¿CÓMO SABEMOS QUE LA BIBLIA ES LA PALABRA DE DIOS?
En el
capítulo previo nuestro objetivo fue determinar cuáles escritos pertenecen a la
Biblia y cuáles no. Pero una vez que hemos determinado qué es la Biblia,
nuestro siguiente paso es preguntar cómo es ella. ¿Qué nos enseña toda la
Biblia respecto a sí misma?
Las
principales enseñanzas de la Biblia en cuanto a sí misma se pueden clasificar
en cuatro características (a veces llamadas atributos):
(1) LA AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(2) LA CLARIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(3) LA NECESIDAD DE LAS ESCRITURAS Y;
(4) LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS.
Con
respecto a la primera característica, la mayoría de los cristianos estaría de
acuerdo en que la Biblia es nuestra autoridad en algún sentido. Pero ¿en qué
sentido afirma la Biblia ser nuestra autoridad? Y¿ cómo nos persuadimos de que
las afirmaciones de la Biblia en cuanto a ser la Palabra de Dios son verdad? Estas
son las preguntas que se consideran en este capítulo.
La autoridad de las Escrituras quiere decir que
todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios de tal manera que no creer
o desobedecer alguna palabra de las Escrituras es no creer o desobedecer a
Dios.
ESTA DEFINICIÓN SE PUEDE
AHORA EXAMINAR EN SUS VARIAS PARTES.
A. TODAS LAS PALABRAS DE LAS
ESCRITURAS SON PALABRAS DE DIOS
1. ESTO ES LO QUE LA BIBLIA AFIRMA EN CUANTO A SÍ MISMA.
Hay
frecuentes afirmaciones en la Biblia de que todas las palabras de las
Escrituras son palabras de Dios (como también que fueron escritas por
hombres).1 En el Antiguo Testamento esto se ve frecuentemente en la frase
introductoria: «Así dice el Señor», que aparece cientos de veces. En el mundo
del Antiguo Testamento esta frase se habría reconocido como idéntica en forma a
la frase «Así dice el rey», que se usaba como prefacio en los edictos de un rey
a sus súbditos, edicto que no se podía cuestionar.
Por
supuesto, no quiero decir que toda palabra de las Escrituras fue dicha
audiblemente por Dios mismo, puesto que la Biblia registra las palabras de
cientos de diferentes personas, tales como el rey David y Pedro, e incluso el
mismo Satanás.
Pero
si quiero decir que incluso las citas de otros son informes de Dios de lo que dijeron, y,
correctamente interpretadas en sus contextos, vienen a nosotros con la
autoridad de Dios.
Poner
en tela de duda sino que simplemente había que obedecer. Así que cuando los
profetas dicen: «Así dice el Señor», están afirmando ser mensajeros del Rey soberano de Israel, es decir, Dios
mismo, y están afirmando que sus palabras son absolutamente palabras
autoritativas de Dios. Cuando el profeta hablaba en el nombre de Dios de esta
manera, toda palabra que decía tenía que ser de Dios, o sería un falso profeta,
(Nm 22: 38; Dt 18: 18-20; Jer 1: 9; 14: 14; 23: 16-22; 29: 31-32; Ez 2:7; 13:
1-16).
Es
más, se dice que Dios a menudo hablaba «a través» del profeta (1ª R 14: 18; 16:
12,34; 2ª R 9:36; 14:25;Jer 37: 2; Zac 7: 7, 12). Por tanto, lo que el profeta
decía en el nombre de Dios, Dios lo decía (1ª R 13: 26 con v. 21; 1ª R 21: 19
con 2ª R 9: 25-26; Hag 1: 12;. 1ª S 15: 3, 18).
En
estas y otras instancias en el Antiguo Testamento, a las palabras que los
profetas dijeron uno puede igualmente referirse como palabras que Dios mismo
dijo. Así que no creer o desobedecer algo que el profeta decía era no creer o
desobedecer a Dios mismo (Dt 18: 19; 1ª S 10: 8; 13: 13-14; 15: 3, 19, 23; 1ª R
20: 35, 36).
Estos
versículos, por supuesto, no aducen que todas
las palabras del Antiguo Testamento son palabras de Dios, porque estos
versículos mismos se refieren sólo a secciones específicas de palabras dichas o
escritas en el Antiguo Testamento.
Pero
la fuerza acumulativa de estos pasajes, incluyendo los cientos de pasajes que
empiezan con «Así dice el Señor», es demostrar que dentro del Antiguo
Testamento tenemos registros escritos de palabras que se dicen ser las propias
palabras de Dios. Estas palabras al ser escritas constituyen grandes secciones
del Antiguo Testamento.
En el
Nuevo Testamento varios pasajes indican que se pensaba que todos los escritos
del Antiguo Testamento eran palabras de Dios. 2ª Timoteo 3:16 dice: «Toda la
Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia.
Aquí
«Escritura» (grafé) se debe
referir a las palabras escritas del Antiguo Testamento, porque eso es a lo que
la palabra grafé se refiere en cada una de sus cincuenta y una ocasiones en que
aparece en el Nuevo Testamento. Es más, las «Sagradas Escrituras» del Antiguo
Testamento es a lo que Pablo acaba de referirse en el versículo 15.
Pablo
afirma aquí que todos los escritos del Antiguo Testamento son teopneustós, «inspirados por Dios».
Puesto que son escritos de los que se dice que son «inspirados», esta
inspiración se debe entender como una metáfora de pronunciar las palabras de las Escrituras. Este
versículo, pues, indica en forma breve lo que es evidente en muchos pasajes del Antiguo Testamento: se
consideran los escritos del Antiguo
Testamento como palabras de Dios en forma escrita. Para toda palabra del Antiguo Testamento, Dios es el
que la habló (y todavía habla), aunque Dios usó agentes humanos para escribir estas palabras.
Una
indicación similar del carácter de todos los escritos del Antiguo Testamento
como palabras de Dios se halla en 2ª Pedro 1:21. Hablando de las profecías de
las Escrituras (v. 20), lo que quiere decir por lo menos las Escrituras del
Antiguo Testamento a las cuales Pedro anima a sus lectores a prestar atención
cuidadosa (v. 19), Pedro dice que ninguna de estas profecías jamás «ha tenido
su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo».
