NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS DE LA BIBLIA

INTRODUCCIÓN

Todo estudiante de las Sagradas Escrituras, antes de iniciar su labor, ha de tener una idea clara de las características del texto que ha de interpretar, pues si bien es cierto que hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda clase de escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de cada uno de éstos impone un tratamiento especial. Al ocuparnos de la interpretación de la Biblia, hemos de preguntarnos:
¿Qué lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son producciones comparables a los libros sagrados de otras religiones? ¿Constituyen simplemente el testimonio de la experiencia religiosa de un pueblo, engalanado por la agudeza de sus legisladores, poetas, moralistas y profetas? ¿o forman, como sostiene la sinagoga judía respecto a Antiguo Testamento y la Iglesia cristiana respecto a la totalidad de la Escritura, un libro diferente y superior a todos los libros, el Libro, cuya autoría, en último término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede establecerse una paridad entre Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la respuesta a estas preguntas desempeña un papel decisivo en la interpretación de las Escrituras judeo-cristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida?

EL TESTIMONIO DE LA PROPIA ESCRITURA

No puede negarse seriamente que la Biblia, en su conjunto y en gran número de sus textos, presupone su origen divino, la peculiaridad de que, esencialmente, recoge el mensaje de Dios dirigido a los hombres de modos diversos y en diferentes épocas.
Como reconoce C. H. Dodd, «la Biblia se diferencia de las demás literaturas religiosas en que se lo juega todo en la pretensión de que Dios se reveló realmente en unos acontecimientos concretos, documentados, públicos. A menos que tomemos esta pretensión en serio, la Biblia apenas si tiene sentido, por grande que sea el estímulo espiritual que nos procuren sus pasajes selectos».
Lógicamente, no podemos aducir este hecho como demostración de que hay un elemento divino en la Escritura, pero es un dato importante que nadie debe despreciar. El testimonio que una persona da de sí misma no es decisivo. Puede no ser verdadero; pero puede serlo y, de acuerdo con un elemental principio de procedimiento legal, tal testimonio no puede ser desechado a priori.
A menos que pueda probarse fehacientemente su falsedad, la información que aporta siempre es de valor irrenunciable. Este principio es de aplicación a la Escritura. G. W. Bromiley lo expresa con gran luminosidad: «Cuando afirmamos la autoridad sin par de la Biblia, ¿es legítimo apelar al propio testimonio de la Biblia en apoyo de tal afirmación? ¿No es esto una forma abusiva de dar por cierto lo que está bajo discusión, hacer de la Biblia misma el árbitro primero y final de su propia causa? ¿No somos culpables de presuponer aquello que somos requeridos a probar?
La respuesta a esta pregunta es, por supuesto, que no acudimos a la Biblia en busca de pruebas, sino de información.» Y esta información, examinada sin prejuicios, hace difícil rechazar la plausibilidad de una intervención divina en la formación de la Escritura y relegar sus libros a la categoría de literatura histórico-religiosa de origen meramente humano. Lo que A. B. Davidson escribió acerca del Antiguo Testamento podemos hacerlo extensivo a la totalidad de la Biblia: «No vamos a él con la idea general de que es la palabra de Dios dirigida a nosotros. No vamos a él con esa idea, pero nos alzamos con la idea después de haber tenido contacto con él.»
Abundan los textos de la Escritura en los que se atestigua una revelación especial de Dios, quien de muy variadas maneras habla a sus siervos para comunicarles su mensaje. Una de las frases más repetidas en el Antiguo Testamento es: "y dijo Dios», o la equivalente: «Vino palabra de Yahvéh.»
Esta «palabra» de Dios es creadora y normativa desde el principio mismo ge la historia de Israel. (He aquí sólo algunas citas del Pentateuco: Ex. 4: 28; 19: 6, 7; 20:1-17; 24: 3; Nm. 3: 16, 39, 51; 11: 24; 13: 3; Dt. 2: 2, 17; 5: 5-22; 29: 1-30: 20.) Israel adquiere plena conciencia de su entidad histórica bajo la influencia de los grandes actos de Dios y de la interpretación verbal que de esos actos da Dios mismo por medio de Moisés.
Negar esta realidad nos obligaría a explicar el fenómeno del origen histórico de Israel sobre la base de leyendas fantásticas, inverosímiles, poco acordes con la objetividad del marco geográfico-histórico y de costumbres que hallamos en los relatos bíblicos y con la seriedad del hagiógrafo.
Por otro lado, mal cuadraría una base plagada de falsedades con la estructura político-religiosa de un pueblo que, desde el primer momento, es instado a condenar enérgicamente el engaño de todo falso profeta (Dt. 13).
Además, la palabra de Dios se entrelaza con la historia del pueblo israelita no sólo en sus inicios, sino a lo largo de los siglos, hasta que Malaquías cierra el registro de la revelación veterotestamentaria.
Todos los grandes acontecimientos en los anales de Israel están de algún modo relacionados con mensajes divinos. Dios habla a los jueces, a los reyes, a los profetas. Así, a lo largo de los siglos, se va acumulando un riquísimo caudal de enseñanza, normas, promesas y admoniciones que guían al pueblo escogido hasta los umbrales de la era mesiánica. Esto hace que la historia de Israel sólo tenga sentido a la luz de la relación única entre el pueblo y Yahvéh sobre la base de la revelación y del pacto que Él mismo ha establecido.
Pero no es únicamente la riqueza de contenido del Antiguo Testamento lo que sorprende. Llama la atención su coherencia y armonía. No se nos presenta como una simple acumulación de hechos, ideas y experiencias religiosas, sino como un proceso regido por una finalidad, como un conjunto en el que las partes encajan entre sí y que responde a esa finalidad.
La historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, es un todo orgánico, no una agrupación de historias. No es fácil explicar esta característica del Antiguo Testamento, y de la Biblia en general, si no admitimos la realidad de la acción de Dios, tanto en la revelación como en la preservación y ordenamiento de ésta en la Escritura.
Al pasar al Nuevo Testamento, se observa igualmente el lugar preponderante de la palabra de Dios. Los evangelistas, testigos de cuanto Jesús hizo y dijo (l Jn. 1:1-3), ven en Ella culminación de la revelación de Dios. Era la palabra de Dios encarnada, el gran intérprete de Dios (Jn. 1:14, 18). Ponen en sus labios palabras que muestran la autoridad y el origen divino de sus enseñanzas (Mt. 5:21-48; 7:28,29; Jn. 7:16; 13:2,26; 8:28; 12:49; 14:10,24 y pasajes paralelos de Marcos y Lucas).
La comunicación divina no se extingue con el ministerio público de Jesús. Se completaría, según palabras de Jesús mismo, con el testimonio y el magisterio de los apóstoles bajo la guía del espíritu Santo (Jn. 14:26; 16:13). Así lo entendieron los propios apóstoles, persuadidos de que sus palabras. ,eran ciertamente «la palabra de Dios» (1 Ts. 2: 13; véase también Hch. 4: 31; 6: 2, 7; 8:14,25; 11: 1; 12: 24; 17: 13; 18: 11; 19: 10; Col. 1: 25,26; 1 Ts. 4: 15; 2 Ti. 2: 9; Ap. 1:2, 9).
La convicción generalizada en profetas y apóstoles campeones de probidad de que eran instrumentos para comunicar el mensaje recibido de DIOS, ¿puede atribuirse a una ilusión SI no a superchería?
Si nos libramos de prejuicios filosóficos, ¿no es más honesto dar crédito al testimonio de aquellos hombres? Si Dios existe, ¿no era de esperar su revelación? La Escritura se atribuye la función de ser testimonio y registro de esa revelación.

