las
dudas quedaron resueltas, y el uso cristiano a la larga se hizo uniforme con el
concepto judío, que siempre había contado a Ester como parte del canon, aunque
algunos rabinos se habían opuesto por sus propias razones. (DEA la explicación
del concepto judío en Beckwith, Canon,
Pp. 288-297).
Eusebio, Ecclesiastical History 6.15.2. Orígenes murió alrededor del 254
d.C. Orígenes menciona todos los libros del canon presente del Antiguo
Testamento excepto los doce profetas menores (que se contarían como un solo
libro), pero esto deja su lista de «veintidós libros» incompleta en veintiuno,
así que evidentemente la cita de Eusebio es incompleta, por lo menos en la
forma que la tenemos hoy. Eusebio mismo en otras partes repite la afirmación
del historiador judío Josefo de que las Escrituras contenían veintidós libros,
pero nada desde tiempo de Artajerjes (3.10.1-5), y esto excluiría toda la
apócrifa.
B. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO
El
desarrollo del canon del Nuevo Testamento empieza con los escritos de los Apóstoles.
Hay que recordar que la escritura de las Escrituras primordialmente ocurre en
conexión con los grandes actos de Dios en la historia de la redención.
El
Antiguo Testamento registra e interpreta para nosotros el llamamiento de
Abraham y la vida de sus descendientes, el éxodo de Egipto y el peregrinaje por
el desierto, el establecimiento del pueblo de Dios en la tierra de Canaán, el
establecimiento de la monarquía, y la deportación y el regreso del cautiverio.
Cada uno de estos grandes actos de Dios en la historia se interpreta para
nosotros en las propias palabras de Dios en las Escrituras.
El
Antiguo Testamento cierra con la expectativa del Mesías que vendría (Mal 3:1-4;
4:1-6). La siguiente etapa en la historia de la redención es la venida del Mesías,
y no es sorpresa que no hubieran Escrituras adicionales mientras no tuviera
lugar el siguiente y más grandioso suceso en la historia de la redención.
Por
eso el Nuevo Testamento consiste de los escritos de los apóstoles. Es
primordialmente a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo les da la capacidad
de recordar con precisión las palabras y obras de Jesucristo, e interpretarlas
correctamente para las generaciones subsiguientes.
En
Juan 14: 26, Jesús les prometió a sus discípulos este poder (a los que se les
llamó apóstoles después de la resurrección): «Pero el Consolador, el Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y
les hará recordar todo lo que les he dicho». De modo similar, Jesús prometió
más revelación de verdad de parte del Espíritu Santo cuando les dijo a sus
discípulos: «Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda
la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que
oiga y les anunciará las cosas por venir.
Él me
glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes» Gen 16:
13-14). En estos versículos a los discípulos se les promete dones asombrosos
que los capacitarán para escribir las Escrituras: el Espíritu Santo les
enseñaría «toda la verdad», les haría recordar «todo» lo que Jesús había dicho
y los guiaría a «toda la verdad».
Además,
a los que tenían el oficio de apóstol en la iglesia primitiva se les ve
afirmando que tenían una autoridad igual a la de los profetas del Antiguo
Testamento, autoridad para hablar y escribir palabras que eran palabras del
mismo Dios. Pedro anima a sus lectores a recordar «el mandamiento que dio
nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles» (2ª P 3:2). Mentir a los
apóstoles (Hch 5:2) equivale a mentir al Espíritu Santo (Hch 5: 3) y mentir a
Dios (Hch 5: 4).
Esta
afirmación de ser capaces de hablar palabras que eran palabras de Dios mismo es
especialmente frecuente en los escritos del apóstol Pablo. Él afirma no sólo
que el Espíritu Santo le ha revelado lo que «ningún ojo ha visto, ningún oído
ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para
quienes lo aman» (1ª Co 2: 9), sino que también cuando declara esta revelación
la habla «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino enseñadas por el
Espíritu, interpretando las cosas espirituales con palabras espirituales» (1ª
Co 2: 13, traducción del autor).