No es
la intención de Pedro negar completamente la voluntad o personalidad humanas en
el hecho de escribir las Escrituras (dice que los hombres «hablaron»), sino más
bien decir que la fuente suprema de toda profecía nunca fue decisión del hombre
respecto a lo que quería escribir, sino más la acción del Espíritu Santo en la
vida del profeta, puesta en práctica de maneras no especificadas aquí (o, para
el caso, en ninguna parte de la Biblia).
Esto
indica una creencia de que todas las profecías del Antiguo Testamento (y, a la
luz de los vv. 19-20, esto probablemente incluye todas las Escrituras del
Antiguo Testamento) son dichas «por Dios»; es decir, son las palabras de Dios
mismo.
Muchos
otros pasajes del Nuevo Testamento hablan de manera similar en cuanto a secciones
del Antiguo Testamento. En Mateo 1: 22 se citan las palabras de Isaías 7:14
como: (lo que el Señor había dicho por
medio del profeta».
En
Mateo 4:4 Jesús le dice al diablo: «"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». En el
contexto de las repetidas citas de Deuteronomio que Jesús utiliza para
responder a toda tentación, las palabras que proceden «de la boca de Dios» son
las Escrituras del Antiguo Testamento.
En
Mateo 19: 5 Jesús cita las palabras del autor de Génesis 2:24, no atribuidas a
Dios en el relato de Génesis, como palabras que Dios «dijo».
En
Marcos 7: 9-13 al mismo pasaje del Antiguo Testamento se le puede llamar
intercambiablemente «el mandamiento de Dios», o 10 que «Moisés dijo», o «la
palabra de Dios».
En
Hechos 1: 16 se dice que las palabras de los salmos 69 y 109 son palabras que
«por boca de David, había predicho el
Espíritu Santo». Así que se dice que las palabras de las Escrituras son
palabras del Espíritu Santo. En Hechos 2:16-17, al citar «lo que anunció el
profeta Joel de Joel 2: 28-32, Pedro inserta «dice Dios», atribuyendo de este
modo a Dios las palabras escritas por Joel, y afirmando que Dios está
diciéndolas al presente.
Se
podría citar muchos otros pasajes (vea Lc 1: 70; 24: 25; Jn 5: 45-47; Hch 3:
18, 21; 4: 25; 13: 47; 28: 25; Ro 1: 2; 3: 2; 9:17; 1ª Co 9: 8-10; Heb 1:
1-2,6-7), pero el patrón Teología sistemáticas más viejas usan las palabras inspirada e inspiración para hablar del hecho de que las palabras de las
Escrituras fueron dichas por Dios.
Esta
terminología se basa especialmente en una antigua traducción de 2ª Ti 3: 2 16,
que dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (RVR). Sin embargo, la
palabra inspiración tiene un
sentido tan débil en el uso ordinario hoy (todo poeta o compositor aduce estar
«inspirado» para escribir, e incluso de los atletas se dice que rindieron un
desempeño «inspirado») que no la he usado en este texto.
He
preferido la traducción de la NVI de 2ª Timoteo 3: 16: «Toda la Escritura es
inspirada por Dios», y he usado otras expresiones para decir que las palabras
de las Escrituras son las mismas palabras de Dios. La antigua frase
«inspiración plenaria» quería
decir que todas las palabras de las Escrituras son palabras de Dios (la palabra
plenaria quiere decir
«completa»), hecho que afirmo en este capítulo sin usar la frase.
De
atribuir a Dios las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento debe ser
muy claro. Es más, en varios lugares se dice que todas las palabras de los profetas o las palabras de las
Escrituras del Antiguo Testamento son para que las creamos o que proceden de
Dios (vea Lc 24: 25, 27, 44; Hch 3: 18; 24: 14; Ro 15: 4).
Pero
si Pablo quería decir sólo los escritos del Antiguo Testamento cuando se
refirió a «Escrituras» en 2ª Timoteo 3: 16, ¿cómo se puede aplicar eso a los
escritos del Nuevo Testamento por igual? ¿Dice ese pasaje algo en cuanto al
carácter de los escritos del Nuevo Testamento? Para responder esa pregunta
debemos darnos cuenta de que la palabra griega
grafé (Escrituras) era un término técnico para los escritos del Nuevo
Testamento y tenía un significado muy especializado.
Aunque
se usa cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento, cada una de esas instancias
se refiere a escritos del Antiguo Testamento, no a ninguna otra palabra o
escritos fuera del canon de las Escrituras. Por tanto, todo lo que pertenecía a
la categoría de «Escrituras» tenía el carácter de ser «inspirado por Dios»; sus
palabras eran palabras de Dios mismo.
Pero
en dos lugares del Nuevo Testamento vemos también que se llama «Escrituras» al
Nuevo Testamento a la par de los escritos del Antiguo Testamento. Como notamos
en el capítulo 3, en 2ª Pedro 3: 16 Pedro muestra no sólo tener conocimiento de
la existencia de Epístolas escritas por Pablo, sino también una clara
disposición a clasificar «todas sus epístolas [de Pablo)» con «las otras
Escrituras».
Esta
es una indicación de que muy temprano en la historia de la iglesia cristiana se
consideraban todas las Epístolas de Pablo como palabras de Dios escritas en el
mismo sentido que se consideraban los textos del Antiguo Testamento. En forma
similar, en 1ª Timoteo 5: 18 Pablo cita las palabras de Jesús según se halla en
Lucas 10: 7 y las llama «Escrituras».
Estos
dos pasajes tomados juntos indican que durante el tiempo en que se estaban
escribiendo los documentos del Nuevo Testamento se tenía conciencia de que se
estaban haciendo adiciones a
esta categoría especial de escritos llamados «Escrituras», que eran escritos
que tenían el carácter de ser palabras de Dios mismo. Así que una vez que
establecemos que un escrito del Nuevo Testamento pertenece a la categoría
especial de «Escrituras», tenemos razón para aplicar también 2ª Timoteo 3: 16 a
esos escritos, y decir que esos escritos también tienen la característica que
Pablo atribuye a «todas las Escrituras»: es «inspirada por Dios», y todas sus
palabras son palabras de Dios mismo.