CREDIBILIDAD DE LA REVELACIÓN

Desde un punto de vista lógico, cabía esperar que Dios se comunicara con los hombres de modo tal que éstos pudieran tener un conocimiento adecuado de El, de su naturaleza, de sus propósitos y de sus obras. Tal conocimiento no podía ser alcanzado por la llamada revelación general o natural. Es verdad que «los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal. 19: 1).
Las obras de la creación nos hablan de la sabiduría y el poder de Dios. Incluso nos muestran evidencias de su bondad; pero nada nos dicen de su justicia, de su misericordia o de los principios morales que rigen su relación con el universo, en especial con el hombre, hecho a imagen de Dios.
Tampoco arroja luz la revelación general sobre el actual estado de la humanidad en su grandeza y en su miseria, sobre el sentido de la vida humana o sobre el significado de la historia. Aunque el pecado no hubiera oscurecido la mente humana -hecho que limita su capacidad de discernimiento e, la luz de la naturaleza habría sido insuficiente para tener un conocimiento adecuado de Dios y de su voluntad.
Si creemos en la bondad de Dios, es presumible que Dios no dejara al hombre en la oscuridad de su ignorancia con todos los riesgos que ésta conlleva. Para librarnos de ella, la razón humana es del todo ineficaz. Los más grandes pensadores de todos los tiempos no han hecho otra cosa que construir un laberinto entrecruzado por mil y una contradicciones en las que la mente se pierde víctima de la incertidumbre. Las conclusiones derivadas de reflexiones
sobre la naturaleza o sobre la historia son poco fiables; tanto pueden conducirnos a formas más o menos arbitrarias de religiosidad como al agnosticismo o al ateísmo.
En lo que se refiere al orden moral, ningún examen empírico del universo o de la propia naturaleza humana puede guiarnos con certeza en lo que concierne a normas éticas. Lo recto y lo justo vendrá determinado por múltiples factores culturales y sociales, pero siempre será algo relativo, coyuntural, variable. Lo que en un lugar y época determinados se consideraba normal, en lugares distintos y en tiempos posteriores ha sido visto como abominación.
Los sacrificios humanos, el infanticidio, la esclavitud, la prostitución sagrada, etc. no escandalizaban en la antigüedad.
Hoy nos parecen monstruosidades. Pero todavía en nuestros días, cuando la ética, la psicología y la sociología tratan de sugerir normas de comportamiento, las divergencias subsisten. y a menudo, en muchos aspectos se observa un retroceso a aberraciones análogas a las de .antaño: legalización del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, etc.
Sólo una intervención de Dios mismo puede guiarnos a su conocimiento y al de las grandes verdades que conciernen decisivamente a nuestra existencia. Como afirma Bernard Ramm: «El conocimiento acerca de Dios debe ser un conocimiento que proceda de Dios, y su búsqueda debe dejarse gobernar por la naturaleza de Dios y de su autorrevelación.» Muy sugerente es la ilustración que el mismo autor usa a continuación cuando compara la revelación especial a una autobiografía de Dios, la cual, obviamente, ha de ser infinitamente superior a cualquier biografía de Dios que pudiera proponerse.
Únicamente Dios podía dar al hombre el conocimiento que éste necesitaba. Pero ¿se lo ha dado? La necesidad de una revelación no es una prueba de que tal revelación haya tenido lugar. ¿Se ha comunicado Dios con los hombres de modo que puedan comprenderle y vivir en comunión con El? El autor de la carta a los Hebreos nos da una respuesta categórica: «Dios ha hablado» (He. 1:1-3). Pero afirmación tan rotunda ¿tiene suficiente base de credibilidad?
La respuesta es positiva, aunque no simple. La base de credibilidad no radica tanto en argumentos lógicos como en hechos que se extienden a lo largo de la historia, en una trama compleja de acontecimientos humanos entrelazados con los hilos de la urdimbre divina. Como subraya Geerhardus Vos, «el proceso de la revelación no es sólo concomitante con la historia, sino que se encarna en la historia».
Debe tenerse presente, sin embargo, y contrariamente a lo que algunos sostienen, que la revelación no consiste sólo en eventos históricos, actos de Dios. Incluye manifestaciones verbales de Dios que interpretan los actos. Sin esta parte de la revelación, llamada «proposicional», los hechos históricos quedarían sumidos en la ambigüedad. Pongamos como ejemplo el éxodo, acontecimiento cumbre en la historia de Israel. Despojado de la interpretación oral dada por Dios mismo a Moisés (Éx. 3), fácilmente perdería la riqueza de su hondo significado.
La historia registra otros casos de movimientos migratorios y episodios de: emancipación colectiva sin ninguna significación especial. La salida de Israel de Egipto pudo haber sido uno más. Pero)a revelación bíblica no Se limita a consignar el hecho escueto; añade lo declarado por Dios respecto a sus propósitos para con. aquel pueblo. y las especiales relaciones que a el le unirían con miras a convertIrlo en un testigo del Dios verdadero y de su justicia.
Lo mismo podríamos decir del evento supremo de la historia: la muerte de Jesús. Sin una explicación divina, este hecho podría interpretarse de los modos más diversos y con toda  seguridad ninguna interpretación expresaría el glorioso significado de lo acaecido en el Gólgota. Sólo la palabra de Dios, a través del Hijo, podía desentrañar el misterio de la cruz: «Esto es mi sangre del nuevo pacto que va a ser derramada por muchos para remisión de pecados » (Mt. 26:28). .
Los grandes actos de Dios son interpretados por Dios mismo, no por hombres. Así la interpretación divina completa la revelación a fin de que ésta cumpla su finalidad y libre a los hombres de equívocos, ambigüedades y errores. Como hace notar Oscar Cullmann «la revelación consiste de ambos: del acontecimiento como tal y de su interpretación. Esta inclusión del mensaje salvador de los acontecimientos salvadores es del todo esencial en el Nuevo Testamento»: Podríamos añadir que es esencial en toda la Biblia.
La credibilidad de la revelación bíblica es avalada por su unidad esencial en la diversidad de sus formas y en su carácter progresivo.
Sus variados elementos teológicos, éticos, rituales o ceremoniales constituyen un todo armónico, con unas constantes que se mantienen tanto en cuanto se refiere a los atributos y las obras de Dios como en lo relativo a la condición moral del hombre, a su relación con Dios, al culto, a la conducta, etc. En el centro está Dios mismo. Paulatinamente, de este centro va emergiendo con claridad creciente la figura del Mesías redentor, en quien culminará todo el proceso de la revelación.
En el período anterior a Cristo, la revelación es en gr?? Parte preparatoria. Es anuncio, promesa. En Cristo, la revelación es el mensaje del cumplimiento, con el que se abren las perspectivas finales de la humanidad. En El se cumplen multitud de predicciones del Antiguo Testamento; se hacen realidad sus símbolos y sus esperanzas.
Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Aquel que es el profeta por excelencia, el máximo sumo sacerdote y el gran rey cuyo imperio perdurará eternamente. Su persona, sus palabras y su obra constituyen el cenit de la revelación. Las teofanías o cualquier otra forma anterior de comunicación divina habían sido, en palabras de René Pache, «un relámpago en la noche, en comparación con la encarnación del que es la luz del mundo.
Los profetas recogían y transmitían los fragmentos de los misterios que el Señor tuvo a bien comunicarles. Pero el Padre no tiene secretos para con el Hijo. Este es en sí mismo "el misterio de Dios en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:2, 3).
A todo lo expuesto, podemos añadir la majestuosidad de la revelación bíblica en su conjunto, la profundidad de sus conceptos, la perennidad de sus principios, así como la incomparable influencia que ha ejercido -y sigue ejerciendo- en el mundo.
Atribuir estas cualidades al genio religioso de unos hombres, enormemente separados entre sí en el tiempo y diversamente influenciados por el diferente entorno de cada uno de ellos, es apretarse sobre los ojos la venda de los prejuicios en un empeño obstinado de negar toda posibilidad de revelación.

REVELACIÓN Y ESCRITURA

Cuanto hemos señalado sobre la revelación tiene su base en el contenido de la Biblia. Sin ésta nada sabríamos de aquélla. Existe, pues, una correlación entre ambas. No es accidental esa correlación, sino que responde a un propósito y a una necesidad. No se produce porque algunos de los hombres a quienes Dios hizo objeto de su revelación se sintieran movidos por sus propias reflexiones a registrar en textos escritos el contenido de lo revelado.
Según el testimonio bíblico, es Dios mismo quien, directa o indirectamente, ordena la «inscripturación» (Ex. 17: 14; 24: 4; 34: 27; Dt. 17: 18, 19; 27: 3; Is. 8: 1; Jer. 30: 2; 36: 2-4; Dn. 12: 4; Hab. 2:2; Ap. 1:11, 19). No es preciso un gran esfuerzo mental para comprender que tanto los profetas del Antiguo Testamento como los apóstoles vieron en la escritura el único medio de preservar fielmente la revelación y lo utilizaron.
La gran reverencia con que el pueblo judío miró siempre sus Escrituras y la autoridad divina que les atribuían se debían, sin duda, al convencimiento de que eran depósito de la revelación de Yahvéh. Lo mismo puede decirse en cuanto al significado que para la Iglesia cristiana tenían tanto los libros del Antiguo Testamento como los del Nuevo.
Los textos del primero son considerados como santos (Ro. 1: 2) o sagrados (2 Ti. 3: 15); como palabra de Dios (Jn. 10: 35, Ro. 3: 2). A los del Nuevo Testamento, desde el primer momento, se les atribuye un rango tan elevado que los equipara a «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16)
Lo sabio de preservar la revelación mediante la escritura no admite dudas. Por más que antiguamente, especialmente en Israel la transmisión oral de las tradiciones alcanzara elevadas cuotas de fiabilidad, era inevitable que el contenido de la comunicación original sufriera desfiguraciones en el transcurso del tiempo.
La revelación no habría escapado a los efectos de este fenómeno natural. Su deformación habría. sido probablemente mas rápida y grave a. causa de las fuertes influías del paganismo que siempre se ejercieron sobre Israel. Solo la escritura podía fijar la revelación de modo permanente. Y así lo entendió también a Iglesia cristiana.
Por supuesto, no se pretende que la Escritura haya escogido todo lo que Dios había revelado. Parte de los escrito proféticos no llegaron a ser incorporados al canon veterotestamentario (2ª Cron 9:29). Jesús hizo «otras muchas cosas» que no aparecen en los evangelios (Jn. 21 :25) y los apóstoles escribieron cartas que no aparecen en el Nuevo Testamento (1ª Co 5:9; Col. 4: 6). Pero el material recogido en los libros de la Escritura es suficiente para que se cumpliera el propósito de la revelación. Nada esencial ha sido omitido.
El contenido de la Biblia es determinado para la finalidad de la misma: guiar a los hombres al conocimiento de Dios y a la fe. A partir de ese conocimiento y de esa fe, la Escritura capacita al creyente para vivir en conformidad con la voluntad de Dios una comprensión clara del objeto de la Escritura nos l1ibrraarráa de los problemas que a menudo se han planteado alegando, deficiencias de la Biblia desde el punto de Vista científico o histórico.
La revelación, y por ende la Escritura, no nos ha sido dada para llegar a aprender lo que podemos llegar a conocer por otros medios, sino con el único propósito de que alcancemos a saber lo que sin ella nos permanecería velado: la verdadera naturaleza de Dios y su obra de salvación a favor del hombre. Este hecho adquiere importancia capital cuando hemos de interpretar la Biblia, pues no pocas dificultades se desvanecen cuando se tiene en cuenta lo que es y lo que no es finalidad de la revelación.

INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

Es éste uno de los puntos más controvertidos de la teología cristiana. Aun dando por cierto que la revelación dio origen a la Escritura, queda por determinar hasta qué punto y con qué grado de fidedignidad lo escrito expresa lo revelado. ¿Cabe atribuir la acción de escribir los libros de la Biblia una intervención divina, paralela complementaria a la de la revelación, que garantice la fiabilidad de los textos? ¿Puede decirse que la Escritura fue inspirada por Dios de modo tal que nos transmite sin error lo que Dios tuvo a bien comunicarnos?
Existe en la teología contemporánea una tendencia a reconocer una revelación sobrenatural sin admitir una sobrenatural inspiración de la Biblia. Se acepta que Dios se manifestó y «habló» desde los días de los profetas hasta Jesucristo, pero no que la Escritura en sí sea revelación. Sólo puede concederse que la Biblia contiene el testimonio humano de la revelación. Lo revelado llevaba el sello de la autoridad de Dios; pero el testimonio escrito de profetas y apóstoles estaba expuesto a todos los defectos propios del lenguaje humano, incluidos la desfiguración y el error.
Esta concepción de la Escritura tiene su base en la filosofía existencialista y en la teología dialéctica. Para la neo-ortodoxia, representada principalmente por Karl Barth y Emil Brunner, el texto bíblico no puede ser considerado revelación, por cuanto está expuesto al control del hombre. Equiparado a la revelación sería aprisionar al Espíritu de Dios -usando frase de Brunner- «entre las cubiertas de la palabra escrita».
La Biblia es digna del máximo respeto y debe ser objeto de lectura reverente, ya que Dios ha tenido a bien hablarnos a través de ella. La Biblia no es palabra de Dios, pero se convierte en palabra de Dios cuando, mediante su lectura, Dios nos hace oír su voz. Esto sucede independientemente de los errores que, según los teólogos neo-ortodoxos, contiene la Biblia.
Otras escuelas teológicas mantienen posturas semejantes. En el fondo, a pesar de sus alegatos en defensa de su distanciamiento del liberalismo racionalista, siguen imbuidos de su espíritu y comparten una actitud crítica respecto a la autoridad de la Escritura.
La razón, el rigor científico y el pragmatismo existencial deben imponerse a cualquier dogma relativo a la letra de los textos bíblicos.
Liberado el protestantismo del papa de Roma, no debe caer en la sujeción a un «papa de papel».
Pero esta postura ni expresa la opinión tradicional de la Iglesia cristiana, continuadora del pensamiento judío, ni hace justicia al propio contenido de la Escritura o a los principios de una sana lógica. Como veremos más adelante, las declaraciones de los profetas, las de Jesús y posteriormente las de sus apóstoles no dejan lugar a dudas en cuanto al concepto que la Escritura les merecía.
Sin formular de modo muy elaborado una doctrina de la inspiración, aceptan de modo implícito lo que explícitamente afirmó Pablo: «Toda Escritura es inspirada divinamente» (2 Ti. 3:16). Es la única conclusión plausible, a menos que descartemos por completo el propósito de la revelación. Si Dios tuvo a bien revelarse a lo hombres y si la Escritura era el medio más adecuado para que El contenido de tal revelación se preservara y difundiera, era de esperar que Dios asistiera a los hagiógrafos a fin de que lo que escribían expresara realmente lo que Dios había hecho, dicho o enseñado.
¿De qué utilidad sería un testimonio de la revelación deteriorado por errores, tergiversaciones, exageraciones y desfiguraciones diversas? Aun admitiendo la buena fe de los escritores sagrados, resultaría difícil una transmisión de la revelación sin cae en alguna forma de corrupción, propia de los defectos y limitaciones de todo ser humano. Sólo la acción inspiradora de Dios podía evitar tal corrupción. Como afirma Bernard Ramm, «la inspiración, es, por así decirlo, el antídoto contra la debilidad del hombre y sus intenciones pecaminosas. Es la garantía de que la palabra de la revelación especial continúa con la misma autenticidad»."

