EL CANON DE LAS ESCRITURAS

¿QUÉ PERTENECE A LA BIBLIA Y QUÉ NO PERTENECE A ELLA?

EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
El estudio previo concluyó que es especialmente a las palabras escritas de Dios en la Biblia a las que dedicaremos nuestra atención. Antes de hacerlo, sin embargo, debemos saber cuáles escritos pertenecen a la Biblia y cuáles no.
Esto se refiere al canon de la Biblia, que se puede definir como sigue: El canon de la Biblia es la lista de todos los libros que pertenecen a la Biblia.
No se debe subestimar la importancia de este asunto. Las palabras de las Escrituras son las palabras por las cuales nutrimos nuestra vida espiritual. Así que podemos reafirmar el comentario de Moisés al pueblo de Israel en referencia a las palabras de la ley de Dios: «Porque no son palabras vanas para ustedes, sino que de ellas depende su vida; por ellas vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán» (Dt 32: 47).
Añadir o sustraer de las palabras de Dios sería impedir que el pueblo de Dios le obedezca plenamente, porque los mandamientos que se sustrajeran no los conocería el pueblo, y las palabras que se añadieran tal vez exigirían del pueblo cosas adicionales que Dios no ha ordenado. Así Moisés lo advirtió al pueblo de Israel: «No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los mandamientos del Señor su Dios» (Dt 4: 2).
La determinación precisa del alcance del canon de la Biblia es por consiguiente de suprema importancia. Para confiar y obedecer a Dios absolutamente debemos tener una colección de palabras de la que estemos seguros que son las propias palabras de Dios para nosotros. Si hubiera alguna sección de la Biblia respecto a la cual tendríamos duda de si son palabras de Dios o no, no consideraríamos que tienen autoridad divina absoluta y no confiaremos en ellas tanto como confiaremos en Dios mismo.

A. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO

¿Donde empezó la idea de un canon, es decir, la idea de que el pueblo de Israel debía preservar una colección de las palabras escritas de Dios? La misma Biblia da testimonio del desarrollo histórico del canon. La colección más temprana de palabras de Dios escritas fueron los Diez Mandamientos.
Los Diez Mandamientos, de este modo, forman el principio del canon bíblico. Dios mismo escribió en dos tablas de piedra las palabras que ordenó a su pueblo: «y cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo mismo de Dios» (Ex 31: 18). Después leemos: «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32: 16; cf. Dt 4: 13; 10:4). Las tablas de la ley fueron depositadas en el arca del pacto (Dt 10: 5) y constituían los términos del pacto entre Dios y el pueblo!
Esta colección de palabras absolutamente autoritativas de Dios creció en tamaño en todo el tiempo de la historia de Israel. Moisés mismo escribió palabras adicionales que se debían depositar junto al arca del pacto (Dt 31: 24-26).
La referencia inmediata es evidentemente al libro de Deuteronomio, pero otras referencias a escritos de Moisés indican que los primeros cuatro libros del Antiguo Testamento también los escribió él (vea Ex 17: 14; 24: 4; 34: 27; Nm 33: 2; Dt 31: 22).
Después de la muerte de Moisés, Josué también añadió a la colección de palabras de Dios escritas: «y los registró en el libro de la ley de Dios» (Jos 24:26). Esto es especialmente sorprendente a la luz del mandamiento de no añadir ni quitar de las palabras que Dios le dio al pueblo por medio de Moisés: «No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno» (Dt. 12: 32).
Para desobedecer un mandamiento tan específico Josué debe haber estado convencido de que no estaba arrogándose el derecho de añadir a las palabras escritas de Dios, sino que Dios mismo le había autorizado tales escritos adicionales.
Más tarde otros en Israel, por lo general los que ejercían el oficio de profeta, escribieron palabras adicionales de Dios: A continuación, Samuel explicó al pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el Señor (1ª S 10: 25).
Todos los hechos del rey David, desde el primero hasta el último, están escritos en las crónicas del vidente Samue1, del profeta Natán y del vidente Gad. (1ª Cr 29:29-30).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Josafat, Desde El Primero Hasta El Último, Están Escritos En Las Crónicas De Jehú Hijo De Jananí, Que Forman Parte Del Libro De Los Reyes De Israel (2ª Cr 20:34; 1ª R 16:7 En Donde A Jehú, Hijo De Hanani, Se Le Llama Profeta).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Uzías, Desde El Primero Hasta El Último, Los Escribió El Profeta Isaías Hijo De Amoz (2ª Cr 26: 22).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Ezequías, Incluyendo Sus Hazañas, Están Escritos En La Visión Del Profeta Isaías Hijo De Amoz Y En El Libro De Los Reyes De Judá E Israel (2ª Cr 32: 32).
«Así dice el Señor, el Dios de Israel: "Escribe en un libro todas las palabras que te he dicho Jer 30: 2).
Para ver otros pasajes que ilustran el crecimiento de la colección de las palabras de Dios escritas vea 2ª Cr 9: 29; 12: 15; 13: 22; Is 30:8; Jer 29: 1; 36: 1-32; 45: 1; 51: 60; Ez 43: 11; Dan 7: 1; Hab 2:2. Las adiciones surgieron parlo general mediante la agencia de un profeta.
El contenido del canon del Antiguo Testamento continuó creciendo hasta el tiempo del fin del proceso de escribir. Si fechamos a Hageo en 520 a. C, Zacarías en el 520-518 a.C. (tal vez con más material añadido después de 480 a.C.), y Malaquías alrededor de 435 a. C., tenemos una idea de las fechas aproximadas de los últimos profetas del Antiguo Testamento. Aproximadamente coinciden con este período los últimos libros de la historia del Antiguo Testamento: Esdras, Nehemías y Ester.
Esdras fue a Jerusalén el 458 a.C., y Nehemías estuvo en Jerusalén de 445-423 a.C.3 Ester fue escrito en algún momento después de la muerte de Jerjes I (Asuero) en 465 a.C. y es probable una fecha durante el reinado de Artajerjes (464-423 a.C.).
Así que aproximadamente después de 435 a. C. no hubo más adiciones al canon del Antiguo Testamento. La historia posterior del pueblo judío se anotó en otros escritos, tales como los libros de Macabeos, pero se pensó que esos escritos no ameritaban que se les incluyera con las colecciones de las palabras de Dios de años anteriores.