Hay
alguna evidencia adicional de que los escritores del Nuevo Testamento pensaban
que sus propios escritos (no simplemente los del Antiguo Testamento eran
palabras de Dios? En algunos casos, los hay. En 1ª Corintios 14:37 Pablo dice:
«Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor». Pablo aquí ha instituido una serie de reglas para el
culto en la iglesia de Corinto y ha afirmado que son «mandatos del Señor»,
porque la frase que se traduce «esto que les escribo» contiene un pronombre
griego plural relativo (já) y
se traduce más literalmente: «las
cosas que les escribo son mandatos del Señor».
Una
objeción en cuanto a ver las palabras de los escritores del Nuevo Testamento
como palabras de Dios se toma a veces de 1 Corintios 7:12, en donde Pablo hace
distinción entre sus palabras y las palabras del Señor: «A los demás les digo
yo (no es mandamiento del Señor)». Sin embargo, una interpretación apropiada de
este pasaje se obtiene de los versículos 25 y 40. En el versículo 25 Pablo dice
que no tiene mandamiento del Señor respecto a los solteros sino que está dando
su propia opinión. Esto debe querer indicar que él no tenía conocimiento de nada que Jesús hubiera dicho sobre este tema y
probablemente también que no había recibido ninguna revelación subsecuente de
Jesús al respecto.
Esto
es diferente de la situación del versículo 10, en donde simplemente podría
repetir el contenido de la enseñanza terrenal de Jesús: «que la mujer no se
separe de su esposo». Por tanto, el versículo 12 debe querer decir que Pablo no tenía ningún registro de ninguna
enseñanza terrenal de Jesús sobre
el tema del creyente casado con una esposa que no era creyente.
Por
consiguiente, Pablo da sus propias instrucciones: «A los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor): Si algún
hermano tiene una esposa que no es creyente, y ella consiente en vivir con él,
que no se divorcie de ella» (1ª Co 7: 12).
Es
impresionante, por consiguiente, que Pablo puede seguir en los versículos 12-15
a dar varias normas éticas específicas a los corintios. ¿Qué le dio el derecho
de hacer tales mandamientos morales? Él dice que habla «como quien por la
misericordia del Señor es digno de confianza» (1ª Co 7:25). Parece implicar
aquí que sus opiniones podían colocarse en el mismo nivel autoritativo de las
palabras de Jesús.
Por tanto,
1 Corintios 7:12, «a los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor) es una
afirmación asombrosamente fuerte de la propia autoridad de Pablo; si él no
tenía ninguna palabra de Jesús que se aplicara a alguna situación, usaba las
propias, porque sus propias palabras ¡tenían igual autoridad que las palabras
de Jesús!
Indicaciones
de una noción similar respecto a los escritos del Nuevo Testamento se hallan en
Juan 14: 26 y 16: 13, en donde Jesús prometió que el Espíritu Santo les haría
recordar a los discípulos todo lo que él les había dicho y les guiaría a toda
la verdad. Esto indica una obra especial de superintendencia del Espíritu Santo
por la cual los discípulos podrían recordar y anotar sin error todo lo que
Jesús les había dicho.
Indicaciones
similares se hallan también en 2ª Pedro 3:2; 1ª Corintios 2: 13; 1ª
Tesalonicenses 4: 15, y Apocalipsis 22: 18-19.
2. ESTAMOS CONVENCIDOS DE LAS AFIRMACIONES DE LA BIBLIA DE QUE ES LA
PALABRA DE DIOS AL LEER LA BIBLIA.
Una
cosa es afirmar que la Biblia afirma ser
la Palabra de Dios; es otra cosa estar convencido de que esas afirmaciones son
ciertas. Nuestra convicción suprema de que las palabras de la Biblia son
Palabra de Dios viene sólo cuando el Espíritu Santo habla en la Biblia y mediante las palabras de la Biblia a
nuestros corazones y nos da una seguridad interna de que esas son palabras de
nuestro Creador hablándonos.
Poco
después de que Pablo ha explicado que su discurso apostólico consiste de
palabras enseñadas por el Espíritu Santo (1ª Co 2: 13), dice: «El que no tiene
el Espíritu no acepta las cosas que proceden del Espíritu de Dios, pues para él
es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª
Co 2: 14). Sin la obra del Espíritu de Dios, una persona no recibirá verdades
espirituales y en particular no recibirá ni aceptará la verdad de que las
palabras de las Escrituras son en realidad palabras de Dios.
Pero
en las personas en quienes el Espíritu de Dios está obrando hay un
reconocimiento de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Este
proceso es estrechamente análogo a aquel por el cual los que creen en Jesús
saben que sus palabras son verdad. Él dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las
conozco y ellas me siguen» (Jn 10: 27). Los que son ovejas de Cristo oyen la
voz de su gran Pastor al leer las palabras de la Biblia, y se convencen de que
estas palabras son en realidad palabras de su Señor.
Es
importante recordar que esta convicción de que las palabras de la Biblia son
palabras de Dios no resulta aparte de las palabras de la Biblia
ni en adición a las palabras de
la Biblia. No es como si el Espíritu Santo un día susurrara a nuestro oído:
«¿Ves esa Biblia sobre tu escritorio? Quiero que sepas que las palabras de esa
Biblia son palabras de Dios». Es más bien que conforme los individuos leen la
Biblia oyen la voz de su Creador hablándoles en las palabras de la Biblia y se
dan cuenta de que el libro que están leyendo es diferente a cualquier otro, que
es en verdad un libro palabras de Dios que hablan a su corazón.
3. OTRA EVIDENCIA ES ÚTIL PERO NO DEFINITIVAMENTE CONVINCENTE.
La
sección previa no tiene el propósito de negar la validez de otra clase de
argumentos que se puedan usar para respaldar la afirmación de que la Biblia es
la Palabra de Dios. Es útil que aprendamos que la Biblia es históricamente
exacta, que es internamente congruente, que contiene profecías que se han
cumplido cientos de años más tarde, que ha influido en el curso de la historia
humana más que cualquier otro libro, que continuamente ha cambiado la vida de
millones de individuos en toda su historia, que por ella las personas hallan la
salvación, que tiene una belleza majestuosa y profundidad de enseñanza que
ningún otro libro iguala, y que afirma cientos de veces que son palabras del
mismo Dios.