CONCEPTO DE LA INSPIRACIÓN

En opinión de muchos, aun de los más racionalistas, la Biblia constituye una obra magna y a sus autores puede atribuírseles el don de la inspiración, pero sin reconocer en ésta nada de sobrenatural.
La inspiración bajo la cual escribieron los autores del Antiguo y del Nuevo Testamento es análoga a la que mueve al poeta, al pintor o al escultor a realizar sus obras maestras. Es la inspiración de los genios. La Biblia, según esta opinión, es la monumental producción del genio religioso de Israel.
Pero el concepto cristiano de la inspiración de la Escritura es diferente y superior. Tal concepto podía resultar mucho más claro en los días apostólicos que en nuestro tiempo. El antiguo mundo helénico estaba familiarizado con los oráculos paganos. Éstos eran tenidos por inspirados en el sentido de que procedían de personas sobrenaturalmente poseídas según se creía- por un poder divino, que hablaban bajo el impulso de un aflato misterioso.
Lo que de fraudulento o demoníaco pudiera haber en aquellos oráculos no modifica el concepto de inspiración existente en la mente popular cuando Pablo declaró: que «toda Escritura es inspirada divinamente». Sus lectores, tanto judíos como griegos, entenderían perfectamente lo que quería decir: que la Escritura era la obra de hombres especialmente asistidos por el Espíritu de Dios para comunicar el mensaje de Dios.
A partir del concepto expuesto, podemos definir la inspiración de la Biblia como la acción sobrenatural de Dios en los hagiógrafos que tuvo por objeto guiarlos en sus pensamientos y en sus escritos de modo tal que éstos expresaran, verazmente y concordes con la revelación, los pensamientos, los actos y la voluntad de Dios.
Por esta razón, puede decirse que la Biblia es Palabra de Dios y, por consiguiente, suprema norma de fe y conducta. El texto de 2 Ti. 3:16, al que ya nos hemos referido, es fundamental para comprender el significado de la inspiración. El término griego usado por Pablo, theopneustos, indica literalmente que fueron producidas por el «soplo de Dios». Con ello se da a entender no sólo que los escritores fueron controlados o guiados, sino que, de alguna manera, Dios infundía a sus escritos una cualidad especial, de la que se derivaba la autoridad y la finalidad de la Escritura (e útil para enseñar, para convencer, para corregir», etc.).
Que el texto mencionado se traduzca como algunos lo han traducido (e toda Escritura divinamente inspirada es útil) no modifica esencialmente el sentido de lo que Pablo quiso expresar, y esto no era otra cosa que la convicción generalizada entre los judíos de su tiempo de que el Antiguo Testamento, en su totalidad, había sido escrito bajo la acción inspiradora de Dios. De modo gráfico y con gran acierto lo expresa G. W. H. Lampe cuando escribe: «La palabra (theopneustos) indica que Dios, de alguna manera, ha puesto en estos escritos el hálito de su propio Espíritu creativo, al modo como lo hizo cuando sopló aliento de vida en el hombre que había formado del polvo de la tierra (Gn. 2: 2).»
No menos significativo es el texto de 2 Pedro 1:20, 21, en el que categóricamente se señala la función profética del Antiguo Testamento en relación de subordinación a la acción del Espíritu Santo. De modo tan correcto como expresivo traduce la Nueva Biblia Inglesa (New English Bible) el versículo 21: «Porque no fue por antojo humano que los hombres de antaño profetizaron; hombres eran, pero, impelidos por el Espíritu Santo, hablaron las palabras de Dios.» «Impelidos» o «movidos» son términos usados para traducir el original [erámenoi, es decir «llevados», como lo es un barco de vela impulsado por el viento.
La acción divina sobre los hagiógrafos no debe entenderse en todos los casos como un fenómeno de manifestaciones psíquicas extraordinarias, tales como la visión, el trance, el sueño, audición de voces sobrenaturales, estados de éxtasis en los que el hombre es mentalmente transportado más allá de sí mismo. Podía consistir simplemente en la influencia sobre el pensamiento o en la guía divina que dirigiera la investigación y la reflexión del escritor (Comp. Lc. 1:1-3).
Tampoco debe interpretarse la inspiración en sentido mecánica, como si Dios hubiese dictado palabra por palabra cada uno de los libros de la Biblia. En este caso no habría sido necesario que Dios se valiera de hombres especialmente dotados para escribir y, como irónicamente sugería Abraham Kuyper, «cualquier alumno de enseñanza primaria que supiera escribir al dictado podría haber escrito la carta a los Romanos tan bien como el apóstol Pablo»."
La inspiración no anula ni la personalidad, ni la formación, ni el estilo de los escritos sagrados, sino que usa tales elementos como ropaje del contenido de la revelación. Los hagiógrafos pueden ser considerados como órganos humanos que Dios usa para producir la Escritura. Cada órgano conserva su particular naturaleza, lo que da como resultado una mayor variedad, belleza y eficacia al conjunto escriturístico. Este hecho ha sido ilustrado desde tiempos de los Padres de la Iglesia mediante metáforas de instrumentos musicales que suenan por el soplo del Espíritu Santo.
Lo que se ha querido significar es que el origen de la Escritura es a la vez divino y humano. «La Iglesia -escribe Bernard Rammestá obligada a confesar que la grafé es a un tiempo palabra de Dios y palabra de hombre, y debe evitar todo intento de explicar el misterio de esta unión.»
Es de suma importancia mantener equilibradamente el doble carácter de la Escritura. La exaltación desmedida de cualquiera de sus aspectos conduce a error. Pretender salvar la plena inspiración de la Biblia y lo que de divino hay en su origen anulando prácticamente su componente humano sería introducir en la bibliología una nueva forma de docetismo. La enseñanza doceta pugnaba por salvaguardar la plena divinidad de Cristo negando lo real de su humanidad. Tan equivocada como esta doctrina es la que sólo ve en la Biblia palabra de Dios y no palabra de hombres.
Pero igualmente errónea -y de consecuencias más graves- es la conclusión a que llega la crítica radical de que los textos bíblicos son producción meramente humana a la que no hay por qué atribuir elemento alguno de inspiración sobrenatural.
Según algunos teólogos, Dios puede comunicarnos algo de su verdad a través de la Biblia, pero ello no cambia el hecho de que, a causa de sus inexactitudes y falsedades, la Biblia no sea racionalmente fiable. Estos teólogos, como atinadamente observa T. Engelder, «rehúsan creer que Dios ha hecho el milagro de darnos por inspiración una Biblia infalible; pero están prestos a creer que El realiza diariamente el milagro mucho mayor de hacer a los hombres capaces de descubrir la palabra infalible de Dios en la palabra falible de los hombres».
En los sectores evangélicos conservadores se tiende al desequilibrio por el lado del énfasis en el elemento divino de la Escritura por lo que debemos ponderar objetivamente la dimensión humana de ésta. De lo contrario resultaría difícil refutar la acusación de «bibliolatría» que se hace contra los que sostienen tal énfasis.
Una posición intermedia es la de quienes admiten la existencia de una revelación especial, pero ven en la humanidad de la Escritura una causa de pérdida parcial y alteración de aquélla dado que las características humanas condicionan lo escrito de ta] manera .que la es posible discernir en su texto la verdad de Dios.
B. Warfield Ilustró y refutó este punto de vista con excepcional lucidez: «Como la luz que pasa a través de los cristales coloreados de una catedral se nos dice, es luz del cielo, pero resulta teñida por la coloración del cristal, así cualquier palabra de Dios que pasa por la. mente y ~l alma de un hombre queda descolorida por la personalidad mediante la cual es dada, yen la medida en que esto sucede deja de ser la pura palabra de Dios.
Pero ¿qué si esa personalidad ha Sido formada por Dios mismo con el propósito concreto de impartir a la palabra comunicada a través de ella el colorido que le da? ¿Qué si los colores de los ventanales han sido ideados por el arquitecto con el fin específico de dar a la luz que penetra en la catedral precisamente la tonalidad y la calidad que recibía de ellos?
Cuando pensamos en Dios el Señor dando por su Espíritu unas Escrituras autoritativas a su pueblo, hemos de recordar que El es el Dios de la providencia y de la gracia como lo es de la revelación y de la inspiración, y que Él tiene todos los hilos de la preparación tan plenamente bajo su dirección como la operación específica que técnicamente denominamos en el sentido estricto, con el nombre de "inspiración»
Frecuentemente se usa la analogía entre Cristo, en su doble naturaleza divina y humana, y la Biblia. En la encarnación de Cristo, la Palabra se hizo carne; en la Biblia, la Palabra se hizo escritura.
Pero uno de los principales aspectos de la encarnación del Verbo de Dios es precisamente el de la humillación con sus limitaciones.
El Hijo realizaría su obra de revelación y redención en un plano de servidumbre. Sin embargo, conviene proceder con cautela establecer el paralelo entre encarnación e «inscripturación », a fin de no racionalizar excesivamente el misterio de la Escritura.
Las reservas al respecto de teólogos como B. Warfield, J. Packer y G. C. Berkouwer no Son injustificadas.
Reconocida la concurrencia de ambos factores en la Escritura el divino y el humano, hemos de admitir este último en su naturaleza real, no idealizada. Los hagiógrafos no se expresaron en lenguaje divino o angélico, sino en lenguaje de hombres, en el lenguaje propio de cada lugar, época, costumbres y demás circunstancias que sus libros fueron escritos, con todas las limitaciones debilidades inherentes a toda forma de lenguaje: No obstante estas debilidades Y limitaciones no menguan la riqueza de la revelación que la Escritura entraña en la cualidad de su Inspiración divina Que la Escritura llegue a nosotros como sierva no quiere decir que sea una sierva maniatada por la ambigüedad y, la certidumbre.
Por el contrario, a pesar de su humana condición no deja de ser el instrumento escogido para hacer llegar a nosotros con toda autoridad la palabra de Dios. La Sierva es humilde, sí; pero cumple cabalmente el servicio que le ha sido asignado por su Señor. La humanidad de la Biblia plantea problemas de interpretación, pero no de credibilidad.
A lo largo de sus páginas, se suceden las más duras denuncias contra los falsos :profetas. Toda Invención o toda tergiversación del mensaje divino es condena enérgicamente (Dt. 13: 1-5; 18: 20; Jer. 14: 15; 28: 5-17; Zac. 10. 2,3, 13: 3; Mt. 7: 22, 23; Gá. 1:6-9; 2 P. 2: 1-3;. Ap. 22:18, 19). Podernos, pues tener la seguridad de que los escritores sagrados fueron fieles transmisores del mensaje divino. Las dificultades exegéticas con que a menudo tropezamos en los textos bíblicos no afectarán la integridad moral de los escritores ni a la fidedignidad de sus escritos.

CRISTO Y LA ESCRITURA

Para el cristiano, la opinión de Cristo sobre cualquier cuestión es, lógicamente, decisiva. y es evidente. que la autoridad de la Escritura, derivada de su inspiración divina, fue reiteradamente reconocida por Jesús.
Con respecto al Antiguo Testamento, Jesús pone su sello e aprobación sobre todas sus partes al reconocer su normatividad, con vigencia en su propia Vida y en sus enseñanzas Con el «Escrito está» rechaza las tentaciones del diablo. Con la misma frase u otras análogas, refuta las objeciones de sus adversarios y ratifica los principios éticos que han de regir la Vida rumana. Así mismo hace aflorar el abundante testimonio que de El mismo dan. Los libros del Antiguo Testamento. Tanto un ministerio de predicación como sus obras milagrosas los rechazaba en cumplimiento de lo que estaba escrito.
Si en algún momento parece que Jesús no sigue lo preceptuado en el Antiguo Testamento (Comp. Mt. 5: 21 :44), antes ha dejado bien sentado que el propósito de su venida al mundo no es abrogar la ley o los profetas. No ha venido para anular, Sino para cumplir (Mt. 5:17-19). Las aparentes modificaciones de las enseñanzas veterotestamentarias eran más bien una elevación de las mismas a un plano superior.
Jesús superaba la letra de la ley para penetrar en la interioridad viva de los pensamientos, los sentimientos y las intenciones del hombre. En algún caso (la cuestión del divorcio, por ejemplo), la discrepancia de Jesús con lo prescrito en el Antiguo Testamento no hace sino poner de relieve la firmeza de los fundamentos morales revelados desde el principio, así como las vicisitudes de la revelación en el seno de una sociedad caracterizada por la dureza de corazón.
Las normas Mosaicas que regulaban el divorcio (lo mismo podría decirse de las relativas a la esclavitud) no significaban que Dios lo aprobaba. Reflejan simplemente la intervención divina para mitigar en lo posible los males causados por el pecado humano. Pero el advenimiento de Jesús abre plenamente las perspectivas del Reino de Dios; yen este Reino ya no caben concesiones de desorden moral. Sus principios éticos son absolutos.
Esto es lo que Jesús quería decir, y de este modo, lejos de vulnerar la autoridad del Antiguo Testamento, la confirmaba a la par que depuraba su interpretación. Esa confirmación se apoyaba en el reconocimiento del elemento divino de la Escritura. Si para El «la ley y los profetas» han de permanecer esencialmente inalterables «hasta que pasen el cielo y la tierra» (Mt. 5:18) es porque equipara la Escritura con la Palabra de Dios que «permanece para siempre» (Is. 40:8).
Lo incuestionable de esta postura de Jesús es reconocido aun por críticos poco conservadores. Según indicación de Kenneth Kantzer, el profesor H. J. Cadbury, de la universidad de Harvard, declaró en cierta ocasión que estaba mucho más seguro de que Jesús compartía la idea judía de una Biblia infalible que de la creencia de Jesús en su propia mesianidad; Adolf Harnack, el más destacado historiador de la iglesia en tiempos modernos, insiste en que Cristo, con sus apóstoles, con los judíos y con toda la Iglesia primitiva, expresa su completa adhesión a la autoridad infalible de la Biblia; y Bultmann reconoce que Jesús aceptó enteramente el punto de vista de su tiempo respecto a la plena inspiración y autoridad de la Escritura."
Más recientemente Peter Stuhlmacher ha escrito: «La enseñanza de la inspiración de la Escritura no es aportada a la Biblia por la Iglesia en tiempos posteriores, sino que se halla en la Biblia misma y en su correspondiente visión».
No faltan quienes objetan que Jesús, en sus declaraciones relativas a la Escritura, como en otras cuestiones, se adaptaba a las ideas de su tiempo, aunque éstas no se ajustaran a la realidad ni a lo que Él pensaba íntimamente. Pero esta hipótesis, como asevera Lean Morris, «no puede mantenerse tras un examen seno.
No explica por qué Jesús apeló a la Biblia cuando fue personalmente tentado. No explica por qué citó la Escritura cuando moría en la cruz. En aquellos momentos, su empleo de las palabras familiares de la Biblia sólo podía deberse a que significaban mucho para Él, y no para causar una impresión favorable en los creyentes.
Se da el caso, además, de que Jesús no se distinguió nunca por adaptarse a creencias con las cuales no establece acuerdo Sus ataques contra los fariseos lo demuestran. Asimismo, Jesús repudiaba las ideas mesiánicas, nacionalistas tan populares en su tiempo. La realidad es que seria difícil hallar un solo caso claro en que Jesús se hubiera acomodado a las Ideas normalmente aceptadas en cualquier esfera».
Hemos de añadir que Jesús no sólo corrobora la autoridad del Antiguo Testamento. Implícitamente sitúa en el mismo plano el testimonio apostólico, esencia de los libros del Nuevo Testamento.
Era consciente de que su magisterio habría de ser completado por la acción del Espíritu Santo a través de los apóstoles (Jn. 15: 12-15; 14: 25,26). Ellos serían, además de sus testigos, los intérpretes de su palabra. Por eso fueron considerados desde el principio «fundamento» de la Iglesia (Ef. 2:20). Sus palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, eran consideradas como palabra de Dios (l CA. 2: 13; 1 Ts. 2: 13). Y si esto podía decirse de sus mensajes orales, no hay motivo por el que no se hubiera de reconocer el mismo hecho en sus escritos.
Las razones que existieron para plasmar por escrito la revelación anterior a Cristo subsistían para fijar, también mediante escritura inspirada, el testimonio y las enseñanzas de los apóstoles y sus colaboradores. Solo así la tradición original permanecería libre de corrupción en el correr de los siglos.
Es interesante notar que dos de los más grandes apóstoles, con toda naturalidad, colocan escritos del Nuevo Testamento en pie de igualdad con los del Antiguo. Pablo cita como texto d~ la Escritura palabras de Jesús registradas por Lucas (Lc. 10: 7) Junto a un texto de Deuteronomio (1 Ti. 5: 18), mientras que Pedro como vimos- equipara «todas» las epístolas de Pablo con «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16). Al comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo, se observa cómo ambos se complementan admirablemente en tomo a su centro: Cristo. Y en ambos se percibe. a través del lenguaje humano, el hálito del Espíritu de Dios.