De
modo similar, Pablo les dice a los corintios: «Si alguno se cree profeta o
espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor» (1ª Co
14:37). La palabra que se traduce «esto que» en este versículo es un pronombre
relativo plural en griego (ja) que
se podría traducir más literalmente «las
cosas que les escribo».
De
este modo Pablo afirma que sus directivas a la iglesia de Corinto no son
meramente de su propia cosecha sino un mandamiento del Señor. Más adelante, al
defender su oficio apostólico Pablo dice que les dará a los corintios «una
prueba de que Cristo habla por medio de mí» (2ª Co 13: 3). Otros versículos
similares se podrían mencionar (por ejemplo, Ro 2: 16; Gá 1: 8-9; 1ª Ts 2: 13;
4: 8, 15; 5: 27; 2ª Ts 3:6,14).
Los
apóstoles, entonces, tienen autoridad para escribir palabras que son palabras
del mismo Dios, igual en estatus de verdad y autoridad a las palabras de las
Escrituras del Antiguo Testamento. Hacen esto para escribir, interpretar y
aplicar a la vida de los creyentes las grandes verdades en cuanto a la vida,
muerte y resurrección de Cristo.
No
debería sorprendernos, por consiguiente, hallar algunos de los escritos del
Nuevo Testamento siendo colocados con las Escrituras del Antiguo Testamento
como parte del canon de las Escrituras. De hecho, esto es lo que hallamos en
por lo menos dos casos.
En 2ª
Pedro 3: 16, Pedro muestra no sólo que está consciente de la existencia de los
escritos de Pablo, sino que también está claramente dispuesto a clasificar
«todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras»; Pedro dice: «Tal como
les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios
le dio.
En
todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos
difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás
Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3:15-16).
La
palabra que se traduce «Escrituras» aquí es grajé, palabra que ocurre cincuenta y una veces en el Nuevo
Testamento y en cada una de esas ocasiones se refiere a las Escrituras del
Antiguo Testamento. Así que la palabra Escrituras
era un término técnico para los autores del Nuevo Testamento, y la
aplicaban sólo a los escritos que pensaban que eran palabras de Dios y por
consiguiente parte del canon de las Escrituras. Pero en este versículo Pedro
clasifica los escritos de Pablo como «las demás Escrituras» (refiriéndose a las
Escrituras del Antiguo Testamento).
Por
consiguiente, Pedro consideraba los escritos de Pablo también como dignos del
título de «Escrituras», y por consiguiente dignos de que se incluyeran en el
canon.
Una
segunda instancia se halla en 1ª Timoteo 5: 17-18. Pablo dice: «Los ancianos
que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor,
especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza. Pues la Escritura dice: "No le
pongas bozal al buey mientras esté trillando", y "El trabajador
merece que se le pague su salario"».
La
primera cita de las «Escrituras» se halla en Deuteronomio 25: 4, pero la
segunda cita, «El trabajador merece que se le pague su salario» no se halla en
ninguna parte del Antiguo Testamento. Aparece eso sí, no obstante, en Lucas
10:7 (con exactamente las mismas palabras en el texto griego). Así que aquí
tenemos a Pablo aparentemente citando una porción del Evangelio de Lucas y
llamándola «Escritura», es decir, algo que se debe considerar como parte del
canon.
En
estos dos pasajes (2ª P 3: 16 y 1ª Ti 5: 17-18) vemos evidencia de que muy
temprano en la historia de la iglesia se empezó a aceptar los escritos del
Nuevo Testamento como parte del canon.
Debido
a que los apóstoles, en virtud de su oficio apostólico, tuvieron autoridad para
escribir palabras de las Escrituras, la iglesia primitiva aceptó como parte del
canon de las Escrituras las auténticas enseñanzas escritas de los apóstoles. Si
aceptamos los argumentos para las nociones tradicionales de autoría de los
escritos del Nuevo Testamento, tenemos la mayor parte del Nuevo Testamento en
el canon debido a la autoría directa de los apóstoles.
Esto
incluiría Mateo, Juan, Romanos a Filemón (todas las Epístolas paulinas),
Santiago; 1 y 2 Pedro; 1, 2 Y 3 Juan, y Apocalipsis. Eso deja cinco libros:
Marcos, Lucas, Hechos, Hebreos y Judas, que no fueron escritos por apóstoles.