Todos
estos argumentos, y otros, son útiles para nosotros y eliminan los obstáculos
que pudieran interponerse para que creamos la Biblia. Pero todos estos
argumentos, tomados individualmente o en conjunto, no pueden ser
definitivamente convincentes. Como dice la Confesión Westminster de fe en
1643-46:
El Testimonio De La Iglesia Puede Impulsarnos E Inducirnos A Una
Estimación Más Alta Y Reverente De Las Sagradas Escrituras. Lo Celestial Del
Asunto, La Eficacia De La Doctrina, La Majestad Del Estilo, El Consentimiento
De Todas Partes, El Alcance Del Todo (Que Es, Dar Toda Gloria A Dios), La Plena
Revelación Que Hace Del Único Camino De Salvación Para El Hombre, Las Muchas
Otras Excelencias Incomparables, Y La Perfección Entera Consiguiente, Son
Argumentos Por Los Que En Efecto Da Evidencia De Ser La Palabra De Dios; Sin
Embargo, Nuestra Persuasión Completa Y Seguridad De La Verdad Infalible Y
Consiguiente Autoridad Divina, Brota De La Obra Interna Del RSV [En Inglés]
«Los Dones Del Espíritu De
Dios» Es Más Restrictivo En Materia De Asunto Que Lo Que Las Palabras Reales
Justificarían, Y Por Cierto Que El Contexto No Lo Exige.
Espíritu Santo Que Da Testimonio A Nuestros Corazones Por La Palabra De
Dios Y Con La Palabra De Dios (Cap. 1, Para. 5).
4. LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON AUTOATESTIGUADORAS.
ASÍ QUE LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON
«AUTOATESTIGUADORAS.
No se
puede «probar) que son palabras de Dios apelando a una autoridad más alta.
Porque si se apelara a una autoridad más alta (digamos, precisión histórica o
congruencia lógica) para probar que la Biblia es la Palabra de Dios, la Biblia
en sí misma no sería nuestra autoridad más alta o absoluta; estaría subordinada
en autoridad a aquello a lo que apelamos para probar que es la Palabra de Dios.
Si en
última instancia apelamos a la razón humana, o a la lógica, o a la exactitud
histórica, o a la verdad científica, como la autoridad por la cual se demuestra
que la Biblia es la Palabra de Dios, damos por sentado que aquello a lo que
apelamos es una autoridad más alta que la Palabra de Dios, y más verdadera y
más confiable.
5. OBJECIÓN: ESTO ES UN ARGUMENTO CIRCULAR.
Alguien
podría objetar que decir que la Biblia demuestra por sí misma que es la Palabra
de Dios es usar un argumento circular: creemos que la Biblia es la Palabra de
Dios porque ella misma afirma serlo; y creemos sus afirmaciones porque es la
Palabra de Dios; y creemos que es la Palabra de Dios porque afirma serlo, y así
por el estilo.
Hay
que reconocer que este es una especie de argumento circular. Sin embargo, eso
no invalida su uso, porque todos los argumentos a favor de una autoridad
absoluta deben en última instancia apelar a esa autoridad como prueba; de otra
manera su autoridad no sería absoluta ni sería la autoridad más alta.
Este
problema no es exclusivo del creyente que afirma la autoridad de la Biblia.
Todos, bien sea implícita o explícitamente, usan algún tipo de argumento
circular al defender su autoridad suprema en cuestiones de fe.
Aunque
estos argumentos circulares no siempre se hacen explícitamente y a veces se
ocultan detrás de prolongados debates, o simplemente se dan por sentado sin
prueba, los argumentos a favor de una autoridad suprema en su forma más básica
hacen una apelación circular semejante a la autoridad en sí misma, como muestran
los siguientes ejemplos:
«Mi Razón Es Mi Suprema Autoridad Porque Me Parece
Razonable Que Sea Ash.
«La Congruencia Lógica Es Mi Autoridad Suprema Porque Es Lógico Que Lo
Sea.
«Lo Que Descubren Las Experiencias Sensoriales Humanas Son La Autoridad
Suprema Para Descubrir Lo Que Es Real Y Lo Que No Lo Es, Porque Nuestros
Sentidos Humanos Jamás Han Descubierto Ninguna Otra Cosa; Así Que La
Experiencia Sensorial Humana Me Dice Que Mi Principio Es Verdad.
«Sé Que No Puede Haber Una Autoridad Suprema Porque No Sé De Ninguna
Autoridad Suprema Que Lo Sea» Lógico.
En Todos Estos Argumentos Por Una Norma Suprema De Verdad, Una Autoridad
Absoluta Para Lo Que Se Cree, Interviene Un Elemento Circular.
¿Cómo
escoge el creyente, o cualquier otra persona, entre las varias afirmaciones de
autoridad absoluta? Al fin y al cabo la veracidad de la Biblia se recomienda a
sí misma como mucho más persuasiva que otros libros religiosos (tales como el
Libro de Mormón o el Corán), o
que cualquier otra construcción intelectual de la mente humana (tal como la
lógica, la razón humana, la experiencia sensorial, la metodología científica,
etc.).
Será
más persuasiva porque en la experiencia real de la vida todos los otros
candidatos a autoridad suprema parecen incongruentes o tienen limitaciones que
los descalifican, en tanto que se ve que la Biblia está en pleno acuerdo con
todo lo que sabemos respecto al mundo que nos rodea, nosotros mismos y Dios.
La
Biblia sería persuasiva en esta manera: si pensamos como es debido en cuanto a
la naturaleza de la realidad, nuestra percepción de ella y de nosotros mismos,
y nuestra percepción de Dios. El problema es que debido al pecado, nuestra
percepción y análisis de Dios y la creación es defectuosa. El pecado en última
instancia es irracional, y el pecado nos hace pensar incorrectamente en cuanto
a Dios y en cuanto a la creación.