Cuando pasamos a la literatura judía fuera del Antiguo Testamento, vemos que la creencia de que las palabras debidamente autoritativas de Dios habían cesado queda atestiguada claramente en varios diferentes trozos de literatura judía extrabíblica.
En 1ª Macabeos (alrededor de 100 a.C.) el autor escribe del altar profanado: «Así pues, demolieron el altar y colocaron las piedras en la colina del templo, en lugar apropiado, hasta que viniera un profeta que les indicara lo que debían hacer con ellas» (1ª Mac 4: 45-46,). Al parecer sabían que nadie podía hablar con la autoridad de Dios como lo habían hecho los profetas del Antiguo Testamento.
El recuerdo de un profeta autoritativo entre el pueblo era algo que pertenecía al pasado distante, porque el autor podía hablar de una gran aflicción «como no se había visto desde que desaparecieron los profetas» (1 Mac 9: 27; cf. 14: 41).
Josefa (nació c. 37 ó 38 d.C.) explicó: «Desde Artajerjes hasta nuestros propios tiempos se ha escrito una historia completa, pero no se la ha considerado digna de igual crédito como los registros anteriores, debido a la interrupción de la sucesión exacta de los profetas» (Contra Apio 1.41).
Esta afirmación de parte del más grande historiador judío del primer siglo d.C. muestra que sabía de los escritos ahora considerados parte de la «apócrifa», pero que él (y muchos de sus contemporáneos) consideraban estos otros escritos «no ... dignos de igual crédito» con lo que ahora conocemos como Escrituras del Antiguo Testamento. Según el punto de vista de Josefa, no había habido «palabra de Dios» añadidas a las Escrituras después de alrededor de 435 a.C.
La literatura rabínica refleja una convicción similar en su afirmación repetida de que el Espíritu Santo (en la función del Espíritu de inspirar la profecía) partió de Israel. «Después de que los últimos profetas Hageo, Zacarías y Malaquías murieron, el Espíritu Santo se separó de Israel, pero ellos todavía tenían a su disposición la bat kol (Talmud Babilónico Yomah, repetido en Sota 48 b, Sanedrín 11a y Midrash Rabbah on Cantar de Cantares 8.  9.3).
La comunidad del Qurram (secta judía que dejó los Rollos del Mar Muerto) también esperaba un profeta cuyas palabras tendrían autoridad para invalidar cualquier regulación existente  en otras partes en la antigua literatura judía (vea 2 Baruc 85: 3 y Oración de Azarías 15). Así que el pueblo judío no aceptó en general escritos posteriores a alrededor de 435 a.C. como que tuvieran igual autoridad con el resto de las Escrituras.
En el Nuevo Testamento no tenemos ningún registro de disputa entre Jesús y los judíos sobre la extensión del canon. Evidentemente había pleno acuerdo entre Jesús y sus discípulos, por un lado, y los dirigentes judíos y el pueblo judío, por otro, de que las adiciones al canon del Antiguo Testamento habían cesado después del tiempo de Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Este hecho queda confirmado por las citas del Antiguo Testamento que hacen Jesús y los autores del Nuevo Testamento. Según un conteo, Jesús y los autores del Nuevo Testamento citan varias partes de las Escrituras del Antiguo Testamento como divinamente autoritativas más de 295 veces, pero ni una sola vez citan como divinamente autoritativa alguna afirmación de los libros apócrifos ni de ningún otro escrito.
La ausencia de tales referencias a otra literatura como divinamente autoritativa, y la extremadamente frecuente referencia a cientos de lugares del Antiguo Testamento como divinamente autoritativos, da fuerte confirmación al hecho de que los autores del Nuevo Testamento concordaban en que se tomaba el canon establecido del Antiguo Testamento, ni más ni menos, como las mismas palabras de Dios.
¿Qué diremos entonces en cuanto a la Apócrifa, la colección de libros incluida en el canon por la iglesia católica romana pero excluida del canon por el protestantismo.
Los judíos nunca aceptaron estos libros como Escrituras, pero en toda la historia temprana de la iglesia hubo una opinión dividida en cuanto a si deberían ser parte de las Escrituras o no. Ciertamente, la evidencia cristiana más temprana va decididamente en contra de considerar a la apócrifa como Escrituras, pero el uso de los apócrifos gradualmente aumentó en algunas partes de la iglesia hasta el tiempo de la Reforma.
El hecho de que Jerónimo incluyó estos libros en la Vulgata latina (terminada en el4ü4 d.C.) dio respaldo a su inclusión, aunque el mismo Jerónimo dijo que no eran «libros del canon» sino meramente «libros de la iglesia» que Hch 17: 28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba.
Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni Enoc ni los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón, la Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción moderna, eran útiles y provechosos para los creyentes.
El amplio uso de la Vulgata latina en siglos subsiguientes garantizó su continua disponibilidad, pero el hecho de que no tuvieron original hebreo que los respaldara, y su exclusión del canon judío, así como la falta de citas de ellos en el Nuevo Testamento, llevó a muchos a verlos con suspicacia o a rechazar su autoridad. Por ejemplo, la lista cristiana más antigua de libros del Antiguo Testamento que existe hoyes la compilada por Melitón, obispo de Sardis, quien escribió alrededor de 170 d.C.
Cuando Vine Al Este Y Llegué Al Lugar En Donde Estas Cosas Se Predicaban Y Hacían, Y Aprendí Con Precisión Los Libros Del Antiguo Testamento, Anoté Los Hechos Y Se Los Envíe. Estos Son Sus Nombres: Cinco Libros De Moisés: Génesis, Éxodo, Números, Levítico, Deuteronomio, Josué Hijo De Nun, Jueces, Rut, Cuatro Libros De Reinos, ID Dos Libros De Crónicas, Los Salmos De David, Los Proverbios De Salomón Y Su Sabiduría, Ll Eclesiastés, El Cantar De Los Cantares, Job, Los Profetas Isaías, Jeremías, Los Doce En Un Solo Libro, Daniel, Ezequiel, Esdras.
Es digno de notarse aquí que Melitón no menciona ninguno de los libros apócrifos, pero sí incluye todos los libros de nuestros libros del Antiguo Testamento actual excepto Ester. Eusebio también cita a Orígenes respaldando la mayoría de los libros de nuestro presente canon del Antiguo Testamento (incluyendo Ester), pero no presenta ningún libro de los apócrifos como canónico, y de los libros de los Macabeos explícitamente se dice que están «fuera de estos [libros canónicos]».