Los detalles del proceso histórico por el cual la iglesia primitiva llegó a
contar estos libros como parte de las Escrituras son escasos, pero Marcos,
Lucas y Hechos se reconocieron muy temprano, probablemente debido a la íntima
asociación de Marcos con el apóstol Pedro, y de Lucas (el autor de Lucas y
Hechos) con el apóstol Pablo.
De
modo similar, se aceptó Judas evidentemente en Alguien podría objetar que Pablo
podría estar citando una tradición oral de las palabras de Jesús antes que del
Evangelio de Lucas, pero es dudoso que Pablo llamara «Escrituras» a cualquier
tradición oral, puesto que la palabra (gr, grafé, «escritos») en el uso del Nuevo Testamento siempre se
aplica a textos escritos, y dada la íntima asociación de Pablo con Lucas hace
muy posible que estuviera citando el Evangelio escrito por Lucas.
Lucas
mismo no fue apóstol, pero aquí se le concede a su Evangelio autoridad igual a
la de los escritos apostólicos.
Evidentemente
esto se debió a su íntima asociación con los apóstoles, especialmente Pablo, y
el endoso de su Evangelio de parte de un apóstol.
La
aceptación de Hebreos como canónico la promovieron muchos en la iglesia en base
a que se daba por sentada su autoría paulina. Pero desde los primeros tiempos
hubo otros que rechazaron la autoría paulina a favor de una u otra de varias
sugerencias.
Orígenes,
que murió alrededor del 254 d.C., menciona varias teorías de autoría y
concluye: «Pero, quién en realidad escribió la epístola, sólo Dios lo sabe».
Así que la aceptación de Hebreos como canónico no se debió enteramente a una
creencia en la autoría paulina. Más bien, las cualidades intrínsecas del libro
en sí mismo deben haber convencido finalmente a los primeros lectores, tal como
continúan convenciendo a los creyentes hoy, de que quienquiera que haya sido su
autor humano, su autor en definitiva solo pudo haber sido Dios mismo.
La gloria
majestuosa de Cristo brilla de las páginas de la Epístola a los Hebreos tan
brillantemente que ningún creyente que la lee con seriedad jamás querrá
cuestionar su lugar en el canon.
Esto
nos lleva a la médula del asunto de canonicidad. Para que un libro pertenezca
al canon, es absolutamente necesario que el libro tenga autoría divina. Si las
palabras del libro son palabras de Dios (por medio de autores humanos), y si la
iglesia primitiva, bajo la dirección de los apóstoles, preservó el libro como
parte de las Escrituras, el libro pertenece al canon. Pero si las palabras del
libro no son palabras de Dios, este no pertenece al canon.
La
cuestión de autoría por un apóstol es importante, porque fue primariamente a
los apóstoles a quienes Dios les dio la capacidad de escribir palabras con
absoluta autoridad divina. Si se puede demostrar que un escrito es de un
apóstol, su autoridad divina absoluta queda establecida automáticamente.
Así
que la iglesia primitiva automáticamente aceptó como parte del canon las enseñanzas
escritas de los apóstoles que los apóstoles quisieron preservar como
Escrituras.
Pero
la existencia de algunos escritos del Nuevo Testamento que no fueron de autoría
directa de los apóstoles muestra que hubo otros en la iglesia primitiva a
quienes Dios también les dio la capacidad, por obra del Espíritu Santo, de
escribir palabras que eran palabras de Dios, y por consiguiente con el
propósito de que fueran parte del canon. En estos casos, la iglesia primitiva
tuvo la tarea de reconocer cuáles escritos tenían las características de ser
palabras de Dios (expresadas a través de autores humanos).
Es
también un probable que los mismos apóstoles en vida dieron alguna dirección a
las iglesias respecto a cuáles obras proponían que se preserva y se usen como
Escrituras en las iglesias (vea 1ª Co 14: 16; 2ª Ts 3: 14; 2ª P 3: 16).