Por
consiguiente, en un mundo libre de pecado la Biblia convencería a todos de que
es la Palabra de Dios; pero debido a que el pecado distorsiona la percepción
que las personas tienen de la realidad, no reconocen a la Biblia por lo que es
en realidad. Por consiguiente, se requiere de la obra del Espíritu Santo, que
este supere los efectos del pecado y nos permita persuadimos de que la Biblia
en verdad es la Palabra de Dios, y que lo que afirma respecto a sí misma es
verdad.
Así
que en otro sentido, el argumento en cuanto a la Biblia como Palabra de Dios y
como nuestra autoridad suprema no es
un argumento circular típico. El proceso de persuasión tal vez es mejor verlo
como una espiral, en la cual el conocimiento creciente de la Biblia y una
creciente comprensión correcta de Dios y la creación tienden a suplementarse
una a otra de una manera armoniosa, y cada una tiende a confirmar la exactitud
de la otra.
Esto
no es decir que nuestro conocimiento del mundo que nos rodea es una autoridad
más alta que la Biblia, sino más bien que tal conocimiento, si es un
conocimiento correcto, continúa dando una seguridad cada vez mayor y una
convicción más profunda de que la Biblia es la única verdadera autoridad
suprema, y que todas las demás afirmaciones que compiten por la autoridad
suprema son falsas.
6. ESTO NO IMPLICA QUE EL DICTADO DE DIOS HAYA SIDO EL ÚNICO MEDIO DE
COMUNICACIÓN.
Toda
la parte previa de este capítulo ha sostenido que todas las palabras de la
Biblia son palabras de Dios. En este punto es necesaria una palabra de
precaución.
El
hecho de que todas las palabras de la Biblia sean palabras de Dios no debe
llevamos a pensar que Dios dictó a los autores humanos toda las palabras de las
Escrituras.
Cuando
decimos que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios, estamos
hablando del resultado del
proceso de hacer que la Biblia llegue a existir. Levantar la cuestión del
dictado es preguntar en cuanto al proceso
que condujo a ese resultado, o a la manera en que Dios actuó a fin de
asegurar el resultado que él se proponía.
Hay
que recalcar que la Biblia no habla de sólo un tipo de proceso ni sólo de una
manera por la que Dios comunicó a los autores bíblicos lo que quería que se
dijera. Es más, hay indicación de una
amplia variedad de procesos que Dios usó para producir el resultado
deseado.
Unos
pocos casos esporádicos de dictado se mencionan explícitamente en la Biblia.
Cuando el apóstol Juan vio en una visión en la isla de Patmos al Señor
resucitado, Jesús le dijo: «Escribe al
ángel de la iglesia de Éfeso» (Ap 2: 1); «Escribe
al ángel de la iglesia de Esmirna» (Ap 2:8); «Escribe al ángel de la iglesia de Pérgamo» (Ap 2: 12). Estos
son ejemplos de dictado puro y directo. El Señor resucitado le dice a Juan que
escriba, y Juan escribe las palabras que oyó de Jesús.
Algo a
fin a este proceso se ve probablemente en forma ocasional en los profetas del
Antiguo Testamento. Leemos en Isaías: «Entonces la palabra del Señor vino a Isaías:
«Ve y dile a Ezequías que así dice el Señor, Dios de su antepasado David: He
escuchado tu oración y he visto tus lágrimas; vaya darte quince años más de
vida. Ya ti ya esta ciudad los libraré de caer en manos del rey de Asiria. Yo
defenderé esta ciudad» (Is 38: 4-6).
El
cuadro que se nos da en este relato es que Isaías oyó (es dificil decir si fue
con su oído fisico o mediante una impresión muy contundente en su mente) las
palabras que Dios quiso que le dijera a Ezequías; e Isaías, actuando como mensajero
de Dios, tomó esas palabras y las dijo
tal como se le instruyó.
Pero
en muchas otras secciones de la Biblia tal dictado directo de Dios ciertamente
no fue la manera en que las palabras de la Biblia llegaron a existir. El autor
de Hebreos dice que Dios les habló a nuestros padres por los profetas «muchas
veces y de varias maneras» (Heb 1: 1).
En el
extremo opuesto del espectro del dictado tenemos, por ejemplo, la investigación
histórica ordinaria de Lucas para escribir su Evangelio. Él dice:
Muchos Han Intentado Hacer Un Relato De Las Cosas Que Se Han Cumplido
Entre Nosotros, Tal Y Como Nos Las Transmitieron Los Que Desde El Principio
Fueron Testigos Presenciales Y Servidores De La Palabra. Por Lo Tanto, Yo
También, Excelentísimo Teófilo, Habiendo Investigado Todo Esto Con Esmero Desde
Su Origen, He Decidido Escribírtelo Ordenadamente. (Lc 1: 1-3).
Claramente
esto no es un proceso de dictado. Lucas usó procesos ordinarios de conversar
con testigos oculares y reunir información histórica a fin de poder escribir un
relato preciso de la vida y enseñanzas de Jesús. Hizo su investigación
histórica a cabalidad, escuchando los informes de muchos testigos oculares y
evaluando.
En
algunas teologías sistemáticas a este proceso por el cual Dios usó autores
humanos para escribir sus propias palabras se le llama «modo de inspiración».
Yo no he usado esa terminología en este libro, puesto que no parece ser una
frase fácilmente entendible hoy.
Con
todo cuidado la evidencia. El evangelio que escribió martilla lo que él pensó
importante recalcar y refleja su estilo característico al escribir.
Entre
estos dos extremos de dictado puro y sencillo por un lado, y la investigación
histórica ordinaria por el otro, tenemos muchas indicaciones de varias maneras
por las que Dios se comunicó con los autores humanos de la Biblia.