En forma similar, en el 367 d.C., cuando el gran líder de la iglesia Atanasia, obispo de Alejandría, escribió su Carta Pascual, hizo una lista de todos los libros de nuestro canon presente del Nuevo Testamento y de todos los libros de nuestro canon presente del Antiguo Testamento excepto Ester.
También mencionó algunos libros de la apócrifa tales como la Sabiduría de Salomón, la Sabiduría de Sirac, Judit y Tobías, y dijo que estos «en verdad no estaban incluidos en el canon, pero los padres manera en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa».
Los señalaban para que los leyeran los que se unían recientemente a nosotros, y que desean instrucción en la palabra de santidad». Sin embargo, otros dirigentes de la iglesia primitiva en efecto citaron varios de estos libros como Escrituras.
Hay incongruencias doctrinales históricas en varios de estos libros. E. J. y oung anota:
No Hay Marcas En Estos Libros Que Atestigüen Un Origen Divino.... Judit Y Tobías Contienen Errores Históricos, Cronológicos Y Geográficos. Estos Libros Justifican La Falsedad Y El Engaño, Y Hacen Que La Salvación Dependa De Obras De Mérito. '" Eclesiástico Y Sabiduría De Salomón Inculcan Una Moralidad Basada En La Conveniencia. Sabiduría Enseña La Creación Del Mundo Con Materia Preexistente (Sab. 11. 17). Eclesiástico Enseña Que Dar Limosnas Hace Expiación Por El Pecado (Eclesiástico 3. 30). En Baruc Se Dice Que Dios Oye Las Oraciones De Los Muertos (Baruc 3. 4), Y En 1ª Macabeos Hay Errores Históricos Y Geográficos.
No fue sino hasta 1546, en el concilio de Trento, que la Iglesia Católica Romana oficialmente declaró que los apócrifos eran parte del canon (con excepción de 1 y 2 Esdras, y la Oración de Manasés). Es significativo que el concilio de Trento fue la respuesta de la Iglesia Católica Romana a las enseñanzas de Martín Lutero y la Reforma Protestante que se extendía rápidamente, y los libros de la Apócrifa contenían respaldo para la enseñanza católica de las oraciones por los muertos y la justificación por fe más obras, y no por fe sola.
Al ratificar a los apócrifos como dentro del canon, los católicos romanos podían sostener que la iglesia tiene la autoridad de declarar una obra literaria como «Escrituras», en tanto que los protestantes habían sostenido que la iglesia no puede hacer que algo se considere Escrituras, sino que sólo puede reconocer lo que Dios ya ha hecho que se escriba como sus propias palabras.
(Una analogía aquí sería decir que un investigador policial puede reconocer dinero falsificado como falsificado y puede reconocer el dinero genuino como genuino, pero no puede hacer que el dinero falsificado sea genuino, ni puede ninguna declaración de ningún número de policías hacer que el dinero falsificado sea algo que no es. Sólo la tesorería oficial de una nación puede hacer dinero que sea dinero de verdad; de manera similar, solo Dios puede hacer que las palabras sean palabras suyas y dignas de incluirse en las Escrituras).
Así que los escritos de los apócrifos no se deben considerar como parte de las Escrituras:
(1) Ninguno de ellos afirma tener la misma clase de autoridad que tenían los escritos del Antiguo Testamento;
(2) Los judíos, de quienes ellos se originaron, no los consideraban palabras de Dios;
(3) Ni Jesús ni los autores del Nuevo Testamento los consideraban Escrituras; y
(4) Contienen enseñanzas incongruentes con el resto de la Biblia.
Debemos concluir que son solo palabras humanas, y no palabras inspiradas por Dios como las palabras de las Escrituras. Tienen valor para la investigación histórica y lingüística, y contienen una cantidad de relatos útiles en cuanto al valor y la fe de muchos judíos durante el período posterior a la conclusión del Antiguo Testamento, pero nunca han sido parte del canon del Antiguo Testamento, y no se les debe considerar parte de la Biblia.
Por consiguiente, no tienen ninguna autoridad obligatoria para el pensamiento o vida de los cristianos hoy.
En conclusión, con respecto al canon del Antiguo Testamento, los cristianos de hoy no tienen por qué preocuparse que algo se haya dejado fuera, ni de que se haya incluido algo que no sea palabra de Dios.
NOTA: Vea Roger Nicole, «New Testament Use of the Old Testament», en Revelation and the Bible, ed. Cad F. H. Henry (Tyndale Press, Londres, 1959), pp. 137-141.
Judas 14-15 en efecto cita 1 Enoc 60.8 y 1.9, Y Pablo por lo menos dos veces cita autores griegos paganos (vea Hch 17:28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba. Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni 1 Enoc ni los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón,
La Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos. Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción moderna, The O: xford Annotated Apocrypha (RVS), ed. Bruce M. Metzger (Nueva York: Oxford University Press, 1965). Metzger incluye breves introducciones y útiles anotaciones a los libros.
La palabra griega apócrifa quiere decir «cosas ocultas», pero Metzger nota (p. IX) que los eruditos no están seguros de por qué esta palabra se aplicó a estos escritos.
Una encuesta detallada de los diferentes puntos de vista de los cristianos respecto a la Apócrifa se halla en F. F.
Bruce, The Canonof Scripture (Inter Varsity Press, Downers Grave, m., 1988), pp. 68-97. Un estudio incluso más detallado se halla en Roger Beckwith, The Old Testament Canon ofthe New Testament Church and Its Background in Early
Judaism (SPCK, Londres, 1985, y Eerdmans, Grand Rapids, 1986), esp. pp. 338-433. El libro de Beckwith ya se ha establecido como la obra definitiva sobre el canon del Antiguo Testamento. A la conclusión de su estudio Beckwith dice: «La inclusión de varias apócrifa y pseudopígrafa en el canon de los primeros cristianos no se hizo de una manera en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: e «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa» (pp. 436-437).
De Eusebio, Historia Eclesiástica 4.26.14. Eusebio, quien escribió en1325 d. C., fue el primer gran historiador de la iglesia. Esta cita es traducida de la traducción al inglés Kersopp Lake, Eusebius: The Ecclesiastical History, dos vals. (Heinamann, Londres; y Harvard, Cambridge, Ma., 1975), 1:393. Es decir, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes y 2 Reyes.