Evidentemente
hubo algunos escritos que tuvieron autoridad divina absoluta pero que los
apóstoles decidieron no preservar como «Escrituras» para las iglesias (tales
como la «carta previa» a los Corintios; vea 1ª Co 5:9).
Es
más, los apóstoles dieron mucha enseñanza oral, que tenía autoridad divina (vea
2ª Ts 2: 15) pero que no se escribió ni preservó como Escrituras. De este modo,
además de la autoría apostólica, la preservación de parte de la iglesia bajo la
dirección de los apóstoles fue necesaria para que una obra se incluya en el
canon.
Para
algunos de los libros (por lo menos Marcos, Lucas y Hechos, y tal vez Hebreos y
Judas también), la iglesia tuvo, por lo menos en algunos aspectos, el
testimonio personal de algunos de los apóstoles que todavía vivían que
respaldaban la autoridad divina absoluta de estos libros. Por ejemplo, Pablo
habría respaldado la autenticidad de Lucas y Hechos, y Pedro habría respaldado
la autenticidad de Marcos como que contenía el evangelio que él mismo
predicaba.
En
otros casos, y en algunas regiones geográficas, la iglesia simplemente tuvo que
decidir si oía la voz de Dios mismo hablando en las palabras de esos escritos.
En estos casos, las palabras de los libros habrían sido autoatestiguadoras; es decir, las palabras habrían dado
testimonio de su propia autoría divina conforme los cristianos las leían.
Esto
parece haber sido el caso de Hebreos. No debe ser sorpresa para nosotros que la
iglesia primitiva pudiera reconocer Hebreos y otros escritos, no escritos por
los apóstoles, como palabras de Dios.
¿Acaso
Jesús no había dicho: «Mis ovejas oyen mi voz» Gn 10: 27)? Por consiguiente, No
se debe pensar que es imposible o improbable que la iglesia primitiva pudiera
haber usado una combinación de factores, incluyendo el endoso apostólico,
congruencia con el resto de las Escrituras, y la percepción de que un escrito
era «inspirado por Dios» de parte de una abrumadora mayoría de los creyentes,
para decidir que un escrito era en efecto palabras de Dios (expresadas a través
de un autor humano) y por consiguiente digno de que se incluya en el canon.
Tampoco
se debe tener como improbable que la iglesia pudiera haber usado este proceso a
lo largo de un período de tiempo -conforme los escritos circulaban por varias
partes de la iglesia primitiva- y finalmente llegara a una decisión
completamente correcta, sin excluir ningún escrito que fue en efecto «inspirado
por Dios» y sin incluir ninguno que no lo fue.
En el
367 d.C. la trigésima novena carta pascual de Atanasio contenía una lista
exacta de los veintisiete libros del Nuevo Testamento que tenemos hoy. Esta era
la lista de libros aceptados por las iglesias en la parte oriental del mundo
mediterráneo.
Treinta
años más tarde, en el 397 d.C., el concilio de Cartago, representando a las
iglesias en la parte occidental del mundo mediterráneo, concordó con las
iglesias orientales respecto a la misma lista. Estas son las listas finales más
tempranas de nuestro canon del día presente.
¿Deberíamos
esperar que se añada algún otro escrito al canon? La frase que abre Hebreos
pone esta cuestión en la perspectiva histórica apropiada, la perspectiva de la
historia de la redención: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros
antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales
nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por
medio de él hizo el universo» (Heb 1: 1-2).
En
contraste entre el hablar anterior «en otras épocas» por los profetas y el
reciente hablar «en estos días finales» sugiere que el hablar de Dios a
nosotros por su Hijo es la culminación de su hablar a la humanidad y es la
revelación más grande y final a la humanidad en este período de la historia de
la redención.
La
grandeza En este punto no estoy considerando el asunto de variantes textuales
(es decir, las diferencias en palabras y frases individuales que se hallan
entre las muchas copias antiguas de las Escrituras que todavía existen). Este
asunto se trata en el capítulo 53 excepcional de la revelación que viene por el
Hijo excede con mucho cualquier revelación del antiguo pacto, y se recalca vez
tras vez en los capítulos 1 y 2 de Hebreos.