En
algunos casos la Biblia nos da indicios de estos varios procesos: habla de
sueños, visiones, de oír la voz de Dios, de estar en el concilio del Señor;
también habla de hombres que estuvieron con Jesús y observaron su vida y oyeron
su enseñanza, hombres cuyo recuerdo de estas palabras y obras fue hecho
acertado por completo por la obra del Espíritu Santo al recordarles todas estas
cosas Jn 14: 26). Sin embargo, en muchos otros casos simplemente no se nos dice
la manera que Dios usó para producir el resultado de que las palabras de la
Biblia fueran sus propias palabras. Evidentemente se usaron muchos métodos
diferentes, pero no es importante que descubramos precisamente cuáles fueron en
cada caso.
En
casos en que intervino la personalidad humana ordinaria y el estilo de
redacción del autor en forma prominente, como parece ser el caso con la mayor
parte de la Biblia, todo lo que podemos decir es que la providencial
supervisión y dirección de Dios en la vida de cada autor fue tal que sus
personalidades, su trasfondo y educación, su capacidad de evaluar los
acontecimiento del mundo que los rodeaba, su acceso a información histórica, su
juicio respecto a la exactitud de la información, y sus circunstancias
individuales cuando escribieron, fueron exactamente lo que Dios quería que
fueran, de modo que cuando llegaron al momento preciso de poner la pluma sobre
el papel, las palabras fueron plenamente sus palabras pero también plenamente
las palabras que Dios quería que escribieran, palabras que Dios afirmaría que
eran las suyas propias.
B. POR CONSIGUIENTE, NO CREER O
DESOBEDECER ALGUNA PALABRA DE LA BIBLIA ES NO CREER O DESOBEDECER A DIOS.
La
sección precedente afirma que todas las palabras de la Biblia son palabras de
Dios. Consecuentemente, no creer o desobedecer alguna palabra de la Biblia es
no creer o desobedecer a Dios mismo. Así, Jesús puede reprender a sus
discípulos por no creer las Escrituras del Antiguo Testamento (Lc 24: 25).
Los
creyentes deben guardar y obedecer las palabras de los discípulos Gn 15:20: «Si
han obedecido mis enseñanzas, también obedecerán las de ustedes»). A los
creyentes se les anima a recordar «el mandamiento que dio nuestro Señor y
Salvador por medio de los apóstoles » (2ª P 3: 2).
Desobedecer
lo que Pablo escribe era acarrearse la disciplina eclesiástica, tal como la
excomunión (2ª Ts 3: 14) y el castigo espiritual (2ª Co 13: 2-3), incluyendo
castigo de Dios (este es el sentido evidente del verbo pasivo «será reconocido»
en 1ª Co 14: 38). En contraste, Dios se deleita en todo el que «tiembla» a su
palabra (ls 66: 2).
En
toda la historia de la iglesia, los grandes predicadores han sido los que han
reconocido que no tienen autoridad en sí mismos y han visto su tarea como la de
explicar las palabras de la Biblia y aplicarlas claramente a la vida de sus
oyentes. Su predicación ha derivado su poder no de la proclamación de sus
propias experiencias cristianas ni de las experiencias de otros, ni tampoco de
sus propias opiniones, ideas creativas o habilidad retórica, sino de las
palabras poderosas de Dios.
Esencialmente
se pararon en el púlpito, señalaron el texto bíblico, y en efecto le dijeron a
la congregación: «Esto es lo que significa este versículo. ¿Ven ustedes también
ese
significado aquí? Entonces deben creerlo y obedecerlo de todo corazón, porque
Dios mismo, su Creador y Señor, ¡se lo está diciendo hoy mismo!» Sólo las
palabras escritas de la Biblia pueden dar esta clase de autoridad a la
predicación.
C. LA VERACIDAD DE LAS ESCRITURAS
1. DIOS NO PUEDE MENTIR NI HABLAR FALSEDADES.
La
esencia de la autoridad de la Biblia es que puede obligarnos a creerla y a
obedecerla y a hacer que tal creencia y obediencia sean equivalentes a creer y
obedecer a Dios mismo. Debido a que esto es así, es necesario considerar la
veracidad de la Biblia, puesto que creer todas las palabras de la Biblia
implica confianza en la completa veracidad de las Escrituras en que creemos.
Aunque
se considerará este asunto más completamente cuando consideremos la inerrancia
de la Biblia (vea capítulo 5), aquí daremos una breve consideración.
Puesto
que los escritores bíblicos repetidamente afirman que las palabras de la
Biblia, aunque humanas, son palabras de Dios, es apropiado buscar versículos
bíblicos que hablen del carácter de
las palabras de Dios y aplicarlos al carácter de las palabras de la
Biblia. Específicamente, hay una serie de pasajes bíblicos que hablan de la
veracidad de lo que Dios dice. Tito 1: 2 habla de «Dios, que no miente», o
(traducido más literalmente) «el Dios sin mentira».
Debido
a que Dios es un Dios que no puede decir «mentira», siempre se puede confiar en
sus palabras. Puesto que todas las Escrituras son dichas por Dios, todas las
Escrituras deben ser «sin mentira», tal como Dios mismo lo es; no puede haber
falsedad en las Escrituras.
Hebreos
6: 8 menciona dos cosas inmutables (el juramento de Dios y su promesa) «en las
cuales es imposible que Dios mienta». Aquí
el autor no dice solo que Dios no miente, sino que no es posible que mienta.
Aunque la referencia inmediata es sólo a juramento y promesas, si es imposible
que Dios mienta en estos pronunciamientos, ciertamente es imposible que él
mienta jamás (porque Jesús con rigor reprende a los que dicen la verdad sólo
cuando están bajo juramento: Mt 5: 33-37; 23: 16-22). De modo similar, David
dice de Dios: «Tú eres Dios, y tus
promesas son fieles!» (2ª
S 7:28).
No
estoy negando que la buena capacidad para hablar o creatividad, o la narración
de experiencias personales, tengan lugar en la predicación, porque la buena
predicación incluirá todo esto (vea Pr 16: 21, 23). Lo que estoy diciendo es
que el poder de cambiar vidas debe venir de la palabra de Dios mismo, y eso
será evidente a los oyentes cuando el predicador realmente lo cree.
Algunos
eruditos objetan que es «demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia
es la palabra de Dios. Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca
miente». Sin embargo es precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en
Tito 1: 2. Se refiere a la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación»
en las Escrituras y dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca
miente».