Esto no se refiere al libro apócrifo llamado Sabiduría de Salomón, sino que es simplemente una descripción más completa de Proverbios. Eusebio anota en 4.22.9 que los escritores antiguos comúnmente llamaban Sabiduría a Proverbios.
Esdras incluía a Esdras y Nehemías, según la manera hebrea común de referirse a libros combinados. Upar alguna razón había duda en cuanto a la canonicidad de este en algunas partes de la iglesia primitiva (en el Oriente pero no en Occidente), pero a la larga las dudas quedaron resueltas, y el uso cristiano a la larga se hizo uniforme con el concepto judío, que siempre había contado a Ester como parte del canon, aunque algunos rabinos se habían opuesto por sus propias razones. (DEA la explicación del concepto judío en Beckwith, Canon, Pp. 288-297).
Eusebio, Ecclesiastical History 6.15.2. Orígenes murió alrededor del 254 d.C. Orígenes menciona todos los libros del canon presente del Antiguo Testamento excepto los doce profetas menores (que se contarían como un solo libro), pero esto deja su lista de «veintidós libros» incompleta en veintiuno, así que evidentemente la cita de Eusebio es incompleta, por lo menos en la forma que la tenemos hoy. Eusebio mismo en otras partes repite la afirmación del historiador judío Josefo de que las Escrituras contenían veintidós libros, pero nada desde tiempo de Artajerjes (3.10.1-5), y esto excluiría toda la apócrifa.

B. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

El desarrollo del canon del Nuevo Testamento empieza con los escritos de los Apóstoles. Hay que recordar que la escritura de las Escrituras primordialmente ocurre en conexión con los grandes actos de Dios en la historia de la redención.
El Antiguo Testamento registra e interpreta para nosotros el llamamiento de Abraham y la vida de sus descendientes, el éxodo de Egipto y el peregrinaje por el desierto, el establecimiento del pueblo de Dios en la tierra de Canaán, el establecimiento de la monarquía, y la deportación y el regreso del cautiverio. Cada uno de estos grandes actos de Dios en la historia se interpreta para nosotros en las propias palabras de Dios en las Escrituras.
El Antiguo Testamento cierra con la expectativa del Mesías que vendría (Mal 3:1-4; 4:1-6). La siguiente etapa en la historia de la redención es la venida del Mesías, y no es sorpresa que no hubieran Escrituras adicionales mientras no tuviera lugar el siguiente y más grandioso suceso en la historia de la redención.
Por eso el Nuevo Testamento consiste de los escritos de los apóstoles. Es primordialmente a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo les da la capacidad de recordar con precisión las palabras y obras de Jesucristo, e interpretarlas correctamente para las generaciones subsiguientes.
En Juan 14: 26, Jesús les prometió a sus discípulos este poder (a los que se les llamó apóstoles después de la resurrección): «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho». De modo similar, Jesús prometió más revelación de verdad de parte del Espíritu Santo cuando les dijo a sus discípulos: «Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir.
Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes» Gen 16: 13-14). En estos versículos a los discípulos se les promete dones asombrosos que los capacitarán para escribir las Escrituras: el Espíritu Santo les enseñaría «toda la verdad», les haría recordar «todo» lo que Jesús había dicho y los guiaría a «toda la verdad».
Además, a los que tenían el oficio de apóstol en la iglesia primitiva se les ve afirmando que tenían una autoridad igual a la de los profetas del Antiguo Testamento, autoridad para hablar y escribir palabras que eran palabras del mismo Dios. Pedro anima a sus lectores a recordar «el mandamiento que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles» (2ª P 3:2). Mentir a los apóstoles (Hch 5:2) equivale a mentir al Espíritu Santo (Hch 5: 3) y mentir a Dios (Hch 5: 4).
Esta afirmación de ser capaces de hablar palabras que eran palabras de Dios mismo es especialmente frecuente en los escritos del apóstol Pablo. Él afirma no sólo que el Espíritu Santo le ha revelado lo que «ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman» (1ª Co 2: 9), sino que también cuando declara esta revelación la habla «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino enseñadas por el Espíritu, interpretando las cosas espirituales con palabras espirituales» (1ª Co 2: 13, traducción del autor).
De modo similar, Pablo les dice a los corintios: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor» (1ª Co 14:37). La palabra que se traduce «esto que» en este versículo es un pronombre relativo plural en griego (ja) que se podría traducir más literalmente «las cosas que les escribo».
De este modo Pablo afirma que sus directivas a la iglesia de Corinto no son meramente de su propia cosecha sino un mandamiento del Señor. Más adelante, al defender su oficio apostólico Pablo dice que les dará a los corintios «una prueba de que Cristo habla por medio de mí» (2ª Co 13: 3). Otros versículos similares se podrían mencionar (por ejemplo, Ro 2: 16; Gá 1: 8-9; 1ª Ts 2: 13; 4: 8, 15; 5: 27; 2ª Ts 3:6,14).
Los apóstoles, entonces, tienen autoridad para escribir palabras que son palabras del mismo Dios, igual en estatus de verdad y autoridad a las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento. Hacen esto para escribir, interpretar y aplicar a la vida de los creyentes las grandes verdades en cuanto a la vida, muerte y resurrección de Cristo.
No debería sorprendernos, por consiguiente, hallar algunos de los escritos del Nuevo Testamento siendo colocados con las Escrituras del Antiguo Testamento como parte del canon de las Escrituras. De hecho, esto es lo que hallamos en por lo menos dos casos.
En 2ª Pedro 3: 16, Pedro muestra no sólo que está consciente de la existencia de los escritos de Pablo, sino que también está claramente dispuesto a clasificar «todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras»; Pedro dice: «Tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio.
En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3:15-16).
La palabra que se traduce «Escrituras» aquí es grajé, palabra que ocurre cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento y en cada una de esas ocasiones se refiere a las Escrituras del Antiguo Testamento. Así que la palabra Escrituras era un término técnico para los autores del Nuevo Testamento, y la aplicaban sólo a los escritos que pensaban que eran palabras de Dios y por consiguiente parte del canon de las Escrituras. Pero en este versículo Pedro clasifica los escritos de Pablo como «las demás Escrituras» (refiriéndose a las Escrituras del Antiguo Testamento).