Estos
hechos indican que hay una finalidad en la revelación de Dios en Cristo, y que
una vez que esa revelación ha quedado completa, no se debe esperar más.
Pero,
¿dónde aprendemos en cuanto a esta revelación por medio de Cristo? Los escritos
del Nuevo Testamento contienen la interpretación final, autoritativa y suficiente
de la obra de Cristo en la redención. Los apóstoles y sus compañeros más
íntimos informan las palabras y obras de Cristo y las interpretan con autoridad
divina absoluta. Cuando terminaron sus escritos, nada más hay que añadir con la
misma autoridad divina absoluta.
Así
que una vez que los escritos de los apóstoles del Nuevo Testamento y sus
compañeros autorizados quedaron completos, tenemos en forma escrita el registro
final de todo lo que Dios quiere que sepamos en cuanto a la vida, muerte y resurrección
de Cristo, y su significado para la vida de los creyentes de todos los tiempos.
Puesto que ésta es la más grande revelación de Dios para la humanidad, no se
debe esperar más una vez que esto quedó completo.
De
esta manera, entonces, Hebreos 1: 1-2 nos muestra por qué no se deben añadir
más escritos a la Biblia después de los tiempos del Nuevo Testamento. El canon
ya está cerrado.
Una
consideración de tipo similar se puede derivar de Apocalipsis 22: 18-19: A todo
el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto
esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en
este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le
quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este
libro.
La
referencia primaria de estos versículos es claramente al mismo libro de
Apocalipsis, porque Juan se refiere a su escrito como «palabras de este libro
de profecía» en el versículo 7 y 10 de este capítulo (y al libro entero se le
llama profecía en Ap 1: 3). Es más, la referencia al «árbol de la vida y, la
ciudad santa, descritos en este libro» indica que se refiere al mismo libro de
Apocalipsis.
No es
accidente, sin embargo, que esta afirmación venga al final del último capítulo
de Apocalipsis, y que Apocalipsis sea el último libro en el Nuevo Testamento.
De
hecho, Apocalipsis tuvo que ser colocado en último lugar en el canon. El orden
en que muchos libros se colocaron en el canon es de poca consecuencia. Pero así
como Génesis se debe colocar primero (porque nos habla de la creación), así
Apocalipsis se debe colocar último (porque su enfoque es decirnos el futuro y
de la nueva creación divina).
Los
eventos descritos en Apocalipsis son históricamente subsiguientes a los eventos
descritos en el resto del Nuevo Testamento y exige que Apocalipsis se coloque
donde está. De este modo, no es inapropiado que entendamos esta
excepcionalmente fuerte advertencia al final de Apocalipsis como aplicándose de
una manera secundaria a todas las Escrituras. Colocada allí, donde debe estar
colocada, la advertencia forma una conclusión apropiada a todo el canon de las
Escrituras. Junto con Hebreos 1: 1-2 y la perspectiva de la historia de la
redención implícita en estos versículos, esta aplicación más amplia de
Apocalipsis 22:18-19 también nos sugiere que no debemos esperar más Escrituras
que se añadan más allá de las que ya tenemos.
¿CÓMO SABEMOS, ENTONCES, QUE TENEMOS LOS LIBROS QUE DEBEMOS TENER EN EL
CANON DE LAS ESCRITURAS?
La
pregunta se puede contestar de dos maneras diferentes.
Primero, si preguntamos en qué debemos basar nuestra
confianza, la respuesta en última instancia debe ser que nuestra confianza se
basa en la fidelidad de Dios. Sabemos que Dios ama a su pueblo, y es de suprema
importancia que el pueblo de Dios tenga
las propias palabras de Dios, porque son nuestra vida (Dt 32: 47; Mt 4: 4).
Son
más preciosas, y más importantes para nosotros que todo lo demás del mundo.
También
sabemos que Dios nuestro Padre tiene las riendas de la historia, y no es la
clase de Padre que nos hará trampas o no nos será fiel, o que nos privará de
algo que absolutamente necesitamos.