INFALIBILIDAD E «INERRANCÍA»

Ambos conceptos, aplicados a la Escritura, son ampliamente aceptados con las debidas matizaciones. Ambos se desprenden lógicamente de la inspiración de la Escritura. Sin embargo, los términos son teológicos más que bíblicos. Por este motivo, hemos de ser cautos en toda formulación dogmática respecto a estas características de la Biblia.
La etimología de «infalibilidad» nos ayuda a precisar su significado. Falibilidad se deriva del latín fallere, que quiere decir engañar, inducir a error, o bien ser infiel, no cumplir, traicionar.
En este sentido, puede decirse que la Biblia es infalible, que no induce a error y que no traiciona el propósito con el cual Dios la inspiró. Si así no fuese, la Escritura, como instrumento de comunicación de la revelación de Dios, carecería de valor.

LA INERRANCIA NEOLOGISMO TEOLÓGICO INDICA LA AUSENCIA DE ERROR EN LOS LIBROS DE LA BIBLIA.

Pero ¿qué amplitud debe darse a estos conceptos? La tendencia más generalizada en credos y declaraciones de fe ha sido la de aceptar la infalibilidad de la Escritura en todo lo concerniente a cuestiones de fe y conducta, mientras que la inerrancia se ha aplicado especialmente a los hechos históricos en su relación con la obra redentora.
Más allá de estas posiciones, ha habido quienes han defendido la inerrancia llevándola a extremos innecesarios, afirmando con vehemencia que en la Biblia no existe ninguna clase de error, ni siquiera los derivados de equivocaciones de los copistas, y soslayando cualquier problema que el texto pudiera plantear o sugiriendo soluciones poco convincentes.
En sentido opuesto, tampoco han faltado quienes sólo han reconocido fidedignidad a la Escritura en lo tocante a materias doctrinales y éticas, a la par que han negado la inerrancia en lo tocante a relatos históricos. Huelga decir que ambas posturas adolecen de inconvenientes. La primera, de una falta de objetividad; la segunda, de un exceso de subjetividad.
Al hablar de infalibilidad e inerrancia, no podemos perder de vista que la finalidad de la Escritura no es proveemos de una enciclopedia a la cual recurrir en busca de información sobre cualquier tema. Ninguno de sus libros fue escrito para ser usado como texto para aprender cosmología, biología, antropología o incluso historia en un sentido científico. Lo que Agustín de Hipona dijo acerca del Espíritu Santo podría aplicarse a la Escritura: no nos ha sido dada para instruimos acerca del sol y de la luna; el Señor quería cristianos, no matemáticos ni científicos.
La revelación, y por consiguiente la Escritura, tiene por objeto dar al hombre el conocimiento que necesita de Dios, de sí mismo y de su salvación entendida ésta en sus dimensiones individual y social, temporal y eterna, la gran preocupación del Espíritu Santo valga la expresión al inspirar a los escritores sagrados no era controlar su firma de escribir a fin de no escandalizar a los científicos e historiadores de épocas posteriores, sino guiarlos en su testimonio de los grandes hechos salvíficos y en la fiel expresión de lo que se les había revelado.
En cuanto al modo de ~scri.bir, sería absurdo. Pensar que lo hubieran hecho en lenguaje diferente del propio de su tiempo. Como subraya Ramm, «al Juzgar la inerrancia de la Escritura, hemos de hacerlo de acuerdo .con.las costumbres,. Reglas y pautas de las épocas en que los vanos libros fueron escritos y no según una noción un tanto abstracta o artificial de la inerrancia».
Cuando aplicamos este principio, muchos problemas que pudieran comprometer la inerrancia desaparecen. Se desvanecen, por ejemplo, las supuestas divergencias entre la Biblia, y la Ciencia.
El escritor describe los fenómenos del universo según las apariencias sensoriales, sin pretender jamás impartir una enseñanza científica, Y siguiendo -como se hace aún hoy popularmente en los modos de expresión comunes en su tiempo. Decir que el sol «sale» o «se pone» no es darle la razón a Ptolomeo y quitársela a Copérnico Son frases del lenguaje común que los propios científicos usan fuera de su ámbito profesional.
Atribuir funciones psicológicas a determinados órganos o partes del cuerpo (riñones, corazón, huesos, entrañas, etc.) es frecuente en el Antiguo Testamento. Desde el punto. de Vista científico, esto sería un dislate. Pero los hagiógrafos se limitaban a usar las formas de expresión usuales en sus días para referirse al asiento de las emociones y de la conciencia.
Esta peculiaridad del lenguaje fenoménico -popular, no científico- debe ser tenida muy en cuenta por el exegeta. Es un servicio muy pobre el que se presta a la doctrina de. la inspiración de la Escritura cuando en algunos textos del Antiguo Testamento, aislados de su contexto, se ven sensacionales declaraciones concedentes con descubrimientos o logros posteriores de la Ciencia.
Citando una vez más a Ramm, «el intérprete esmerado no tratará de hallar el automóvil en Nahúm 1, el avión en Isaías 60, la teoría atómica en Hebreos 11:3 o la energía atómica en 2 Pedro 3. Todos esos esfuerzos por extraer de la Escritura teorías científicas modernas hacen más daño que bien»."
Asimismo conviene tomar en consideración que el concepto antiguo de narración histórica no correspondía al de nuestro tiempo ni implicaba el mismo rigor científico. Ello nos ayuda a entender la presencia en el texto bíblico de algunas posibles «inexactitudes» de poca monta que en modo alguno comprometen la veracidad esencial del relato y menos aún el valor de su enseñanza.
No podemos olvidar que los hagiógrafos, cuando escribían historia, no lo hacían como simples cronistas, sino con una finalidad eminentemente didáctica. Sus escritos son, más que un tratado de historia, una teología de la historia. Es de destacar, sin embargo, que la libertad con que los escritores de la Biblia especialmente del Antiguo Testamento trataban los hechos históricos se mantenía dentro de los límites de la veracidad básica, como lo han demostrado repetidamente los descubrimientos arqueológicos.
Tampoco los textos que pudiéramos considerar documentales, como las genealogías, revisten la exactitud que cabría esperar de un documento notarial o de una certificación del registro civil en nuestros días. La lista genealógica de Mateo 1 contiene «errores» si como tales interpretamos la omisión de algunos nombres. Pero la estructura de la mencionada genealogía, dividida en tres grupos de catorce generaciones cada uno (Mt. 1: 17), evidencia un propósito que no era precisamente el de reproducir meticulosamente una línea genealógica completa.
Un ejemplo más, entre otros que podríamos citar. Marcos empieza su evangelio (Mr. 1:2) con una doble cita. La primera es tomada del libro de Malaquías; la segunda, de Isaías. Pero Marcos atribuye ambas a Isaías. Aquí el «error» parece clarísimo; pero se desvanece si tenemos presente la práctica normal entre los judíos de citar textos de varios profetas bajo el nombre del principal de ellos.
Por supuesto, no todos los problemas relativos a la inerrancia de la Escritura son tan fáciles de resolver. Algunos siguen esperando soluciones realmente satisfactorias. Pero las dificultades que subsisten en torno a determinados textos no afectan a la fidedignidad de que se ha hecho acreedora la Escritura en su conjunto.
No son suficientes, ni en número ni en naturaleza, para devaluar la veracidad de la Biblia hasta el punto de reducirla a una colección de escritos humanos plagados de errores, mitos, leyendas y contradicciones.