Por consiguiente, Pedro consideraba los escritos de Pablo también como dignos del título de «Escrituras», y por consiguiente dignos de que se incluyeran en el canon.
Una segunda instancia se halla en 1ª Timoteo 5: 17-18. Pablo dice: «Los ancianos que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza. Pues la Escritura dice: "No le pongas bozal al buey mientras esté trillando", y "El trabajador merece que se le pague su salario"».
La primera cita de las «Escrituras» se halla en Deuteronomio 25: 4, pero la segunda cita, «El trabajador merece que se le pague su salario» no se halla en ninguna parte del Antiguo Testamento. Aparece eso sí, no obstante, en Lucas 10:7 (con exactamente las mismas palabras en el texto griego). Así que aquí tenemos a Pablo aparentemente citando una porción del Evangelio de Lucas y llamándola «Escritura», es decir, algo que se debe considerar como parte del canon.
En estos dos pasajes (2ª P 3: 16 y 1ª Ti 5: 17-18) vemos evidencia de que muy temprano en la historia de la iglesia se empezó a aceptar los escritos del Nuevo Testamento como parte del canon.
Debido a que los apóstoles, en virtud de su oficio apostólico, tuvieron autoridad para escribir palabras de las Escrituras, la iglesia primitiva aceptó como parte del canon de las Escrituras las auténticas enseñanzas escritas de los apóstoles. Si aceptamos los argumentos para las nociones tradicionales de autoría de los escritos del Nuevo Testamento, tenemos la mayor parte del Nuevo Testamento en el canon debido a la autoría directa de los apóstoles.
Esto incluiría Mateo, Juan, Romanos a Filemón (todas las Epístolas paulinas), Santiago; 1 y 2 Pedro; 1, 2 Y 3 Juan, y Apocalipsis. Eso deja cinco libros: Marcos, Lucas, Hechos, Hebreos y Judas, que no fueron escritos por apóstoles. Los detalles del proceso histórico por el cual la iglesia primitiva llegó a contar estos libros como parte de las Escrituras son escasos, pero Marcos, Lucas y Hechos se reconocieron muy temprano, probablemente debido a la íntima asociación de Marcos con el apóstol Pedro, y de Lucas (el autor de Lucas y Hechos) con el apóstol Pablo.
De modo similar, se aceptó Judas evidentemente en Alguien podría objetar que Pablo podría estar citando una tradición oral de las palabras de Jesús antes que del Evangelio de Lucas, pero es dudoso que Pablo llamara «Escrituras» a cualquier tradición oral, puesto que la palabra (gr, grafé, «escritos») en el uso del Nuevo Testamento siempre se aplica a textos escritos, y dada la íntima asociación de Pablo con Lucas hace muy posible que estuviera citando el Evangelio escrito por Lucas.
Lucas mismo no fue apóstol, pero aquí se le concede a su Evangelio autoridad igual a la de los escritos apostólicos.
Evidentemente esto se debió a su íntima asociación con los apóstoles, especialmente Pablo, y el endoso de su Evangelio de parte de un apóstol.
La aceptación de Hebreos como canónico la promovieron muchos en la iglesia en base a que se daba por sentada su autoría paulina. Pero desde los primeros tiempos hubo otros que rechazaron la autoría paulina a favor de una u otra de varias sugerencias.
Orígenes, que murió alrededor del 254 d.C., menciona varias teorías de autoría y concluye: «Pero, quién en realidad escribió la epístola, sólo Dios lo sabe». Así que la aceptación de Hebreos como canónico no se debió enteramente a una creencia en la autoría paulina. Más bien, las cualidades intrínsecas del libro en sí mismo deben haber convencido finalmente a los primeros lectores, tal como continúan convenciendo a los creyentes hoy, de que quienquiera que haya sido su autor humano, su autor en definitiva solo pudo haber sido Dios mismo.
La gloria majestuosa de Cristo brilla de las páginas de la Epístola a los Hebreos tan brillantemente que ningún creyente que la lee con seriedad jamás querrá cuestionar su lugar en el canon.
Esto nos lleva a la médula del asunto de canonicidad. Para que un libro pertenezca al canon, es absolutamente necesario que el libro tenga autoría divina. Si las palabras del libro son palabras de Dios (por medio de autores humanos), y si la iglesia primitiva, bajo la dirección de los apóstoles, preservó el libro como parte de las Escrituras, el libro pertenece al canon. Pero si las palabras del libro no son palabras de Dios, este no pertenece al canon.
La cuestión de autoría por un apóstol es importante, porque fue primariamente a los apóstoles a quienes Dios les dio la capacidad de escribir palabras con absoluta autoridad divina. Si se puede demostrar que un escrito es de un apóstol, su autoridad divina absoluta queda establecida automáticamente.
Así que la iglesia primitiva automáticamente aceptó como parte del canon las enseñanzas escritas de los apóstoles que los apóstoles quisieron preservar como Escrituras.
Pero la existencia de algunos escritos del Nuevo Testamento que no fueron de autoría directa de los apóstoles muestra que hubo otros en la iglesia primitiva a quienes Dios también les dio la capacidad, por obra del Espíritu Santo, de escribir palabras que eran palabras de Dios, y por consiguiente con el propósito de que fueran parte del canon. En estos casos, la iglesia primitiva tuvo la tarea de reconocer cuáles escritos tenían las características de ser palabras de Dios (expresadas a través de autores humanos).
Es también un probable que los mismos apóstoles en vida dieron alguna dirección a las iglesias respecto a cuáles obras proponían que se preserva y se usen como Escrituras en las iglesias (vea 1ª Co 14: 16; 2ª Ts 3: 14; 2ª P 3: 16).
Evidentemente hubo algunos escritos que tuvieron autoridad divina absoluta pero que los apóstoles decidieron no preservar como «Escrituras» para las iglesias (tales como la «carta previa» a los Corintios; vea 1ª Co 5:9).
Es más, los apóstoles dieron mucha enseñanza oral, que tenía autoridad divina (vea 2ª Ts 2: 15) pero que no se escribió ni preservó como Escrituras. De este modo, además de la autoría apostólica, la preservación de parte de la iglesia bajo la dirección de los apóstoles fue necesaria para que una obra se incluya en el canon.