La
severidad de los castigos que menciona Apocalipsis 22: 18-19 que les vendrán a
los que añadan o quiten de las palabras de Dios también confirma la importancia
de que el pueblo de Dios tenga un canon correcto. No puede haber castigos más
grandes que éstos, porque son castigos de castigo eterno.
Esto
muestra que Dios mismo asigna valor supremo a que tengamos una colección
correcta de los escritos inspirados por Dios, ni más ni menos. A la luz de este
hecho, ¿podría ser correcto que creamos que Dios nuestro Padre, que controla
toda la historia, permitiría que toda su iglesia esté por casi 2000 años
privada de algo que él mismo valora tan altamente y que es tan necesario para
nuestras vidas espirituales?
La
preservación y compilación correcta del canon de las Escrituras en última
instancia deben verla los creyentes, entonces, no como parte de la historia de
la iglesia subsecuente a los grandes actos centrales de Dios de la redención de
su pueblo, sino como una parte integral de la historia de la redención misma.
Así
como Dios obró en la creación, en el llamado del pueblo de Israel, en la vida,
muerte y resurrección de Cristo, y en la obra inicial y escritos de los
apóstoles, Dios obró en la preservación y compilación de los libros de las
Escrituras para beneficio de su pueblo por toda la edad de la iglesia. En
definitiva, entonces, basamos nuestra confianza en la corrección de nuestro
canon presente en la fidelidad de Dios.
La
pregunta de cómo sabemos que tenemos los libros que debemos tener puede, en
segundo lugar, contestarse de una manera algo diferente. Podemos querer
enfocamos en el proceso por el cual nos hemos persuadido de que los libros que
tenemos ahora en el canon son los precisos. En este proceso dos factores
intervienen: la actividad del Espíritu Santo que nos convence al leer las
Escrituras por nosotros mismos, y la información histórica que tenemos
disponible para nuestra consideración.
Al
leer la Biblia. el Espíritu Santo obra para convencemos de que los libros que
tenemos en las Escrituras son todos de Dios y que son palabras suyas para
nosotros. Ha sido el testimonio de los cristianos por todas las edades que al
leer los libros de la Biblia, las palabras de las Escrituras les hablan al
corazón como ningún otro libro. Día tras día, año tras año, los creyentes
hallan que las palabras de la Biblia son en verdad palabras de Dios que les
hablan con una autoridad, poder y persuasión que ningún otro escrito posee.
Verdaderamente
la Palabra de Dios es «viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de
dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la
médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (
Heb 4: 12).
Sin
embargo el proceso por el cual nos persuadimos de que el canon presente es
correcto también recibe ayuda de la información histórica. Por supuesto, si la
compilación del canon fue una parte de los actos centrales de Dios en la
historia de la redención (como indicamos arriba), los cristianos de hoy no
deben tener el atrevimiento de añadir o sustraer de los libros del canon.
El
proceso quedó completo hace mucho tiempo. No obstante, una investigación cabal
de las circunstancias históricas que rodearon la compilación del canon es útil
para confirmar nuestra convicción de que las decisiones tomadas por la iglesia
primitiva fueron decisiones correctas.
Algo
de esta información histórica ya se ha mencionado en las páginas precedentes.
Otra información, más detallada, está disponible para los que desean emprender
investigaciones más especializadas.
Sin
embargo se debe mencionar otro hecho histórico adicional. Hoy no existe ningún
candidato fuerte para añadirse al canon ni ninguna objeción fuerte contra algún
libro que ya está en el canon. De los escritos que algunos de la iglesia
primitiva quisieron incluir en el canon, es seguro decir que ninguno de los evangélicos
del día presente lo querrían incluir. Algunos de los escritores más tempranos
se distinguieron muy claramente de los apóstoles, y sus escritos de los
escritos de los apóstoles.
Ignacio,
por ejemplo, alrededor del 110 d.C., dijo: «No les ordeno como les ordenó Pedro
y Pablo; ellos fueron apóstoles y
yo soy un convicto; ellos eran libres, y yo hasta ahora soy esclavo» (Ignacio, A los romanos 4.3; compare la actitud
hacia los apóstoles en 1ª Clemente 42. 1, 2; 44: 1-2 [95 d.C.]; Ignacio, A los magnesianos 7: 1; 13: 1-2; et
al.).