LO PERMANENTE Y LO TEMPORAL DE LA ESCRITURA

Una cuestión importante al interpretar la Biblia es la determinación de aquello que tiene un carácter invariable y general y lo que sólo fue transitorio o particular. Atribuir a todos los textos indiscriminadamente una vigencia perenne nos llevaría a grandes errores, a veces graves por sus derivaciones ético-sociales e incluso espirituales.
Puede servimos de ilustración lo prescrito en el Antiguo Testamento sobre la esclavitud. En su día, la legislación mosaica podía considerarse de las más avanzadas, pues no sólo suavizaba aquella lacra social, sino que tendía a eliminarla. Pero pretender una prolongación indefinida de aquella normativa sería una aberración, ya que las disposiciones legales del Pentateuco respondían a la necesidad de una situación en una época concreta de la historia, no a la voluntad de Dios. Modificada aquella situación, podían variarse las leyes y suprimir la esclavitud, de acuerdo con los principios morales de la revelación, los cuales ensalzan la dignidad de todo ser humano como portador de la imagen de Dios.
Tristemente, la falta de discernimiento entre lo temporal y lo permanente llevó a algunos cristianos a defender la esclavitud hasta el siglo XIX apoyándose en la Biblia.
Algo análogo acontece aún hoy en lo concerniente a la discriminación racial. No faltan quienes opinan que los negros están condenados a un estado de inferioridad y servidumbre perpetuas, basándose en una interpretación tan forzada como inhumana de la maldición recaída sobre Cam, hijo de Noé (Gn. 9:22-25).
En todo cuanto se refiere a materia legislativa, debe tenerse en cuenta que las normas dadas a Israel en el Pentateuco estaban enmarcadas en un tipo concreto de sociedad civil, condicionada en parte por los usos y costumbres de los pueblos vecinos. Sólo así aquilataremos adecuadamente la elevación moral y los acendrados principios de justicia que informaron las leyes civiles israelitas muy superiores a los códigos de otros pueblos de aquella época relativas a la propiedad, los préstamos, las relaciones sexuales y el matrimonio, el trabajo, la opresión, el hurto, la administración de justicia, la violencia, el infanticidio (asociado a prácticas idolátricas), la esclavitud, la higiene, etc.
Pero sería absurdo pensar que todas aquellas leyes han de seguir vigentes hoy en la sociedad de nuestro mundo occidental. John Bright se pregunta: «¿Cómo podríamos obedecerlas? En casos de supuesto adulterio, ¿exigiríamos a una mujer que demostrase su inocencia ingiriendo una pócima malsana, como se preceptúa en Nm. 5: 11-31? ¿Habríamos de establecer ciudades de refugio para que los homicidas involuntarios pudieran hallar asilo en ellas, como se ordena en Nm. 35, Dt. 19:1-13, etc.? Hacer la pregunta ya es contestarla. ¡Evidentemente no! Esas leyes corresponden a una sociedad antigua completamente distinta de la nuestra; aceptarlas y tratar de aplicarlas en nuestra sociedad compleja sería totalmente ridiculous”
Aun el lector superficial de la Biblia advierte que prácticamente todo el ritual prescrito en el Pentateuco y ratificado en otros libros del Antiguo Testamento había de ser abolido. Sus elementos (tabernáculo, sacerdocio y sacrificios) tenían un carácter simbólico.
Prefiguraban la persona y la obra de Cristo. Lógicamente, al llegar la realidad prefigurada por aquellos símbolos, no había razón para su permanencia, como enfáticamente asevera el autor de la carta a los Hebreos (véase especialmente He. 8:3-7, 13; 10:1-9).
Pero los símbolos son testimonio expresivo de las verdades perennes de la santidad de Dios, la pecaminosidad del hombre, la expiación del pecado por el sacrificio para la reconciliación y la comunión con Dios y la rectitud de vida para mantener esa comunión.
En el Nuevo Testamento también hallamos textos a los que no puede atribuirse un carácter general. Hagamos uso de un ejemplo.
La orden dada por Jesús al joven rico (Mr. 10:17-22), extendida a todos los seguidores de Cristo y literalmente cumplida, acarrearía a la iglesia grandes dificultades y resolvería muy pocos problemas, aunque, por supuesto, la esencia de aquel mandato de Jesús, es decir, la necesidad de renunciar a cuanto pueda impedirnos seguirle, sí tiene un alcance general y permanente.
Otro ejemplo nos lo ofrece el decreto apostólico de Hechos 15.
En él se impone, junto a la prohibición de la fornicación -de carácter perenne- la abstención de comer sangre o animales no degollados y carne sacrificada a los ídolos, lo que escandalizaba a los judíos. Se comprende que esto se incluyera en unas normas cuyo objeto era salvar a la Iglesia cristiana de la escisión en los días apostólicos. Pero sería caer en un literalismo desmesurado aplicar lo decidido en el concilio de Jerusalén para seguir manteniendo la prohibición de comer sangre cuando el problema que originó ta medida había dejado de existir.
Sin embargo, detrás de lo temporal, en el decreto de aquel primer concilio cristiano descubrimos el principio del amor, que implica comprensión, tolerancia, abnegación, y que debe regir la vida de la Iglesia en todos los tiempos.
Cómo distinguir lo permanente de lo temporal es cuestión que sólo puede decidirse aplicando las normas hermenéuticas. Pero en líneas generales ya podemos adelantar que ha de considerarse permanente cuanto tiene apoyo en la Biblia por encima de circunstancias cambiantes, y temporal aquello que más que a los principios básicos de la Escritura responde y corresponde a situaciones concretas, particulares y pasajeras, dadas en un lugar y en un tiempo determinados.
En e deslinde de estos dos elementos -lo perenne y lo transitorio es, por supuesto, necesario extremar la precaución para no ceder a la influencia del relativismo y al enfoque existencialista con que a menudo se pretende hoy interpretar los textos bíblicos.
Lo que en la Biblia aparece con toda claridad corno verdad o corno norma perdurable no debe nunca ser anulado, desdibujado o debilitado bajo la presión de prejuicios contemporáneos. Las voces de los tiempos jamás deben desfigurar la Palabra eterna de Dios.

LO ESENCIAL Y LO SECUNDARIO

Corno hemos visto, tenernos razones para creer que «toda Escritura es inspirada divinamente» y que, por consiguiente, toda Escritura es «útil». Pero esto no significa que todos sus textos sean igualmente importantes. El pacto de Abraham con Abimelec, por ejemplo, no puede compararse en trascendencia con el pacto de Dios con Abraham. El rescate de Lot no tiene la misma magnitud que la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto.
Las leyes ceremoniales del Pentateuco no alcanzan la altura incomparable del decálogo, como el salmo 150 no puede parangonarse con el 23, el 51 o el 103. No tiene la misma riqueza de significado la lista de los valientes de David que la de los doce apóstoles, ni puede equipararse en significación la muerte de Jacob con la muerte y resurrección de Jesús.
Lo que Pablo enseña sobre las ofrendas en sus cartas a los corintios es bello y provechoso, pero no reviste la importancia del monumental capítulo 15 de la primera de esas cartas. Los saludos del capítulo 16 de la epístola a los Romanos llenan una página rebosante de delicadeza cristiana, pero carecen de la riqueza doctrinal y práctica de los capítulos precedentes. La parusía de Cristo, la resurrección, el juicio, los cielos nuevos y la tierra nueva son de más entidad que los detalles escatológicos. Por eso podernos hablar de lo esencial y lo secundario, de lo central y lo periférico en la Escritura.
No sólo podemos, sino que debernos tornar en consideración los diferentes grados de importancia de los textos bíblicos, destacando lo esencial corno básico para una visión global adecuada de la Escritura y para su correcta interpretación. A ningún pasaje se le ruede atribuir un significado contrario al contenido fundamenta de la Biblia. Puede haber un margen de libertad lo que no quiere decir arbitrariedad en la interpretación de textos relativos a puntos periféricos de la revelación. Pero el núcleo esencial de la Escritura, por su claridad, por su solidez, por ser el fundamento de nuestra fe, debe ser expuesto y mantenido con el relieve y la integridad que le corresponden.
Ese núcleo de la Escritura es el que aparece a lo largo de toda la historia de la salvación. En él hallarnos unas constantes que surgen ya en los primeros capítulos del Génesis y se prolongan hasta el Apocalipsis: la soberanía del Dios .creador en la grandiosidad de sus atributos, el hombre creado a Imagen de Dios, la ruina acarreada al hombre y su entorno a causa de la caída en el pecado, la providencia amorosa de Dios a pesar de la rebeldía humana, la acción reveladora y redentora de Dios que tiene su cima en Jesucristo con quien irrumpe el Reino de Dios en el mundo la expiación del pecado mediante el sacrificio de la cruz, el progreso de la historia hacia la vitoria final de Cri.sto sobre todas las fuerzas demoniacas que dominan a la humanidad, la consumación del Reino y de una nueva creación.
Hemos de insistir en que la superior entidad de estos puntos de la revelación no merman el valor que tienen los restantes. Menos podernos pensar que sólo lo esencial es inspirado y que carece de inspiración lo secundario. Esto fácilmente nos conduciría a la tendría del «canon dentro del canon», tan distante del concepto que Cristo y los apóstoles teman de la totalidad de la Escritura. No podernos acercarnos a la Biblia en busca de un núcleo de verdad divina como quien busca grano entre la paja con la idea de que el grano debe ser retenido mientras que la paja puede ser excluida e incluso quemada.
Como vimos, la Escritura es un organismo vivo, ninguna parte del cual puede ser mutilada. Y así corno en el cuerpo hay unos órganos más importantes que otros y unas partes más indispensables que otras, pero todos desempeñan una función útil, del mismo modo todas las porciones de la Escritura responden al propósito divino que determinó su inspiración. A través de todas y cada una de ellas llega a nosotros la Palabra de Dios, ante la cual sólo cabe una actitud de reverencia y sumisión.