De
este modo apela a la veracidad de las propias palabras de Dios para probar la
veracidad de las palabras de las Escrituras. Este argumento puede ser «simple»,
pero es bíblico, y es verdad. Por consiguiente no debemos titubear para
aceptarlo y usarlo.
NOTA: No estoy negando que la buena
capacidad para hablar o creatividad, o la narración de experiencias personales,
tengan lugar en la predicación, porque la buena predicación incluirá todo esto
(vea Pr 16:21, 23). Lo que estoy diciendo es que el poder de cambiar vidas debe
venir de la palabra de Dios mismo, y eso será evidente a los oyentes cuando el
predicador realmente lo cree.
Algunos eruditos objetan que es
«demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia es la palabra de Dios.
Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca miente». Sin embargo es
precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en Tito 1:2. Se refiere a
la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación» en las Escrituras y
dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca miente».
De este modo apela a la veracidad de
las propias palabras de Dios para probar la veracidad de las palabras de las
Escrituras. Este argumento puede ser «simple», pero es bíblico, y es verdad.
Por consiguiente no debemos titubear para aceptarlo y usarlo.
2. POR CONSIGUIENTE, TODAS LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON COMPLETAMENTE
VERDAD Y SIN ERROR EN PARTE ALGUNA.
Puesto
que las palabras de la Biblia son palabras de Dios, y puesto que Dios no puede
mentir ni decir falsedades, es correcto concluir que no hay falsedad ni error
en parte alguna de las Escrituras. Hallamos esto afirmado en varios lugares de
la Biblia. «Las palabras del Señor son
puras, plata refinada en un horno en el suelo, purificada siete veces»
(Sal 12: 6, traducción del autor).
Aquí
el salmista usa imágenes vivas para hablar de la pureza no diluida de las
palabras de Dios; no hay imperfección en ellas. También en Proverbios 30: 5
leemos: «Toda palabra de Dios es digna
de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio». No es que
algunas de las palabras de las Escrituras son verdad, sino que toda palabra es
verdad.
De
hecho, la palabra de Dios está fija en el cielo por toda la eternidad: «Tu
palabra, Señor, es eterna, y está
firme en los cielos» (Sal 119: 89).Jesús puede hablar de la naturaleza
eterna de sus propias palabras: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras jamás pasarán» (Mt 24: 35).
Lo que
Dios habla se coloca en marcado contraste con todo lo que dicen los humanos,
porque «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Nm 23:
19). Estos versículos afirman explícitamente lo que estaba implícito en el
requisito de que creamos todas las palabras de la Biblia, es decir, que no hay
falsedad en ninguna de las afirmaciones de la Biblia.
3. LAS PALABRAS DE DIOS SON LA NORMA ÚLTIMA DE VERDAD.
En
Juan 17 Jesús ora al Padre: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad»
Gn 17: 17). Este versículo es interesante porque Jesús no usa los adjetivos aletzinos o aletzes (verdadero) que uno esperaría, para decir «tu palabra es
verdadera»; sino que más bien usa un sustantivo: aletzeía (verdad) para decir que la palabra de Dios no es
simplemente «verdadera» sino que es la verdad misma.
La
diferencia es significativa, porque esta afirmación nos anima a pensar no solo
que la Biblia es «verdadera» en el sentido de que se ajusta a alguna norma más
alta de verdad, sino más bien a pensar que la Biblia en sí misma es la norma
definitiva de la verdad. La Biblia es la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios
es la definición suprema de lo que es verdadero y lo que no es verdadero: la
palabra de Dios en sí misma es verdad.
Así que debemos pensar que la Biblia es la suprema norma de verdad, el
punto de referencia por el cual se debe medir toda otra afirmación de
veracidad.
Las
afirmaciones que se ajustan a las Escrituras son «verdaderas», en tanto que las
que no se ajustan a la Biblia no son verdaderas.
¿Qué
es, entonces, verdad? Verdad es lo que Dios dice, y tenemos lo que Dios dice
(exacta pero no exhaustivamente) en la Biblia.
4. ¿PODRÍA ALGUNA
VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CONTRADECIR LA BIBLIA?
¿SE DESCUBRIRÁ ALGUNA
VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CIENTÍFICO O HISTÓRICO QUE CONTRADIGA A LA BIBLIA?
Aquí
podemos decir con confianza que eso nunca sucederá; es más, es imposible.
Si se
descubriera algún supuesto «hecho» que se diga que contradice a la Biblia,
entonces (si hemos entendido correctamente la Biblia) ese «hecho» debe ser
falso, porque Dios, el autor de las Escrituras, conoce todos los hechos
verdaderos (pasados, presentes y futuros). Ningún hecho aparecerá jamás que
Dios no haya sabido desde antes de la creación y tomado en cuenta cuando hizo que
se escribieran las Escrituras.
Todo
hecho verdadero es algo que Dios ha conocido ya desde la eternidad y algo que
por consiguiente no puede contradecir lo que Dios dice en la Biblia.
No
obstante, se debe recordar que el estudio científico o histórico (tanto como
otras clases de estudios de la creación) puede llevarnos a volver a examinar la
Biblia para ver si en realidad enseña lo que se pensaba que enseña.
La
Biblia por cierto no enseña que la tierra fue creada en el año 4004 a.C., como
una vez se pensaba (porque las listas genealógicas de la Biblia tienen
lagunas).14 Sin embargo, fue en parte el estudio histórico, arqueológico,
astronómico y geológico lo que hizo que los cristianos volvieran a examinar la
Biblia para ver si en realidad enseñaba un origen tan reciente de la tierra.
El
análisis cuidadoso del texto bíblico mostró que en realidad no enseña eso.
De
forma similar, la Biblia no enseña que el sol gira alrededor de la tierra,
porque sólo usa descripciones de los fenómenos según los vemos a simple vista y
no pretende describir el teje y maneje del universo desde algún punto
arbitrario «fijo» en algún lugar del espacio.
Sin
embargo, antes de que el estudio de astronomía avanzara lo suficiente como para
demostrar la rotación de la tierra sobre su eje, la gente daba por sentado que la Biblia
enseñaba que el sol giraba alrededor de la tierra.