Incluso
los escritos que por un tiempo algunos pensaban que merecían que se los
incluyera en el canon contienen enseñanza doctrinal contradictoria al resto de
las Escrituras. «El Pastor» de Hermas, por ejemplo, enseña «la necesidad de la
penitencia» y «la posibilidad de perdón de pecados por lo menos una vez después
del bautismo.
El
autor parece identificar al Espíritu Santo con el Hijo de Dios antes de la
encarnación, y sostener que la Trinidad surgió sólo después de que la humanidad
de Cristo había sido llevada al cielo» El Evangelio de Tomás, que algunos por un tiempo sostuvieron que
pertenecía al canon, termina con la siguiente afirmación absurda,.
Simón
Pedro les dijo: «Dejen que María se vaya de nosotros, porque las mujeres no
merecen vivir». Jesús dijo: «He aquí, yo la guiaré, para poder hacerla varón,
para que ella también pueda llegar a ser un espíritu viviente, parecido a
ustedes varones. Porque toda mujer que se hace a sí misma varón entrará en el
reino de los cielos».
Todos
los otros documentos existentes que en la iglesia primitiva tuvieron alguna
posibilidad de que se los incluyera en el canon son similares a éstos en que
bien contienen renuncias explícitas de status canónico o incluyen alguna
aberración doctrinal que claramente los hace indignos de que se los incluya en
la Biblia.
Por
otro lado, no hay ninguna objeción fuerte contra ningún libro que al presente
consta en el canon. En el caso de varios libros del Nuevo Testamento que se
demoraron en obtener la aprobación de la iglesia entera (libros tales como 2ª
Pedro o 2 y 3 Juan), mucha de la vacilación inicial en cuanto a incluirlos se
puede atribuir al hecho de que al principio no circularon ampliamente, y que el
conocimiento total del contenido de todos los escritos del Nuevo Testamento se
esparció por la iglesia más bien lentamente.
(La
vacilación de Martín Lutero en cuanto a Santiago es muy entendible en vista de
la controversia doctrinal en que estaba involucrado, pero tal vacilación no fue
ciertamente necesaria. Lo que parece ser conflicto doctrinal con la enseñanza
de Pablo se resuelve fácilmente una vez que se reconoce que Santiago está
usando tres términos clave, justificación,
fe y obras en sentidos
diferentes a los que Pablo los usa).
Hay,
por consiguiente, confirmación histórica de la corrección del canon presente.
Sin embargo se debe recordar en conexión con cualquier investigación histórica
que el propósito de la iglesia primitiva no era otorgar autoridad divina o
incluso autoridad eclesiástica a escritos meramente humanos, sino más bien
reconocer la característica de autoría divina de escritos que ya tenían tal
calidad.
Esto
se debe a que el criterio supremo de la canonicidad es la autoría divina, no la
aprobación humana o eclesiástica.
En
este punto alguien pudiera hacer una pregunta hipotética en cuanto a qué
haríamos si se descubriera, por ejemplo, alguna epístola de Pablo. ¿Se añadiría
a las Escrituras? Esta es una pregunta dificil, porque intervienen dos
consideraciones conflictivas. Por un lado, si una gran mayoría de los creyentes
se convencieran de que en verdad fue una epístola paulina auténtica, escrita
por Pablo en el curso de su oficio apostólico, la naturaleza de la autoridad
apostólica de Pablo garantizaría que el escrito es palabra de Dios (tanto como
las de Pablo), y que su enseñanza es congruente con el resto de las Escrituras.
Pero
el hecho de que no fue preservada como parte del canon indicaría que no estuvo
entre los escritos que los apóstoles querían que la iglesia preservara como parte
de las Escrituras. Es más, se debe decir de inmediato que tal pregunta
hipotética es simplemente eso: hipotética.