PUNTOS CLAROS Y PUNTOS OSCUROS

Paralelamente a lo dicho sobre lo esencial y lo secundario en la Escritura, podernos referirnos al hecho innegable de que no todas las partes de la Biblia presentan idéntica diafanidad. Tanto los eventos más sobresalientes en la historia de la salvación corno las verdades básicas relativas a Dios y a su obra redentora aparecen en la revelación con claridad, aunque no con simplicidad y a pesar de que exijan --corno vimos en el capítulo anterior una exégesis esmerada de los textos.
En el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y religiosos que deben regir la conducta humana.
Resulta claro el significado de la muerte de Cristo y la salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra expiatoria consumada en el Calvario y mediante la fe. Claro es asimismo lo que concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo relativo a la segunda venida de Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros puntos importantes igualmente caracterizados por la perspicuidad con que aparecen ante nosotros. El material bíblico sobre el que descansan es tan abundante e iluminador que, a pesar de las dificultades naturales para comprender algunos de ellos, resultan realmente diáfanos. Cualquier oscuridad procederá no del testimonio de la Escritura, sino de prejuicios filosóficos.

PERO NO PUEDE DECIRSE LO MISMO DE TODO EL CONTENIDO DE LA BIBLIA.

El principio de 01. 29:29 (e Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios, mas las reveladas son para nosotros») no zanja de modo simplista todos los problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad radiante. En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están envueltos en la penumbra y en ella permanecerán.
Mencionamos unos pocos ejemplos en forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás y sus huestes? ¿En qué consistió el «descenso de Cristo a los infiernos»? ¿Existe una distinción esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las limitaciones de la encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos divinos? ¿Es posible ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos llegar a determinar minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía del Señor?
Obsérvese que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo largo de su investigación y aun al final de ella mantiene una sana reserva en cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el respeto a las opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la Palabra de Dios.
Un reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el prejuicio teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial.
La teología tiene un lugar en la interpretación bíblica, pero como veremos más adelante- un abuso en la sistematización teológica puede bloquear fatalmente el camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué divorciarse del teólogo, pero tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle claridad, dará gracias a Dios por la luz. Pero cuando llegue a lugares oscuros, se guardará de encender su propia linterna a fin de iluminar lo que Dios, en su soberanía sabia, decidió dejar en la nebulosidad.
Aun el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun los detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la medida de nuestra curiosidad. Es cierto, del todo cierto, que el conjunto de la Escritura muestra en la interrelación de todas sus partes una coherencia, una unidad y una fuerza comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas.
Pero no es menos cierto que respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta algunos cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan dado a ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la Biblia ha de recordar a menudo, y con humildad, que sólo «en parte conocemos y en parte profetizamos» (l Co. 13:9).
La vastedad del tema de la Escritura nos impide entrar en otras consideraciones acerca del mismo; pero lo expuesto puede ayudarnos a entender la especial naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e indispensable para su interpretación.

CUESTIONARIO

1. ¿Qué valor tiene el testimonio de la propia Escritura acerca de su origen divino?
2. ¿Por qué ha sido necesaria una revelación especial de Dios?
3. ¿Cómo debemos entender el concepto de «inspiración» aplicado a la Biblia?
4. ¿Cuáles son los errores más frecuentes relativos a la inspiración?
5. ¿En qué sentido debe interpretarse la «humanidad» de la Escritura y qué extremos deben evitarse?
6. Cítense dos ejemplos que no aparezcan en el capitulo estudiado- de pasajes bíblicos con carácter permanente y otros dos de textos cuyo contenido sea de carácter temporal.

¿CUÁLES SON LAS DIFERELTTES FORMAS DE LA PALABRA DE DIOS?

CAPITULO 1

EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
¿Qué se quiere decir con la frase «la Palabra de Dios»? En realidad, hay diferentes significados que esa frase toma en la Biblia. Es útil distinguir estos diferentes sentidos desde el principio de este estudio.

A. «EL VERBO DE DIOS» COMO PERSONA: JESUCRISTO.

A veces la Biblia se refiere al Hijo de Dios corno «el Verbo de Dios». En Apocalipsis 19:13 Juan ve al Señor Jesús resucitado en 1::1 cielo y dice: «y su nombre es "el Verbo de Dios"». De modo similar, al principio el Evangelio de Juan leemos: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios) (Gen 1: 1).
Es claro que Juan aquí está hablando del Hijo de Dios, porque en el versículo 14 dice: «y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre)). Estos versículos (y tal vez 1ª Jn 1: 1) son los únicos casos en que la Biblia se refiere al Hijo de Dios como «el Verbo) o «el Verbo de Dios)), así que este uso no es común.
Pero sí indica que entre los miembros de la Trinidad es especialmente Dios Hijo quién en su persona tanto como en sus palabras tiene el papel de comunicarnos el carácter de Dios y expresarnos la voluntad de Dios.