Para algunos de los libros (por lo menos Marcos, Lucas y Hechos, y tal vez Hebreos y Judas también), la iglesia tuvo, por lo menos en algunos aspectos, el testimonio personal de algunos de los apóstoles que todavía vivían que respaldaban la autoridad divina absoluta de estos libros. Por ejemplo, Pablo habría respaldado la autenticidad de Lucas y Hechos, y Pedro habría respaldado la autenticidad de Marcos como que contenía el evangelio que él mismo predicaba.
En otros casos, y en algunas regiones geográficas, la iglesia simplemente tuvo que decidir si oía la voz de Dios mismo hablando en las palabras de esos escritos. En estos casos, las palabras de los libros habrían sido autoatestiguadoras; es decir, las palabras habrían dado testimonio de su propia autoría divina conforme los cristianos las leían.
Esto parece haber sido el caso de Hebreos. No debe ser sorpresa para nosotros que la iglesia primitiva pudiera reconocer Hebreos y otros escritos, no escritos por los apóstoles, como palabras de Dios.
¿Acaso Jesús no había dicho: «Mis ovejas oyen mi voz» Gn 10: 27)? Por consiguiente, No se debe pensar que es imposible o improbable que la iglesia primitiva pudiera haber usado una combinación de factores, incluyendo el endoso apostólico, congruencia con el resto de las Escrituras, y la percepción de que un escrito era «inspirado por Dios» de parte de una abrumadora mayoría de los creyentes, para decidir que un escrito era en efecto palabras de Dios (expresadas a través de un autor humano) y por consiguiente digno de que se incluya en el canon.
Tampoco se debe tener como improbable que la iglesia pudiera haber usado este proceso a lo largo de un período de tiempo -conforme los escritos circulaban por varias partes de la iglesia primitiva- y finalmente llegara a una decisión completamente correcta, sin excluir ningún escrito que fue en efecto «inspirado por Dios» y sin incluir ninguno que no lo fue.
En el 367 d.C. la trigésima novena carta pascual de Atanasio contenía una lista exacta de los veintisiete libros del Nuevo Testamento que tenemos hoy. Esta era la lista de libros aceptados por las iglesias en la parte oriental del mundo mediterráneo.
Treinta años más tarde, en el 397 d.C., el concilio de Cartago, representando a las iglesias en la parte occidental del mundo mediterráneo, concordó con las iglesias orientales respecto a la misma lista. Estas son las listas finales más tempranas de nuestro canon del día presente.
¿Deberíamos esperar que se añada algún otro escrito al canon? La frase que abre Hebreos pone esta cuestión en la perspectiva histórica apropiada, la perspectiva de la historia de la redención: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (Heb 1: 1-2).
En contraste entre el hablar anterior «en otras épocas» por los profetas y el reciente hablar «en estos días finales» sugiere que el hablar de Dios a nosotros por su Hijo es la culminación de su hablar a la humanidad y es la revelación más grande y final a la humanidad en este período de la historia de la redención.
La grandeza En este punto no estoy considerando el asunto de variantes textuales (es decir, las diferencias en palabras y frases individuales que se hallan entre las muchas copias antiguas de las Escrituras que todavía existen). Este asunto se trata en el capítulo 53 excepcional de la revelación que viene por el Hijo excede con mucho cualquier revelación del antiguo pacto, y se recalca vez tras vez en los capítulos 1 y 2 de Hebreos.
Estos hechos indican que hay una finalidad en la revelación de Dios en Cristo, y que una vez que esa revelación ha quedado completa, no se debe esperar más.
Pero, ¿dónde aprendemos en cuanto a esta revelación por medio de Cristo? Los escritos del Nuevo Testamento contienen la interpretación final, autoritativa y suficiente de la obra de Cristo en la redención. Los apóstoles y sus compañeros más íntimos informan las palabras y obras de Cristo y las interpretan con autoridad divina absoluta. Cuando terminaron sus escritos, nada más hay que añadir con la misma autoridad divina absoluta.
Así que una vez que los escritos de los apóstoles del Nuevo Testamento y sus compañeros autorizados quedaron completos, tenemos en forma escrita el registro final de todo lo que Dios quiere que sepamos en cuanto a la vida, muerte y resurrección de Cristo, y su significado para la vida de los creyentes de todos los tiempos. Puesto que ésta es la más grande revelación de Dios para la humanidad, no se debe esperar más una vez que esto quedó completo.
De esta manera, entonces, Hebreos 1: 1-2 nos muestra por qué no se deben añadir más escritos a la Biblia después de los tiempos del Nuevo Testamento. El canon ya está cerrado.
Una consideración de tipo similar se puede derivar de Apocalipsis 22: 18-19: A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro.
La referencia primaria de estos versículos es claramente al mismo libro de Apocalipsis, porque Juan se refiere a su escrito como «palabras de este libro de profecía» en el versículo 7 y 10 de este capítulo (y al libro entero se le llama profecía en Ap 1: 3). Es más, la referencia al «árbol de la vida y, la ciudad santa, descritos en este libro» indica que se refiere al mismo libro de Apocalipsis.
No es accidente, sin embargo, que esta afirmación venga al final del último capítulo de Apocalipsis, y que Apocalipsis sea el último libro en el Nuevo Testamento.
De hecho, Apocalipsis tuvo que ser colocado en último lugar en el canon. El orden en que muchos libros se colocaron en el canon es de poca consecuencia. Pero así como Génesis se debe colocar primero (porque nos habla de la creación), así Apocalipsis se debe colocar último (porque su enfoque es decirnos el futuro y de la nueva creación divina).
Los eventos descritos en Apocalipsis son históricamente subsiguientes a los eventos descritos en el resto del Nuevo Testamento y exige que Apocalipsis se coloque donde está. De este modo, no es inapropiado que entendamos esta excepcionalmente fuerte advertencia al final de Apocalipsis como aplicándose de una manera secundaria a todas las Escrituras. Colocada allí, donde debe estar colocada, la advertencia forma una conclusión apropiada a todo el canon de las Escrituras. Junto con Hebreos 1: 1-2 y la perspectiva de la historia de la redención implícita en estos versículos, esta aplicación más amplia de Apocalipsis 22:18-19 también nos sugiere que no debemos esperar más Escrituras que se añadan más allá de las que ya tenemos.