Es
excepcionalmente dificil imaginar qué clase de información histórica se podría
descubrir que pudiera demostrar convincentemente a la iglesia como un todo que
una carta perdida por más de 1900 años fue de la autoría genuina de Pablo, y
todavía más dificil entender cómo nuestro Dios soberano pudo haber cuidado
fielmente a su pueblo por más de 1900 años y con todo permitir que estuvieran privados
continuamente de algo que él propuso que tuvieran como parte de su revelación
final de sí mismo en Jesucristo.
Estas
consideraciones hacen altamente improbable que un manuscrito así se descubra en
algún momento en el futuro, y que una pregunta hipotética como esa en realidad
no merece ninguna otra consideración seria.
En
conclusión, ¿hay algún libro en nuestro canon actual que no debería estar allí?
No. Podemos apoyar nuestra confianza respecto a este hecho en la fidelidad de
Dios nuestro Padre, que no guiaría a todo su pueblo por casi 2000 años a tener
como palabra suya algo que no lo es. Y hallamos nuestra confianza repetidamente
confirmada tanto por la investigación histórica y por la obra del Espíritu
Santo al capacitarnos para oír la voz de Dios de una manera única al leer de
cada uno de los sesenta y seis libros en el canon presente de las Escrituras.
Pero,
¿hay algún libro que falta, libro que se debería haber incluido en las
Escrituras pero que no se lo incluyó? La respuesta debe ser no. En toda la
literatura conocida no hay ningún candidato que siquiera se acerque a las
Escrituras cuando seda consideración a su congruencia doctrinal con el resto de
las Escrituras y al tipo de autoridad que afirma tener (tanto como la manera en
que esas afirmaciones de autoridad han sido recibidas por otros creyentes).
De
nuevo, la fidelidad de Dios a su pueblo nos convence de que nada falta en las
Escrituras que Dios piense que necesitamos saber para obedecerle y confiar en
él plenamente. El canon de las Escrituras hoyes exactamente lo que Dios quería
que fuera, y se quedará de esa manera hasta que Cristo vuelva.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. ¿Por qué es importante para su vida cristiana saber cuáles escritos son
palabras de Dios y cuáles no lo son? ¿Cómo sería diferente su relación con Dios
si tuviera que buscar sus palabras esparcidas entre todos los escritos de los
cristianos a través de toda la historia de la iglesia? ¿Cómo sería diferente su
vida cristiana si las palabras de Dios estuvieran contenidas no sólo en la
Biblia, sino también en las declaraciones oficiales de la iglesia a través de
la historia?
2. ¿Ha tenido usted alguna duda o preguntas en cuanto a la canonicidad de
algún libro de la Biblia? ¿Qué motivó esas preguntas? ¿Qué debe hacer uno para
resolverlas?
3. Mormones, Testigos de Jehová y miembros de otras sectas han aducido
revelaciones de Dios en el día presente que ellos consideran iguales a la
Biblia en autoridad. ¿Qué razones puede dar usted para indicar la falsedad de
esas afirmaciones? En la práctica, ¿tratan esas personas a la Biblia como con
igual autoridad igual a la de esas otras «revelaciones»?
4. Si usted nunca ha leído alguna parte de los apócrifos del Antiguo
Testamento, tal vez quiera leer algunas secciones. ¿Piensa usted que puede
confiar en esos escritos de la misma manera en que confía en la Biblia? Compare
los efectos de estos escritos sobre usted y el efecto de la Biblia sobre usted.
Tal vez usted quiera hacer una comparación similar con algunos escritos de una
colección de libros llamados los apócrifos del Nuevo Testamento, o tal vez del Libro de Mormón o el Corán. ¿Es el efecto espiritual de
estos escritos sobre su vida positivo o negativo? ¿Cómo se compara eso con el
efecto espiritual que la Biblia ejerce sobre su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Apócrifa,
apóstol, auto-atestiguador, canon, canónico, historia de la redención,
inspirado por Dios pacto
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Hebreos 1: 1-2: Dios, Que Muchas Veces Y De Varias Maneras Habló A Nuestros Antepasados
En Otras Épocas Por Medio De Los Profetas, En Estos Días Finales Nos Ha Hablado
Por Medio De Su Hijo. A Éste Lo Designó Heredero De Todo, Y Por Medio De Él
Hizo El Universo.