B. (LA PALABRA DE DIOS) COMO DISCURSO DE DIOS.

1. DECRETOS DE DIOS.
A veces las palabras de Dios toman forma de poderosos decretos que hacen que sucedan eventos o incluso hacen que las cosas lleguen a existir.
«Y dijo Dios: "¡Que exista la luz!" Y la luz llegó a existir) (Gen 1:3). Dios incluso creó el mundo animal mediante su poderosa palabra: «y dijo Dios: «¡Que produzca la tierra seres vivientes: animales domésticos, animales salvajes, y reptiles, según su especie!) (Gen 1:24). Así, el salmista puede decir: «Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas) (Sal 33:6).
A estas palabras poderosas y creativas de Dios a menudo se les llama los decretos de Dios. Un decreto de Dios es una palabra de Dios que hace que algo suceda.
Estos decretos de Dios incluyen no sólo los eventos de la creación original sino también la existencia continuada de las cosas, porque Hebreos 1: 3 nos dice que Cristo continuamente es «el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa).
2. PALABRAS DE DIOS DE COMUNICACIÓN PERSONAL.
A veces Dios se comunica con personas en la tierra hablándoles directamente. A estas se les puede llamar palabras de Dios de comunicación personal. Se hallan ejemplos en toda la Biblia.
Al mismo principio de la creación Dios habla con Adán: «y le dio este mandato: "Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás"» (Gen 2: 16-17).
Después del pecado de Adán y Eva, Dios todavía viene y habla directa y personalmente con ellos en las palabras de la maldición (Gen 3: 16-19). Otro ejemplo prominente de la comunicación directa personal de Dios con las personas en la tierra se halla en el otorgamiento de los Diez Mandamientos: «Dios habló, y dio a conocer todos estos mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios.
Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de mi» (Ex 20: 1-3).
En el Nuevo Testamento, en el bautismo de Jesús, Dios Padre habló con una voz del cielo, diciendo: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mt 3: 17).
En estas y otras varias ocasiones en donde Dios pronunció palabras de comunicación personal a individuos fue claro para los que las oyeron que eran de veras palabras de Dios: estaban oyendo la misma voz de Dios, y por consiguiente estaban oyendo palabras que tenían autoridad divina absoluta y eran absolutamente dignas de confianza. No creer o desobedecer alguna de esas palabras habría sido no creer o desobedecer a Dios, y por consiguiente había sido pecado.
Aunque las palabras de Dios de comunicación personal siempre se ven en la Biblia como palabras reales de Dios, también son palabras «humanas» porque son pronunciadas en un lenguaje humano ordinario que es entendible de inmediato. El hecho de que estas palabras se digan en lenguaje humano no limita su carácter o autoridad divinos de ninguna manera; siguen siendo enteramente las palabras de Dios, dichas por la voz de Dios mismo.
Algunos teólogos han aducido que puesto que el lenguaje humano siempre es en cierto sentido «imperfecto», cualquier mensaje que Dios nos dirige en lenguaje humano también debe ser limitado en su autoridad o veracidad. Pero estos pasajes y muchos otros que registran casos de palabras de Dios de comunicación personal a individuos no dan indicación de ninguna limitación de autoridad o veracidad de las palabras de Dios porque fueran dichas en lenguaje humano.
La verdad es muy al contrario, porque las palabras siempre ponen una obligación absoluta sobre los oyentes para creerlas y obedecerlas completamente. No creer o desobedecer alguna parte de ellas es no creer o desobedecer a Dios mismo.
3. PALABRAS DE DIOS COMO DISCURSO PRONUNCIADAS POR LABIOS HUMANOS.
Frecuentemente en la Biblia Dios levanta profetas por medio de los cuales habla. De nuevo, es evidente que aunque son palabras humanas, dichas en lenguaje humano ordinario por seres humanos ordinarios, la autoridad y veracidad de estas palabras de ninguna manera queda disminuida; siguen siendo también palabras de Dios.
En Deuteronomio 18 Dios le dijo a Moisés: Por eso levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguien no Presta oído a las palabras que el profeta proclame en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre y diga algo que yo no le haya mandado decir, morirá. La misma suerte correrá el profeta que hable en nombre de otros dioses (Dt. 18: 18-20).
Dios hizo una afirmación similar a Jeremías: «He puesto en tu boca mis palabras» (Jer 1: 9). Dios le dice a Jeremías: «Vas a decir todo lo que yo te ordene» Jer 1: 7; véanse también Ex 4: 12; Nm 22: 38; 1ª S 15:3, 18, 23; 1ª R 20:36; 2ª Cr 20: 20; 25: 15-16; Is 30: 12-14; Jer 6: 10-12; 36: 29-31;).
A cualquiera que aducía hablar por el Señor pero no había recibido un mensaje de él se le castigaba severamente (Ez 13:1-7; Dt 18: 20-22).
Así que las palabras de Dios habladas por labios humanos se consideraban tan autoritativas y tan verdad como las palabras de Dios de comunicación personal.
No había disminución de autoridad de estas palabras cuando eran dichas mediante labios humanos. No creer o desobedecer alguna de ellas era no creer o desobedecer a Dios mismo.
4. PALABRAS DE DIOS EN FORMA ESCRITA (LA BIBLIA).
Además de las palabras de Dios de decreto, palabras de Dios de comunicación personal y palabras de Dios dichas por labios de seres humanos, también hallamos en las Escrituras varios casos en los que las palabras de Dios fueron puestas en forma escrita.
El primer caso de esto se halla en la narración del otorgamiento de las dos tablas de piedra en las que estaban escritos los Diez Mandamientos: «y cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo mismo de Dios» (Ex 31:18). «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32:16; 34:1, 28).
Moisés escribió adicionalmente: Moisés escribió esta ley y se la entregó a los sacerdotes levitas que transportaban el arca del pacto del Señor, y a todos los ancianos de Israel. Luego les ordenó: «Cada siete años, en el año de la cancelación de deudas, durante la fiesta de las Enramadas, cuando tú, Israel, te presentes ante el Señor tu Dios en el lugar que él habrá de elegir, leerás en voz alta esta ley en presencia de todo Israel. Reunirás a todos los hombres, mujeres y niños de tu pueblo, y a los extranjeros que vivan en tus ciudades, para que escuchen y aprendan a temer al Señor tu Dios, ... (Dt 31 :9-13).
Este libro que Moisés escribió fue luego depositado junto al arca del pacto: «Moisés terminó de escribir en un libro todas las palabras de esta ley. Luego dio esta orden a los levitas que transportaban el arca del pacto del Señor: "Tomen este libro de la ley, y pónganlo junto al arca del pacto del Señor su Dios. Allí permanecerá como testigo contra ustedes los israelitas"» (Dt 31: 24-26).
Más adelante se hizo otras adicciones a este libro de las palabras de Dios. Josué «los registró en el libro de la ley de Dios» Gas 24: 26). Dios le ordenó a Isaías: «Anda, pues, delante de ellos, y grábalo en una tablilla. Escríbelo en un rollo de cuero, para que en los días venideros quede como un testimonio eterno» (Is 30: 8). De nuevo, Dios le dijo a Jeremías: «"Escribe en un libro todas las palabras que te he dicho» Jer 30: 2; Jer 36: 2-4,27-31; 51: 60).
En el Nuevo Testamento, Jesús les promete a sus discípulos que el Espíritu Santo les hará recordar las palabras que él, Jesús, había dicho Gen 14:26; cf. 16:12-13). Pablo puede decir que las mismas palabras que escribe a los Corintios «es mandato del Señor» (1 Co 14: 37; d. 2ª P 3:2).
Claramente se debe notar que estas palabras se consideran con todo ser palabras del mismo Dios, aunque son escritas en su mayoría por seres humanos y siempre en lenguaje humano. Con todo, son absolutamente autoritativas y absolutamente verdad; desobedecerlas o no creerlas es un pecado serio y acarrea castigo de Dios (1ª Co 14: 37; Jer 36: 29-31).
Varios beneficios resultan de poner por escrito las palabras de Dios. Primero, hay una preservación mucho más precisa de las palabras de Dios para generaciones subsiguientes. Depender de la memoria y la repetición de la tradición oral es un método menos confiable de preservar las palabras a través de la historia que lo que es ponerlas por escrito (d. Dt 31: 12-13).
Segundo, la oportunidad de inspeccionar repetidamente las palabras que constan por escrito permite estudio y debate cuidadoso, lo que conduce a una mejor comprensión y obediencia más completa.
Tercero, las palabras de Dios por escrito están accesibles a muchas más personas que cuando se preservan meramente mediante la memoria y repetición oral. Puede inspeccionarlas en cualquier momento cualquier persona y no están limitadas en accesibilidad a los que las han memorizado y los que pueden estar presentes cuando se repiten oralmente.
De este modo, la confiabilidad, permanencia y accesibilidad de la forma en que se preservan las palabras de Dios se mejoran grandemente cuando se ponen por escrito. Sin embargo, no hay ninguna indicación de que se disminuya su autoridad o veracidad.

C. EL ENFOQUE DE NUESTRO ESTUDIO

De todas las formas de la palabra de Dios, el enfoque de nuestro estudio en la teología sistemática es la Palabra de Dios en forma escrita, es decir, la Biblia. Esta es la forma de la Palabra de Dios que está disponible para estudio, para inspección pública, para examen repetido y como base de diálogo mutuo. Nos habla acerca del Verbo de Dios y nos lo señala como persona, es decir Jesucristo, a quien no tenemos al presente en forma corporal en la tierra. Por eso ya no podemos observar de primera mano e imitar su vida y enseñanzas.
Las otras formas de la palabra de Dios no son apropiadas como base primaria para el estudio de teología. Nosotros no oímos palabras de Dios de decreto, y por consiguiente no podemos estudiarlas directamente sino sólo mediante observación de sus efectos. Las palabras de Dios de comunicación personal son raras, incluso en la Biblia. Es más, incluso aunque oyéramos algunas palabras de comunicación.
1Además de las formas de la palabra de Dios mencionadas arriba, Dios se comunica a las personas por diferentes tipos de "revelación genera!»; es decir, revelación que la da no sólo a ciertas personas sino a todas las personas en general. La revelación general incluye tanto la revelación de Dios que viene mediante la naturaleza (vea Sal 19: 1-6; Hch 14: 17) y la revelación de Dios que viene mediante el sentido interno de bien y mal en el corazón de la persona (Ro 2:15).
Estas clases de revelaciones son en forma no verbal, y no de las he incluido en la lista de las varias formas de la palabra de Dios que se considera en este capítulo. (Vea en capítulo 7, más consideración de la revelación general).
De la forma personal de Dios nosotros mismos hoy, no tendríamos certeza de que nuestra comprensión de ellas, nuestra memoria de ellas, y nuestro subsiguiente informe de ellas fuera totalmente exacto. Tampoco podríamos fácilmente comunicar a otros la certeza de que la comunicación fue de Dios, incluso si lo era. Las palabras de Dios dichas por labios humanos cesaron de recibirse cuando el canon del Nuevo Testamento quedó completo.' Así que estas otras formas de las palabras de Dios son inadecuadas como base primaria para el estudio de teología.
Es más provechoso para nosotros estudiar las palabras de Dios como están escritas en la Biblia. Es la palabra de Dios escrita la que él nos ordena estudiar. Es «dichoso» el que «medita» en la ley de Dios «día y noche» (Sal 1:1-2).
Las palabras de Dios también son aplicables a nosotros: «Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito» (Jos 1:8). Es la palabra de Dios en forma de Escrituras que es «inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2 Ti 3: 16).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Piensa usted que prestaría más atención si Dios le hablara desde el cielo o por medio de la voz de un profeta vivo que si le hablara desde las palabras escritas de la Biblia? ¿Creería usted u obedecería tales palabras más prontamente que a la Biblia? ¿Piensa usted que su nivel presente de respuesta a las palabras escritas de la Biblia es apropiado? ¿Qué pasos positivos puede dar para hacer que su actitud hacia la Biblia sea más como la actitud que Dios quiere que usted tenga?
2. Cuando piensa en las muchas maneras en que Dios habla y la frecuencia con que Dios se comunica con sus criaturas por estos medios, ¿qué conclusiones puede derivar respecto a la naturaleza de Dios y las cosas que le deleitan?
TÉRMINOS ESPECIALES
Decreto, Palabra de Dios, comunicación personal
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Sal 1: 1-2: Dichoso El Hombre Que No Sigue El Consejo De Los Malvados, Ni Se Detiene En La Senda De Los Pecadores Ni Cultiva La Amistad De Los Blasfemos, Sino Que En La Ley Del Señor Se Deleita, Y Día Y Noche Medita En Ella.