¿CÓMO SABEMOS, ENTONCES, QUE TENEMOS LOS LIBROS QUE DEBEMOS TENER EN EL CANON DE LAS ESCRITURAS?
La pregunta se puede contestar de dos maneras diferentes.
Primero, si preguntamos en qué debemos basar nuestra confianza, la respuesta en última instancia debe ser que nuestra confianza se basa en la fidelidad de Dios. Sabemos que Dios ama a su pueblo, y es de suprema importancia que el pueblo de Dios tenga las propias palabras de Dios, porque son nuestra vida (Dt 32: 47; Mt 4: 4).
Son más preciosas, y más importantes para nosotros que todo lo demás del mundo.
También sabemos que Dios nuestro Padre tiene las riendas de la historia, y no es la clase de Padre que nos hará trampas o no nos será fiel, o que nos privará de algo que absolutamente necesitamos.
La severidad de los castigos que menciona Apocalipsis 22: 18-19 que les vendrán a los que añadan o quiten de las palabras de Dios también confirma la importancia de que el pueblo de Dios tenga un canon correcto. No puede haber castigos más grandes que éstos, porque son castigos de castigo eterno.
Esto muestra que Dios mismo asigna valor supremo a que tengamos una colección correcta de los escritos inspirados por Dios, ni más ni menos. A la luz de este hecho, ¿podría ser correcto que creamos que Dios nuestro Padre, que controla toda la historia, permitiría que toda su iglesia esté por casi 2000 años privada de algo que él mismo valora tan altamente y que es tan necesario para nuestras vidas espirituales?
La preservación y compilación correcta del canon de las Escrituras en última instancia deben verla los creyentes, entonces, no como parte de la historia de la iglesia subsecuente a los grandes actos centrales de Dios de la redención de su pueblo, sino como una parte integral de la historia de la redención misma.
Así como Dios obró en la creación, en el llamado del pueblo de Israel, en la vida, muerte y resurrección de Cristo, y en la obra inicial y escritos de los apóstoles, Dios obró en la preservación y compilación de los libros de las Escrituras para beneficio de su pueblo por toda la edad de la iglesia. En definitiva, entonces, basamos nuestra confianza en la corrección de nuestro canon presente en la fidelidad de Dios.
La pregunta de cómo sabemos que tenemos los libros que debemos tener puede, en segundo lugar, contestarse de una manera algo diferente. Podemos querer enfocamos en el proceso por el cual nos hemos persuadido de que los libros que tenemos ahora en el canon son los precisos. En este proceso dos factores intervienen: la actividad del Espíritu Santo que nos convence al leer las Escrituras por nosotros mismos, y la información histórica que tenemos disponible para nuestra consideración.
Al leer la Biblia. el Espíritu Santo obra para convencemos de que los libros que tenemos en las Escrituras son todos de Dios y que son palabras suyas para nosotros. Ha sido el testimonio de los cristianos por todas las edades que al leer los libros de la Biblia, las palabras de las Escrituras les hablan al corazón como ningún otro libro. Día tras día, año tras año, los creyentes hallan que las palabras de la Biblia son en verdad palabras de Dios que les hablan con una autoridad, poder y persuasión que ningún otro escrito posee.
Verdaderamente la Palabra de Dios es «viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» ( Heb 4: 12).
Sin embargo el proceso por el cual nos persuadimos de que el canon presente es correcto también recibe ayuda de la información histórica. Por supuesto, si la compilación del canon fue una parte de los actos centrales de Dios en la historia de la redención (como indicamos arriba), los cristianos de hoy no deben tener el atrevimiento de añadir o sustraer de los libros del canon.
El proceso quedó completo hace mucho tiempo. No obstante, una investigación cabal de las circunstancias históricas que rodearon la compilación del canon es útil para confirmar nuestra convicción de que las decisiones tomadas por la iglesia primitiva fueron decisiones correctas.
Algo de esta información histórica ya se ha mencionado en las páginas precedentes. Otra información, más detallada, está disponible para los que desean emprender investigaciones más especializadas.
Sin embargo se debe mencionar otro hecho histórico adicional. Hoy no existe ningún candidato fuerte para añadirse al canon ni ninguna objeción fuerte contra algún libro que ya está en el canon. De los escritos que algunos de la iglesia primitiva quisieron incluir en el canon, es seguro decir que ninguno de los evangélicos del día presente lo querrían incluir. Algunos de los escritores más tempranos se distinguieron muy claramente de los apóstoles, y sus escritos de los escritos de los apóstoles.
Ignacio, por ejemplo, alrededor del 110 d.C., dijo: «No les ordeno como les ordenó Pedro y Pablo; ellos fueron apóstoles y yo soy un convicto; ellos eran libres, y yo hasta ahora soy esclavo» (Ignacio, A los romanos 4.3; compare la actitud hacia los apóstoles en 1ª Clemente 42. 1, 2; 44: 1-2 [95 d.C.]; Ignacio, A los magnesianos 7: 1; 13: 1-2; et al.).
Incluso los escritos que por un tiempo algunos pensaban que merecían que se los incluyera en el canon contienen enseñanza doctrinal contradictoria al resto de las Escrituras. «El Pastor» de Hermas, por ejemplo, enseña «la necesidad de la penitencia» y «la posibilidad de perdón de pecados por lo menos una vez después del bautismo.
El autor parece identificar al Espíritu Santo con el Hijo de Dios antes de la encarnación, y sostener que la Trinidad surgió sólo después de que la humanidad de Cristo había sido llevada al cielo» El Evangelio de Tomás, que algunos por un tiempo sostuvieron que pertenecía al canon, termina con la siguiente afirmación absurda,.
Simón Pedro les dijo: «Dejen que María se vaya de nosotros, porque las mujeres no merecen vivir». Jesús dijo: «He aquí, yo la guiaré, para poder hacerla varón, para que ella también pueda llegar a ser un espíritu viviente, parecido a ustedes varones. Porque toda mujer que se hace a sí misma varón entrará en el reino de los cielos».
Todos los otros documentos existentes que en la iglesia primitiva tuvieron alguna posibilidad de que se los incluyera en el canon son similares a éstos en que bien contienen renuncias explícitas de status canónico o incluyen alguna aberración doctrinal que claramente los hace indignos de que se los incluya en la Biblia.