Después,
el estudio de la información científica motivó a un nuevo examen de los
apropiados textos bíblicos. Así que siempre que nos veamos frente a algo que se
diga que contradice a la Biblia, debemos no sólo examinar la información que se
aduce que demuestra el hecho en cuestión, sino también debemos volver a
examinar los textos bíblicos apropiados para ver si la Biblia de veras enseña
lo que se creía que enseñaba.
Nunca
debemos temer, sino más bien siempre recibir con beneplácito cualquier nuevo
hecho que se pueda descubrir en cualquier ámbito legítimo de investigación o
estudio humanos. Por ejemplo, los descubrimientos de los arqueólogos que
trabajaban en Siria han sacado a la luz las tablas.
Estos
registros extensos escritos del período alrededor de 2000 a.C. a la larga
arrojarán gran luz sobre nuestra comprensión del mundo de los patriarcas y los
hechos conectados con la vida de Abraham, Isaac y Jacob. ¿Deben los cristianos
albergar alguna aprehensión persistente de que la publicación de tal
información demostrará que algún hecho de Génesis es incorrecto?
¡Ciertamente
no! Debemos con anhelo esperar la publicación de toda esa información con la
confianza absoluta de que si se entiende correctamente
será
congruente con la Biblia, y confirmará totalmente la exactitud de las
Escrituras. Ningún hecho verdadero jamás contradecirá las palabras del Dios que
lo sabe todos y nunca miente.
D. LAS ESCRITURAS SON LA AUTORIDAD
DEFINITIVA
Es
importante darse cuenta de que la forma final en que las Escrituras siguen
siendo autoritativas es su forma escrita.
Fueron las palabras de Dios escritas
en las tablas de piedra que Moisés depositó en el arca del pacto. Más
adelante Dios ordenó a Moisés y a los profetas después de este que escribieran
sus palabras en un libro. Fue acerca de las Escrituras (grafé) que Pablo dijo que eran «inspirada por Dios» (2ª Ti 3:
16). De modo similar, los escritos de
Pablo son «mandato del Señor» (1ª Co 14: 37) y se podían incluir en «las otras
Escrituras» (2ª P 3: 16).
Esto
es importante porque algunos a veces (intencionalmente o no) intentan sustituir
alguna otra norma definida que no son las palabras de la Biblia. Por ejemplo,
algunos a veces se refieren a «lo que Jesús realmente dijo» y aducen que cuando
traducimos las palabras griegas de los Evangelios de nuevo al arameo que Jesús
habló, podemos obtener una mejor comprensión de las palabras de Jesús que las
que dan los escritores de los Evangelios.
De
hecho, a veces se dice que este trabajo de reconstruir las palabras de Jesús en
arameo nos permite corregir las traducciones erróneas que hicieron los autores
de los Evangelios.
En
otros casos hay quienes han aducido saber «lo que Pablo realmente pensaba» aun
cuando sea diferente del significado de las palabras que escribió; o han
hablado de «lo que Pablo debía haber dicho si hubiera sido congruente con el
resto de su teología».
De
modo similar, otros han hablado de «la situación de la iglesia a la cual Mateo
escribió» y han intentado dar fuerza normativa bien sea a esa situación o a la
solución que piensan que Mateo estaba intentando ofrecer en esa situación.
En
todos estos casos debemos reconocer que preguntar respecto a las palabras o
situaciones que están «en el trasfondo» del texto de las Escrituras puede a
veces ser útil para comprender lo que ese texto significa. Sin embargo,
nuestras reconstrucciones hipotéticas de todas esas palabras y situaciones
nunca pueden reemplazar ni competir con la Biblia misma como autoridad final,
ni debemos permitirles contradecir o poner en tela de duda la exactitud de alguna
de las palabras de la Biblia.
Debemos
continuamente recordar que tenemos en la Biblia las mismas palabras de Dios, y
no debemos tratar de «mejorarlas» de ninguna manera, porque eso no se puede
hacer. Más bien, debemos procurar entenderlas y entonces confiar en ellas y
obedecerlas de todo corazón.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Si usted quiere persuadir a alguien de que la Biblia es la Palabra de
Dios, ¿qué querría usted que esa persona leyera más que cualquier otra pieza de
literatura?
2. ¿Quién intentaría hacer que las personas quieran no creer algo de la
Biblia, o desobedecer algo de la Biblia? ¿Hay algo en la Biblia que usted
quiere no creer u obedecer? Si sus respuestas a alguna de las dos preguntas
última son positivas, ¿cuál es el mejor método de lidiar y tratar con los
deseos que usted tiene en todo eso?
3. ¿Sabe usted de algún hecho demostrado en toda la historia que ha
mostrado que algo en la Biblia es falso? ¿Se puede decir eso respecto a otros
escritos religiosos tales como el Libro
de Mormón o el Corán? Si
usted ha leído otros libros como éstos, ¿puede describir el efecto espiritual
que ejercieron en usted? Compare eso con el efecto espiritual que surtió en
usted la lectura de la Biblia. ¿Puede decir que al leer la Biblia usted oye la
voz de su Creador hablándole de una manera que no es verdad en cuanto a ningún
otro libro?
4. ¿Alguna vez se halla creyendo algo no porque tiene evidencia externa
sino simplemente porque está escrito en la Biblia? ¿Es esa fe apropiada, según
Hebreos 11: 1? Si usted cree algo simplemente porque la Biblia lo dice, ¿qué
piensa que Cristo le dirá respecto a este hábito cuando usted esté frente a su
tribunal? ¿Piensa usted que confiar y obedecer todo lo que la Biblia afirma le
llevará a pecar o le alejará de la bendición de Dios en su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Argumento
circular, auto atestiguadora, autoridad absoluta, autoridad de la Biblia.
Biblia, dictado, Escrituras, inspirada por Dios, inspiración, inspiración
plenaria
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
2 Timoteo 3: 16: Toda La
Escritura Es Inspirada Por Dios Y Útil Para Enseñar, Para Reprender, Para
Corregir Y Para Instruir En La Justicia.