Por otro lado, no hay ninguna objeción fuerte contra ningún libro que al presente consta en el canon. En el caso de varios libros del Nuevo Testamento que se demoraron en obtener la aprobación de la iglesia entera (libros tales como 2ª Pedro o 2 y 3 Juan), mucha de la vacilación inicial en cuanto a incluirlos se puede atribuir al hecho de que al principio no circularon ampliamente, y que el conocimiento total del contenido de todos los escritos del Nuevo Testamento se esparció por la iglesia más bien lentamente.
(La vacilación de Martín Lutero en cuanto a Santiago es muy entendible en vista de la controversia doctrinal en que estaba involucrado, pero tal vacilación no fue ciertamente necesaria. Lo que parece ser conflicto doctrinal con la enseñanza de Pablo se resuelve fácilmente una vez que se reconoce que Santiago está usando tres términos clave, justificación, fe y obras en sentidos diferentes a los que Pablo los usa).
Hay, por consiguiente, confirmación histórica de la corrección del canon presente. Sin embargo se debe recordar en conexión con cualquier investigación histórica que el propósito de la iglesia primitiva no era otorgar autoridad divina o incluso autoridad eclesiástica a escritos meramente humanos, sino más bien reconocer la característica de autoría divina de escritos que ya tenían tal calidad.
Esto se debe a que el criterio supremo de la canonicidad es la autoría divina, no la aprobación humana o eclesiástica.
En este punto alguien pudiera hacer una pregunta hipotética en cuanto a qué haríamos si se descubriera, por ejemplo, alguna epístola de Pablo. ¿Se añadiría a las Escrituras? Esta es una pregunta dificil, porque intervienen dos consideraciones conflictivas. Por un lado, si una gran mayoría de los creyentes se convencieran de que en verdad fue una epístola paulina auténtica, escrita por Pablo en el curso de su oficio apostólico, la naturaleza de la autoridad apostólica de Pablo garantizaría que el escrito es palabra de Dios (tanto como las de Pablo), y que su enseñanza es congruente con el resto de las Escrituras.
Pero el hecho de que no fue preservada como parte del canon indicaría que no estuvo entre los escritos que los apóstoles querían que la iglesia preservara como parte de las Escrituras. Es más, se debe decir de inmediato que tal pregunta hipotética es simplemente eso: hipotética.
Es excepcionalmente dificil imaginar qué clase de información histórica se podría descubrir que pudiera demostrar convincentemente a la iglesia como un todo que una carta perdida por más de 1900 años fue de la autoría genuina de Pablo, y todavía más dificil entender cómo nuestro Dios soberano pudo haber cuidado fielmente a su pueblo por más de 1900 años y con todo permitir que estuvieran privados continuamente de algo que él propuso que tuvieran como parte de su revelación final de sí mismo en Jesucristo.
Estas consideraciones hacen altamente improbable que un manuscrito así se descubra en algún momento en el futuro, y que una pregunta hipotética como esa en realidad no merece ninguna otra consideración seria.
En conclusión, ¿hay algún libro en nuestro canon actual que no debería estar allí? No. Podemos apoyar nuestra confianza respecto a este hecho en la fidelidad de Dios nuestro Padre, que no guiaría a todo su pueblo por casi 2000 años a tener como palabra suya algo que no lo es. Y hallamos nuestra confianza repetidamente confirmada tanto por la investigación histórica y por la obra del Espíritu Santo al capacitarnos para oír la voz de Dios de una manera única al leer de cada uno de los sesenta y seis libros en el canon presente de las Escrituras.
Pero, ¿hay algún libro que falta, libro que se debería haber incluido en las Escrituras pero que no se lo incluyó? La respuesta debe ser no. En toda la literatura conocida no hay ningún candidato que siquiera se acerque a las Escrituras cuando seda consideración a su congruencia doctrinal con el resto de las Escrituras y al tipo de autoridad que afirma tener (tanto como la manera en que esas afirmaciones de autoridad han sido recibidas por otros creyentes).
De nuevo, la fidelidad de Dios a su pueblo nos convence de que nada falta en las Escrituras que Dios piense que necesitamos saber para obedecerle y confiar en él plenamente. El canon de las Escrituras hoyes exactamente lo que Dios quería que fuera, y se quedará de esa manera hasta que Cristo vuelva.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Por qué es importante para su vida cristiana saber cuáles escritos son palabras de Dios y cuáles no lo son? ¿Cómo sería diferente su relación con Dios si tuviera que buscar sus palabras esparcidas entre todos los escritos de los cristianos a través de toda la historia de la iglesia? ¿Cómo sería diferente su vida cristiana si las palabras de Dios estuvieran contenidas no sólo en la Biblia, sino también en las declaraciones oficiales de la iglesia a través de la historia?
2. ¿Ha tenido usted alguna duda o preguntas en cuanto a la canonicidad de algún libro de la Biblia? ¿Qué motivó esas preguntas? ¿Qué debe hacer uno para resolverlas?
3. Mormones, Testigos de Jehová y miembros de otras sectas han aducido revelaciones de Dios en el día presente que ellos consideran iguales a la Biblia en autoridad. ¿Qué razones puede dar usted para indicar la falsedad de esas afirmaciones? En la práctica, ¿tratan esas personas a la Biblia como con igual autoridad igual a la de esas otras «revelaciones»?
4. Si usted nunca ha leído alguna parte de los apócrifos del Antiguo Testamento, tal vez quiera leer algunas secciones. ¿Piensa usted que puede confiar en esos escritos de la misma manera en que confía en la Biblia? Compare los efectos de estos escritos sobre usted y el efecto de la Biblia sobre usted. Tal vez usted quiera hacer una comparación similar con algunos escritos de una colección de libros llamados los apócrifos del Nuevo Testamento, o tal vez del Libro de Mormón o el Corán. ¿Es el efecto espiritual de estos escritos sobre su vida positivo o negativo? ¿Cómo se compara eso con el efecto espiritual que la Biblia ejerce sobre su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Apócrifa, apóstol, auto-atestiguador, canon, canónico, historia de la redención, inspirado por Dios pacto
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Hebreos 1: 1-2: Dios, Que Muchas Veces Y De Varias Maneras Habló A Nuestros Antepasados En Otras Épocas Por Medio De Los Profetas, En Estos Días Finales Nos Ha Hablado Por Medio De Su Hijo. A Éste Lo Designó Heredero De Todo, Y Por Medio De Él Hizo El Universo.